Muchas veces resulta difícil, casi imposible, explicarle a extranjeros o a residentes argentinos en el exterior algunos hechos que suceden en la Argentina de estos tiempos. Por cuanto se suceden, ininterrumpidamente, acontecimientos realmente extraños, increíbles y excepcionales.
Lo más preocupante es que estos eventos, supuestamente extraordinarios y únicos, son tantos y reiterados que ya hay signos evidentes de que la capacidad de asombro de los ciudadanos da signos de haber sido superada. Por eso, la mayoría de la población observa acontecimientos únicos y absurdos sin capacidad crítica. Y, preocupantemente, sin capacidad de reacción. Aletargados, pareciera que no les queda otra opción que aceptarlos abrumados con indiferencia, resignación e impotencia.
¿Será ésta una característica de la Argentina del siglo XXI que todos deben aceptar?¿Situaciones surrealistas deben ser reconocidas como de absoluta normalidad?
Los datos de la realidad nos señalan que nos encontramos ante una situación por demás preocupante. Uno de los ejemplos de esto, que ha sucedido hace pocas semanas, lo demuestra palmariamente, se produjo el 16 de diciembre pasado durante uno de los partidos exhibición protagonizados por los grandes tenistas Roger Federer y Juan Martín Del Potro, en el municipio de Tigre. En esa oportunidad, miles de espectadores abuchearon e insultaron durante varios minutos al juez federal Norberto Oyarbide, nombrado durante el gobierno de Carlos Menem, que se encontraba en el palco VIP del estadio especialmente armado para esa ocasión. Ante la masiva muestra de rechazo hacia su persona, su señoría debió retirarse asustado y molesto.
La noticia fue difundida por todos los medios de comunicación del país como un hecho más, una noticia de color, común y corriente, aunque era una muestra palpable de que lo anormal en la Argentina se volvió cotidiano. Curiosamente, no fue posible encontrar artículos de colegas periodistas que hayan reflexionado en profundidad sobre lo insólito y la gravedad institucional de lo que en realidad había pasado.
¿En cuántos países del mundo una multitud de miles de personas de alto poder económico, social y educados abuchea en un acto público, transmitido por la televisión en vivo y en directo, a una de las autoridades judiciales más importantes de un país acusándolo de “traidor”, “botón” e “hijo de p…”?
Sin duda, esta reacción popular se originó en el hartazgo y bronca que provoca que este juez, milagrosamente y tal vez por acción divina*, reciba en su juzgado las causas más sensibles que afectan al poder político de turno. Pero lo que más molesta es que casi siempre falla a favor de los funcionarios acusados en tiempo record. Vale recordar que Norberto Oyarbide fue el juez que dictaminó, y en teimpo record, que el desorbitante aumento patrimonial del matrimonio Kirchner desde que se desempeñan en la actividad pública estaba plenamente justificado, aunque para muchos especialistas a todas luces luciera sospechoso. Sería interesante conocer antecedentes similares (abucheos masivos a un juez federal) ocurridos en algún otro país del mundo. No sería agradable comprobar que los argentinos somos los pioneros en este campo.
Lo realmente inconcebible es que después de este incidente, muchas víctimas de hechos delictivos sangrientos, donde murieron familiares directos (hijos, padres, esposas, esposos) manifiesten que todavía “creen en la justicia”. Pobres de ellos.
Otros hechos que llaman la atención es que son incontables los funcionarios de turno que presentan como “revolucionarios” y “muestras de soberanía nacional“ algunos actos que en realidad tienen muy poco de eso: como la re-estatización de YPF, Aerolíneas Argentinas, el sistema jubilatorio o recientemente el predio de la Sociedad Rural en Palermo.
Analizándolos fríamente, sin fanatismo partidario, estas decisiones actuales solo revierten las que instrumentó, oportunamente, el ex presidente Carlos Saúl Menem durante sus dos gobiernos. Espíritus críticos, obviamente librepensadores y políticos opositores, no dejan de señalar que casi todos los que actualmente conducen los destinos de la Argentina aplaudieron, fervorosamente y de pie, estas mismas medidas al momento de ser llevadas a cabo.
Pero bienvenidas sean éstas, si son para el bien del país, porque sin dudas lo beneficiarán, aunque no tengan un carácter verdaderamente revolucionario que cambie la matriz productiva del país.
Durante los últimos días diciembre, al cierre de esta edición de El Suplemento, se están produciendo saqueos en varias partes del país, con decenas de detenidos, heridos y varios muertos. Como era de esperar, funcionarios políticos y encargados de las fuerzas de seguridad afirmaron inmediatamente que las turbas eran instigadas por políticos opositores desestabilizantes, e incluso gremialistas.
Quizás opinan con conocimiento de causa, porque unos cuantos de estos funcionarios fueron relacionados con la organización de saqueos similares en diciembre de 2001, los que produjeron la caída del ex presidente Fernando de la Rúa.
Nadie opinó, hasta el momento, que tal vez esta explosión social generalizada tenga su origen en la gran marginación, pobreza e impotencia de enormes masas de ciudadanos que deben enfrentar las fiestas de fin de año pobres de toda pobreza. En los próximos días quizás se sepa algo de la verdad.
Pero no todo es tan negativo en la actualidad. Hay signos esperanzadores de renovación. Y una prueba de ello es la organización Kirchnerista-Cristinista “La Campora”, cuya dirección le adjudican a Máximo Kirchner, hijo de la presidenta Cristina Fernández y el ex presidente Néstor Kirchner. Más allá de la despiadada y permanente crítica que llevan a cabo los más poderosos grupos mediáticos sobre esta agrupación, sería justo no subestimarla, porque la integran muchos cuadros políticos jóvenes y altamente capacitados.
Un ejemplo de ello es la recientemente designada embajadora ante el gobierno de los Estados Unidos, Cecilia Nahon, quien posee experiencia en la Cancillería y antecedentes profesionales académicos del más alto nivel. Intachables. Lo más probable es que seguramente representará a nuestro país con el más alto nivel de profesionalismo ante el país más poderoso del mundo.
Ningún país es un paraíso. La Argentina tampoco. En todos suceden cosas buenas y malas.
Lo preocupante es que en algunos suceden cosas demasiado extrañas.
* Ante una consulta periodística, el 3 de diciembre pasado, el juez Oyarbide contestó bromeando: “Todo es obra del azar. En todo caso hablen con Dios, pídanle una audiencia, y averigüen por qué todas (las causas resonantes) me tocan a mí”. ¤