Miguelito vaga por las calles pidiendo dulces
Cuenta esta leyenda que en algún lugar al norte del país, en la noche que va del 1 al 2 de noviembre, un niño vagaba muy tarde por entre las casas del vecindario pidiendo dulces. Un vecino, alarmado por la presencia del niño en un sitio no muy seguro y acercándose la madrugada, le dijo, desde su ventana, que se fuera a su casa. Pero el niño insistió: Necesito dulces para llevárselos a mi amigo, que está allá, en su casa, y no puede salir. El hombre miró en dirección a la mano del niño, que señalaba una casa cercana, y le dijo: No digas tonterías, esa casa ha estado abandonada por años.
El niño, sin embargo, insistía y afirmaba que debía regresar con dulces para su amigo, ya que éste estaba impedido de traspasar la puerta. Finalmente, queriendo demostrarle al pequeño que sufría de un exceso de imaginación, el hombre salió a la calle y se ofreció a acompañarlo hasta la casa en cuestión.
Al llegar, el hombre notó una atmósfera extraña, como si la casa, que había estado deshabitada por años, albergara ahora alguna presencia. El niño señaló una pesada puerta de hierro con barrotes. No había nadie. El hombre se acercó para mostrarle que estaban solos, cuando de pronto, en la oscuridad, emergió la figura, pálida y casi transparente, de un niño de corta edad con la mano extendida, como en espera de recibir un regalo. El hombre casi muere del susto. Regresó corriendo a su casa, cerró la puerta y pasó el resto de la noche temblando.
A la mañana siguiente, fue a contar lo sucedido a una anciana mujer, que en el pueblo era considerada experta en cuestiones esotéricas. Sin inmutarse, comentó: De modo que Miguelito ha vuelto. Y relató al hombre la historia:
Hacía muchos años, una mujer había dado a luz a un niño fuera del matrimonio. El muchacho que había traicionado su afecto había huido lejos del pueblo y los esfuerzos por encontrarlo y obligarlo a tomar responsabilidad por lo ocurrido habían sido vanos. El padre de la joven no quería que su hija fuera la burla de la sociedad, de modo que ocultó al recién nacido, al que llamaron Miguel, en una habitación en el fondo de la casa y prohibió a la familia que revelara el secreto.
El niño creció allí, cuidado por su madre, pero solitario y taciturno. A los pocos años, la joven murió; algunos dicen que se trató de un suicidio. Su padre, abuelo de Miguel, enloqueció de dolor y huyó con el resto de la familia, abandonando la posesión de la casa. Sin embargo, por increíble y cruel que parezca, dejaron solo a Miguel, que no tendría más que unos cinco o seis años. Desde el fondo de la casa nadie escuchó sus pedidos de auxilio y es posible que haya muerto lentamente de hambre.
Su fantasma habita ahora la casa, agregó la anciana mujer, y se aparece a los niños del vecindario que se acercan para pedirles algo de comida, que en vida le fuera negada. Se hace visible durante la festividad del Día de los Muertos, bien porque su muerte coincidió con la fecha, bien porque la abundancia de comida y alegría atraen a su pobre espíritu.¤