LA HISTORIA SIN FIN

LA HISTORIA SIN FIN“El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera” -Alexander Pope

Una nación no se puede hacer en base a mentiras, porque las mismas no se pueden sostener en el tiempo. Argentina es un país que a lo largo de su historia se ha basado en la mentira, provocando de esa forma las cíclicas recaídas de su economía e impidiendo que se desarrollara en todo su potencial. Lo terrible de esto es que en vez de aprender de sus errores los actuales dirigentes alimentan esa enfermedad

En nuestra historia hay incontables ejemplos de cómo diferentes personajes se han basado en la mentira para educarnos y/o adoctrinarnos. Como ejemplo, basta un botón: durante muchos años los libros de historia nos contaron que la muerte de Mariano Moreno fue a consecuencia de una enfermedad en el estómago, cuando en realidad Moreno fue envenenado. Viendo a los políticos de los últimos cincuenta años (muchos de esos que aparecerán en los futuros libros de historia como próceres), nos preguntamos cuántos de los próceres de nuestra historia lo fueron realmente y cuántos lograron ese estatus por la simple razón de que los que escriben la historia son los que ganan; eso quiere decir que hay “otra historia”, según dice la canción.
¿Cuántos de nuestros prohombres pasarían un examen de honestidad, honorabilidad y verdadero patriotismo? Pocos, muy pocos, seguramente, sólo honrosas excepciones.
Miremos al primer presidente de nuestra nación (en realidad, de las entonces Provincias Unidas del Río de La Plata) Don Bernardino Rivadavia, al que nos mostraron como un prohombre (hasta los cuadernos con su nombre debíamos comprar). Don Rivadavia fue el responsable de uno de los préstamos más onerosos e incalificables de nuestra historia; por supuesto cuando aprendíamos historia nada de eso se nos contaba.
Saavedra, Rosas, Sarmiento, Urquiza, Mitre, Roca, etc., etc... ¿Cómo saber cuánto de mentira o de verdad hubo en lo que nos contaron de ellos?
Pasaron los años, con guerras y mentiras por igual. Comienzo del Siglo 20, la democracia empieza a tomar forma en nuestro país y también lo que iba a marcar una forma de hacer política basada en la mentira.
La crónica histórica, o la leyenda, dice que los alcahuetes que rodeaban a don Hipólito Yrigoyen en su segundo mandato, que era el de la vejez, le fraguaban un diario que contenía sólo las noticias que el caudillo radical ansiaba leer.
Setenta años después, la práctica subsiste, más sofisticada o tortuosa. Se supone que el entorno yrigoyenista urdía sus mañas sin conocimiento del Presidente. Hoy día, es la propia autoridad del gobierno la que trata de armar ese diario autocomplaciente, lleno de noticias alteradas e interpretaciones antojadizas. Para eso se reclutan especialistas de imagen, analistas de opinión, y se llama a publicitarios astutos. Lo que convenga. Esa información se propone “a la gente” mediante spots, voceros oficiales, ministros, y hasta el Presidente en persona.
Lo más asombroso del método no es el ánimo manipulativo, sino que los propios conjurados terminen creyendo las cosas que inventan.
Hoy en día, diarios de circulación nacional como Infobae, Página 12 y otros, sumados a medios de comunicación como canales de televisión y algunas revistas, cumplen la misma función; se han convertido en el “Diario de Yrigoyen”.
Es cierto, los “Diarios de Yrigoyen” existen. Son medios periodísticos que circulan en todos los niveles: nacional, provincial y local. Están al servicio de los poderes de turno y transmiten noticias y opiniones que hacen las delicias de los gobernantes. Pero hay una diferencia del objetivo que buscaba el original. Ese, según cuentan, dado que no hay pruebas documentales que certifiquen la existencia del famoso “diario de Yrigoyen”, se imprimía para convencer al entonces presidente que todo estaba bien y que el pueblo era feliz. Pensar que “el presidente” Kirchner pueda ser engañado de la misma manera, es subestimarlo. Creer que él no conoce la realidad es absolutamente ilusorio. Hoy lo que tenemos es el “Diario de Yrigoyen” al revés. El pueblo es Yrigoyen. Es a nosotros, a quienes se nos enajena.
Kirchner, como buen político, sabe que, en general, la gente no lee los diarios. El humor de la población se mueve de acuerdo a los títulos; el contenido de las notas es lo de menos. Se opina según las portadas de los diarios y revistas. La percepción está influida por las placas rojas de la TV. El gobierno nacional y los gobiernos provinciales, desde el poder que les da el manejo discrecional y anticonstitucional de la publicidad, que alimenta a los medios, manejan la información que nos llega. Así pasamos desde la angustia de la inseguridad, robos y secuestros, anunciados en forma permanente en las tapas de los diarios, al mejor de los mundos, cuando nos dosifican las malas noticias.
La economía crece a niveles impensados, liderando al mundo en la mayoría de los índices económicos. Pagamos la deuda externa y nos liberamos del FMI. La obra pública se encuentra en uno de los puntos más altos de nuestra historia. El desempleo ha bajado notablemente en estos tres años y está cercano a un dígito. La inflación, aunque alta, está dominada y no supera el 1 ó 1,2% mensual.
