Los argentinos sabemos de tumultos, vorágines y abismos; nos hemos acostumbrado a transitar los días a bordo de una montaña rusa o en el primer vagón de un tren fantasma. Por supuesto, hacen falta muchos sacudones, mucho susto para ponernos los pelos de punta o arrancarnos un grito de sorpresa. De la convulsión han nacido héroes que cruzaron los Andes y liberaron países, de entre las sombras de dictaduras feroces han nacido bernis y spinettas, de la miseria han surgido housemans y maradonas.
Harry Lime, en la novela El Tercer Hombre, de Graham Greene, decía “…en Italia, durante treinta años bajo los Borgia, hubo guerras, terror, asesinatos y derramamiento de sangre, pero produjeron a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraterno y quinientos años de democracia y paz, ¿y qué produjeron?: El reloj cucú”. Es verdad, grandes cosas pueden nacer del desorden y los alborotos, como ocurrió en Italia hacia finales del siglo 15. Mucho más acá en el tiempo, a comienzos de la década de 1960, el poder militar argentino derrocaba al presidente Arturo Frondizi, radical intransigente, y en su lugar instalaba al presidente de facto José María Guido; un año más tarde, con el peronismo y la izquierda proscriptos, el radical Arturo Illia ganaba las elecciones, poniéndose al frente de una presidencia que iba a durar tan solo tres años, hasta ser derrocado por un nuevo golpe de estado que instaló al dictador Juan Carlos Onganía. Es cierto, no tuvimos a los Borgia, pero tampoco nos faltaba mucho.
Y así es que, en Argentina también, del caos de los 60 surgieron extraordinarios hitos culturales. Uno en particular llegó a revolucionar la cultura latinoamericana y puso a soñar a millones de personas desde Buenos Aires a París, y desde Lima a Guadalajara.
El pasado 28 de junio se cumplieron 60 años de la publicación de una de las obras más grandes de la literatura en español y novela central de lo que se conoció como el “boom latinoamericano”. Rayuela, de Julio Cortázar, puso a la literatura patas para arriba. Esta “contranovela”, como la llamaba su autor, se publicó en París en junio de 1963, cuenta la historia de Horacio Oliveira, un vagabundo intelectual argentino que vaga por las calles y tugurios parisinos en busca de experiencias que le den sentido a su vida, y su relación con la Maga, una mujer uruguaya sin las luces de Oliveira, pero tierna y dueña de una innata ingenuidad que cautiva a muchos.
Rayuela es una novela no-lineal; de su estructura surge, en parte, la originalidad de su propuesta. Se divide en tres partes, que Cortázar llama “Del lado de allá” (París), “Del lado de acá” (Buenos Aires), y “De otros lados” (citas de libros o periódicos, notas). Cortázar diseñó su novela en 155 capítulos que el escritor propone leer de diferentes formas. Arranca así:
“A su manera, este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades siguientes:
El primer libro se deja leer en la forma corriente y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue.
El segundo libro se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo…”
A lo largo de la historia ha habido numerosas obras que han roto con los convencionalismos establecidos por el género literario; Rayuela fue, sin dudas, una de las más revolucionarias.
Hoy, en tiempos tan convulsionados como aquellos -aunque sin golpes militares de por medio- y cuando las pocas alegrías populares vienen de las glorias del fútbol, los argentinos, o al menos muchos de nosotros, extrañamos tanto a Cortázar…¤