El mismo 25 de mayo, el derrocado virrey Cisneros despachó a un joven entrerriano, José Melchor Levin rumbo a Córdoba para advertir a Liniers y reclamarle acciones militares. Le daba todos los poderes y el cargo de general en jefe del Ejército Realista en el Río de la Plata.
Levin se dirigió a la casa del dean Gregorio Funes, que lo condujo a la del obispo Orellana, y los tres se dirigieron la residencia del gobernador Juan Gutiérrez de la Concha, en donde se hallaba Liniers.
En la madrugada del 29 de mayo se hizo la reunión de aquellos con los alcaldes del Cabildo y entre otros con el coronel de milicias Santiago Allende.
El 27 de mayo la Junta de Buenos Aires había enviado la circular para que las provincias enviaran un diputado y comunicando el envío de la expedición de 500 hombres.
La circular llegó el 7 de junio exigiendo al gobernador el reconocimiento. Junto con ella llegaron cartas de amigos de Liniers exhortándolo a sumarse a la revolución o mantenerse neutral.
Liniers respondió: "¿Cómo yo, un general, un oficial que en 36 años he acreditado mi fidelidad y amor al Soberano, en el último tercio de mi vida me he de cubrir de ignominia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey y por esta infidencia he de dejar a mis hijos un nombre, hasta el presente intachable, con la nota de traidor?"
Desconoció Córdoba a instancias del gobernador a la Junta el 20 de junio, jurando al Consejo de Regencia.
Anteriormente, el 4 de junio el gobernador había enviado al gobernador intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, avisando de lo ocurrido en Buenos Aires. Poco después Liniers envió cartas a Paula Sanz y al virrey del Perú, José Fernando de Abascal y Souza, solicitando auxilios.
El 13 de julio, el virrey Abascal proclamó la reincorporación de tres intendencias al Virreinato del Perú. En los días de julio se supo en Córdoba de esta decisión. El Cabildo de Córdoba reconoció al virrey Abascal y se puso bajo la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas.
Liniers y Gutiérrez de la Concha alistaron milicias urbanas y varios cientos de milicianos reclutados en la capital por el coronel Santiago de Allende. Llegaron a reunir 500 hombres y catorce cañones.
Pese a la opinión de Liniers, quien prefería retirar las tropas hacia el norte para reunirlas con las del Alto Perú, prevaleció la opinión del gobernador de resistir en Córdoba. Liniers se dejó convencer y se dedicó a organizar la resistencia en dicha ciudad.
Ya el 8 de junio la Junta había ordenado a las autoridades de Salta, Tucumán, Jujuy y Santa Fe que capturaran a los contrarrevolucionarios si pasasen por su jurisdicción.
El 13 de julio, la Junta reiteró a la comisión de la expedición la remisión de los contrarrevolucionarios si fueran capturados.
Cuando el 21 de julio la expedición llegó a Córdoba en la Guardia de la Esquina, las milicias cordobesas desertaron en masa.
Los líderes contrarrevolucionarios decidieron el 27 de julio adoptar el plan de Liniers y partir para el norte con 400 hombres, saliendo de Córdoba el 31 de julio en dirección al Alto Perú, lo cual fue comunicado por Ortiz de Ocampo a la Junta el 1 de agosto.
Los fugitivos luego se dispersaron divididos en grupos. González Balcarce llegó al día siguiente al lugar de dispersión y alertado por delatores destacó partidas en búsqueda de los contrarrevolucionarios José María Urien capturó a Liniers en la estancia de Piedritas el 6 de agosto y los demás fueron arrestados en distintos lugares.
González Balcarce regresó a Córdoba con los prisioneros.
Ante la salida de Liniers, el Cabildo de Córdoba había cambiado de actitud, enviando como diputado ante el jefe expedicionario a su alcalde, reconoció a la Junta, y abandonó su reconocimiento al Virrey Abascal. Juan Martín de Pueyrredón fue nombrado gobernador intendente de Córdoba del Tucumán asumiendo el 16 de agosto. El día antes, Gregorio Funes fue elegido diputado por Córdoba.
El 8 de julio Mariano Moreno había ordenado que los que se opusieran a la revolución fueran remitidos a Buenos Aires a medida que fuesen capturados, pero el 28 de julio la Junta decidió el fusilamiento de los cabecillas. Sólo Manuel Alberti, por ser sacerdote, se abstuvo de firmar la orden. Ésta llegó a Córdoba entre el 5 y 6 de agosto y Ortiz de Ocampo mandó inmediatamente a ejecutarlos. Pero al trascender la medida, una comisión formada por el dean Funes, el Cabildo, el clero y otras personas se presentó rogando a Ortiz de Ocampo que se suspendiera la medida hasta tanto Funes y su hermano escribieran a la Junta para lograr retrotraerla y cambiarla. Ortiz de Ocampo accedió y despachó un mensajero a González Balcarce para suspender la ejecución. Pesaba también el hecho de haber sido ambos compañeros de armas de Liniers durante las invasiones inglesas.
Decidió además enviar los prisioneros a Buenos Aires con una escolta de 50 hombres al mando del capitán José María Urien, luego reemplazado por el capitán Manuel Garayo.
Al enterarse, los miembros de la Junta se alarmaron, ya que el resultado del cambio de órdenes era enviar a Liniers a la ciudad que lo tenía por héroe y podía suponer un gran peligro para la revolución.
El 18 de agosto, la Junta apercibió a la comisión de la expedición reiterando la sentencia. Castelli fue nombrado al frente del ejército del norte, llevando a Rodríguez Peña como secretario. Se mandó a Domingo French al mando de un destacamento de 50 hombres con el que salieron reventando caballos al encuentro de los prisioneros con orden terminante de fusilarlos. El 26 de agosto, French alcanzó a Garayo y a los prisioneros en la Esquina del Lobato, donde habían pasado la noche y tomó el mando de la escolta, continuando viaje hasta dos leguas de la posta del Tigre, en el sudeste de Córdoba. Allí los esperaba el coronel Juan Ramón Balcarce, quien hizo detener a los criados con el equipaje y continuó hacia el monte de Los Papagayos.
Allí se hallaba Castelli con Rodríguez Peña y una compañía de húsares. Castelli les leyó la sentencia que se haría efectiva cuatro horas después. Fueron fusilados Liniers, Gutiérrez de la Concha, el teniente gobernador Victorio Rodríguez, Santiago Alejo de Allende y Joaquín Moreno. A French, subordinado de Liniers, le tocó darle el tiro de gracia al militar francés. Al obispo Orellana se le perdonó y se lo envió preso a Luján.
Castelli ordenó enterrar los cadáveres en una zanja al costado de la cercana iglesia de Cruz Alta. Sin embargo, al día siguiente cuando se retiraron los enviados de la Junta, el teniente cura de la capilla los exhumó y enterró separadamente individualizándolos con una cruz. ©