Estas son, hoy por hoy, las medias verdades que leemos en los diarios, escuchamos por la radio y vemos por televisión, sustentadas en estadísticas del INDEC-Yrigoyen, así denominado por el periodista Jorge Lanata. Las otras medias verdades nos están limitadas.
Pocos son los periodistas y analistas que profundizan sobre estos títulos y los que lo hacen son tratados por el gobierno como mentirosos partícipes de corporaciones siniestras. Tampoco quedan buenos programas políticos en la televisión, que ahora sí se ha convertido en la caja boba que nos anestesia con programas vacíos de contenido.
Los Kirchner saben muy bien cual es la función que la prensa debe cumplir para su conveniencia y por eso nos brindan “El diario de Yrigoyen”.
Muchas veces, el nivel de mentiras de nuestra clase gobernante nos hace acordar a frases de algunos execrables de la historia mundial: Paul Joseph Goebbels, de la Inteligencia Nazi, y Vladimir Lenin, primer líder del Estado Soviético, coincidieron en decir que “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. Y Adolfito razonaba: “Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”.
Aunque a los políticos la mentira les da éxito en el corto o mediano plazo, a la larga se les vuelve un boomerang, a pesar de que como siempre, los desastres de sus mentiras no lo pagarán ellos sino el pueblo. Según Martin Lutero “Una mentira es como una bola de nieve, cuanto más rueda, más grande se vuelve”.
A veces la verdad duele, y se la trata de posponer a través de pequeñas mentiras que eviten ese dolor. En una familia, la mentira piadosa a veces puede servir para manejar una situación conflictiva o evitar un dolor, pero en política la mentira oculta incapacidad para hacer lo correcto. Entonces prefieren tener al pueblo en terapia intensiva por toda la eternidad, que sincerarse y tomar las medidas correctas de una vez y para siempre. Por eso, muchas veces escuchamos decir que lo que habría que hacer en nuestro país es muy doloroso para el pueblo y por eso ningún demagogo se animaría a hacerlo.
Veamos algunos ejemplos actuales de la realidad argentina vinculados con la mentira.
El tema de la inflación ocupó la atención del público, con los “acuerdos” de precios, la presión del secretario Moreno, y la intervención del INDEC; ya hace tiempo que la gente la sufre en su bolsillo. Hoy la obviedad se trata de ocultar, pero aquellos precios que publica el gobierno como “acordados”, resultan ser sobre productos inexistentes al alcance de los mortales. Esta mentira genera numerosos inconvenientes: por un lado, al mentir la inflación no se toman los recaudos necesarios para solucionar la disparada de los precios, y por otro lado, la información incorrecta ahuyenta a los potenciales inversores.
El escritor Mark Twain decía: “Hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas...” (INDEC).
Siguiendo con los ejemplos; decir que no hay crisis energética cuando sí la hay, hace que la crisis se sufra siempre, porque no hay problema a solucionar. Cuando hace frío falta el gas, cuando hace calor falta la electricidad. Hace mucho que se viene hablando de la crisis energética. Siempre se desmintió. En el último invierno y el reciente verano la realidad los superó. Y con cada crisis la gente sufrirá las consecuencias de que el gobierno sólo encara los temas mirando el corto plazo.
Se anunció la reducción de la deuda pública con bombos y platillos al realizarse el “exitoso” canje de deuda; en realidad se la pateó para adelante con bonos emitidos a pagar en “el futuro”. Igual operación se utilizó para hacer los famosos pagos al FMI. O sea, seguimos endeudando a las generaciones futuras, por más que digamos otra cosa.
Tanta mentira ha llevado a que Argentina en estos momentos esté pasando - otra vez - por un momento crítico económico, social y de valores morales políticos, lo cual amerita ver claramente el panorama futuro a seguir, ya que la inseguridad, la no inclusión de los desiguales, las mentiras, los actos de corrupción difundidos periodísticamente y la falta de justicia social, tocan lo más profundo en la vida humana de la población, cuando el extremo de todo esto llega hasta el hambre, en esta Argentina de la industria de los alimentos, que genera comida para 300 millones de seres humanos, vergüenza ajena de políticas equívocas y mentiras, que miran otros objetivos que no son precisamente los de justicia social, sino los del enriquecimiento espurio de su clase dirigente.
La crisis que en los últimos tiempos empieza a verse no es más que la bola de nieve de la que hablaba Lutero, a punto de pasarnos por encima. Será tarea de nuestra dirigencia dejar la mentira, tomar las medidas correctas o seguir así y dejar pasar una posibilidad única y quizás irrepetible que tiene la Argentina para encauzarse por el camino del real crecimiento.
Friedrich Nietzsche, filósofo alemán, nos dejaba esta frase: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”.
El pueblo argentino parece haberse dado cuenta de que hace años que le vienen mintiendo y debería castigar con su voto a los que ya no les puede creer.
Porque en todo caso, no hay que caerle encima sólo a nuestros gobiernos, porque como dice un proverbio árabe: “La primera vez que me engañes será por tu culpa, la segunda será por la mía”. ®

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