La argentina es un país de ensueño para los que, todavía, vivimos bien. Para los que, todavía, podemos elegir el menú del almuerzo o la cena. Para los que, todavía, podemos ser atendidos en clínicas privadas de salud. Para los que, todavía, podemos salir a pasear, de compras o comer afuera. Para los que, todavía, podemos disfrutar de las bondades de esta hermosa tierra.
Pero los que, todavía, disponemos de tiempo para reflexionar sobre el estado general del país y analizamos hacia dónde va, sabemos que nuestro bienestar es circunstancial, pasajero, efímero, porque, de continuar con este rumbo, la argentina implosionará en poco tiempo. Y casi todos nos hundiremos con ella, absorbidos por un enorme agujero negro generado por nuestra propia ineptitud y, especialmente, la de nuestros dirigentes.
En estos tiempos de pandemia global no es descabellado afirmar que la Argentina se encuentra en terapia intensiva, con respirador artificial. Con pronóstico reservado, tirando a terminal.
¿Esto es pensar negativamente o es pensamiento racional? Analizando los datos duros de las estadísticas históricas, es razonamiento científico, porque en la argentina sucedieron cosas de repúblicas bananeras y la población las aceptó con una resignación asombrosa. Veamos.
La crisis del 2001
Durante la crisis del 2001 se sucedieron cinco presidentes en once días: Fernando De La Rúa renunció el jueves 20 de diciembre; lo sucedió el presidente provisional del Senado, el justicialista Ramón Puerta, quien asumió el viernes 21 como presidente interino y ocupó el cargo solo por 24 horas, dado que el Partido Justicialista, que dominaba el senado y la cámara de diputados, convocó enseguida a una Asamblea Legislativa que eligió al gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, como nuevo presidente. El nuevo mandatario, después de gobernar una semana, convocó a una reunión de gobernadores el domingo 30 de diciembre. Como lo dejaron solo, decidió renunciar… por televisión. El cargo de presidente quedó entonces en manos del presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, quien firmó el lunes 31 de diciembre de 2001 como presidente interino, y fue presidente por un día, ya que Eduardo Duhalde resultó electo el martes 1 de enero de 2002 por el Congreso y asumió al día siguiente para gobernar durante un año y cinco meses.
Esto ya es digno de Ripley. Pero hay más.
La única idea: los planes sociales
Durante la brevísima presidencia de Eduardo Duhalde, pusieron en marcha un plan social denominado “Jefas y Jefes de Hogar”, que subsidiaba económicamente a unas 2 millones de familias en un momento donde la crisis era monstruosa y la pobreza superaba el 50% de la población. Detengámonos en las cifras: durante la peor crisis económica del siglo XXI, el estado nacional puso en marcha 2 millones de planes sociales.
“En estos tiempos de pandemia global no es descabellado afirmar que la argentina se encuentra en terapia intensiva, con respirador artificial. Con pronóstico reservado, tirando a terminal”
A más de 20 años de esa crisis fenomenal, actualmente los planes sociales proveen asistencia a más de 22 millones de personas. Es decir, la cantidad de personas que perciben una ayuda estatal se ha multiplicado por 10 en las dos últimas décadas, según datos recolectados por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA). Y lo peor de todo es que la pobreza no disminuyó.
Según la revista Forbes Argentina, en la actualidad hay más de 141 programas de protección social y ayudas estatales para argentinos y argentinas en situación de pobreza y vulnerabilidad. Pero si en lugar de contar a individuos se analizan los hogares, la situación es mucho peor. En el año 2010 aproximadamente el 24,4% de los hogares recibía algún auxilio del estado a través de un plan social. Actualmente, ese porcentaje sería de más del 50%, es decir, se duplicó. De acuerdo al reciente censo, todavía en proceso de evaluación, la población argentina rondaría en 47,3 millones de personas, por lo que se deduce que unos 25 millones de ciudadanos viven mal, en la pobreza y/o indigencia.
Bicefalia, inflación, y pobreza
La pregunta del millón, entonces, es: ¿se puede salir de esta crisis interminable? La respuesta mágica sería, sí. La lógica, es NO. Es imposible, dado que por el acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional (FMI), todas las tarifas deben aumentar astronómicamente en pocos meses. Si a eso le sumamos la crisis alimentaria y de energía producida por la invasión de Rusia a Ucrania, las oportunidades para salir adelante son ínfimas.
“El estado se encuentra, literalmente, detenido. Mientras tanto, los precios de todos los productos se disparan hasta la estratósfera, con una inflación estimada en casi del 80% anual”
Todo esto, sin contar que actualmente los destinos del país están en manos de un gobierno bicéfalo, anárquico y paralizado, porque el presidente Alberto Fernández está peleado con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y nada funciona. El estado se encuentra, literalmente, detenido. Mientras tanto, los precios de todos los productos se disparan hasta la estratósfera, con una inflación estimada en casi el 80% anual.
Por eso, los que todavía podemos comer, abrigarnos, ser atendidos, comprar medicamentos y disfrutar mínimamente de la vida, sabemos que somos privilegiados.
¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. Lo que es seguro es que dentro de poco tiempo la pobreza y el hambre golpearán muchas puertas e ingresarán por primera vez a hogares que nunca los padecieron.
En un país que se hunde, pocos se salvan. Únicamente los que viajan en primera clase.¤