Santiago de Liniers, confirmado como virrey, tuvo que soportar las acusaciones de nepotismo, cohecho y peculado. A su vez, la clase alta se mostraba escandalizada por el romance que tenía con una mauriciana de origen francés, Anita Perichón, apodada “la Perichona” y que era esposa del ciudadano inglés Tomás O`Gorman.
Por otro lado, el general Francisco Javier de Elío, a la sazón gobernador de Montevideo, no reconoció su autoridad y formó y presidió una Junta de Gobierno, que si bien no anunciaba la independencia, al menos sostenía el derecho de cada ciudad de gobernarse por sí misma.
Santiago de Liniers no intentó aplastar la rebelión, puesto que demasiada gente estaba en su contra, entre los que se contaba Martín de Álzaga.
Por otra parte, la invasión de Napoleón a España, lo hacía sospechoso de simpatizar con aquél, por su condición de francés.
Sólo contaba con el apoyo de los regimientos locales, por lo que siempre estuvo presto a pagar sus sueldos cuidadosamente. Como si todo esto fuera poco, el marqués de Sassenay arribó a Buenos Aires en agosto de 1808, comisionado por Napoleón para lograr el reconocimiento de José I como rey de España. Liniers no aceptó esta tratativa y despachó al enviado de regreso sin que esta actitud cambiara su posición ante los españoles.
A su vez, sus vacilaciones por realizar la jura de Fernando VII, dadas las contradictorias noticias que llegaban de la península, motivaron, como hemos dicho en el capítulo anterior, la separación de Montevideo, integrándose allí una Junta al estilo de las que se habían formado en la Metrópoli.
Para complicar más las cosas, el arribo de la Corte Portuguesa, trasladada al Brasil bajo la protección de la armada inglesa, traen aparejadas las tratativas de extender sus dominios al Río de la Plata, lo que constituyó un nuevo factor de inquietud.
La princesa Carlota Joaquina, hija de Carlos IV y esposa del regente portugués Juan VI, aspiraba a ser reconocida como soberana del Virreinato de Buenos Aires.
Santiago de Liniers respondió a estas inquietudes y pretensiones de la Infanta, sosteniendo que la jura de Fernando VII y el reconocimiento de la Junta Suprema de Sevilla, que según él representaba al Soberano, no le permitían innovar sin su acuerdo, y que en el virreinato todos estaban dispuestos a defender los derechos del soberano y mantener su unidad.
Similares respuestas recibió la Infanta del Cabildo, de la Audiencia, del Obispo, del Consulado, del Cabildo Eclesiástico y del Gobernador de Montevideo Francisco Javier de Elcio.
La Infanta, de acuerdo con Souza Coutinho, intentó hallar partidarios en Buenos Aires enviando como agente a Felipe da Silva Telles Contucci. Éste contaba con el apoyo de un grupo de patriotas exiliados en Río de Janeiro, entre los que se contaban Saturnino Rodríguez Peña, quien estaba a favor de los planes de la Infanta.
Es así como, consultados otros exiliados, pusieron a Contucci en comunicación con sus amigos en Buenos Aires, quienes comunicaron su entusiasmo para que la princesa viajara pronto a esa ciudad.
Llegado a Buenos Aires, el enviado hizo propaganda por doquier, ofreciendo un gobierno bajo la regencia del infante Pedro Carlos en el que los españoles americanos tendrían mejores posibilidades de participar, desplazando a los peninsulares.
Sostenía que Buenos Aires se independizaría y se convertiría en la metrópoli del Imperio Español con la ayuda de los ingleses.
Sin embargo, y en parte a la oportuna y reciente jura de lealtad a Fernando VII en Buenos Aires, la misión no encontró una buena acogida entre las autoridades del Río de la Plata ni del pueblo. ©