Se acerca una de las elecciones presidenciales más particulares de los últimos tiempos en los Estados Unidos; sin dudas, el clima político cambiará a partir de ahora, por lo que nos parece oportuno hacer un balance mirando hacia el pasado reciente.
De ambos candidatos -al menos los dos con ciertas posibilidades de ganar- ya hablamos en pasadas ediciones y les dedicaremos, por supuesto, nuestra editorial del mes próximo, teniendo en cuenta que la edición de noviembre de El Suplemento saldrá a la calle un par de días antes de las elecciones. Pero ahora nos referiremos al legado de Barack Obama, el presidente que hizo historia y que hoy está transitando sus últimos días en la Casa Blanca.
No hace mucho, el polémico cineasta Michael Moore había expresado en simples y sinceras palabras lo que muchos sienten (sentimos) con respecto al gobierno de los últimos ocho años: “Creo que Obama ha hecho muchas, muchas cosas buenas, pero también ha sido una gran desilusión”. Y continuó diciendo lo que muchos pensamos: que cuando se escriba la historia de esta época, se lo recordará como el primer presidente afroamericano. No es poco, pero menos de lo que muchos esperábamos de él.
A la hora de hacer este balance, podríamos decir que su trabajo no fue todo lo bueno que sus seguidores esperaban, y tampoco todo lo malo que sus opositores pronosticaban. En este sentido, Obama no dejó conforme a ninguno de los dos grupos.
Lo mejor que se puede decir de su administración es que estabilizó la economía luego de la catástrofe dejada por su predecesor, George W. Bush, y piloteó este barco a la deriva hasta llevarlo a aguas calmas. Pero hoy, luego de ocho años, la calidad de vida de los estadounidenses sigue muy por debajo de la que gozábamos hace algunas pocas décadas, e incluso es muy inferior al del resto de los ciudadanos de los países industrializados. De la misma manera, el sistema educativo continúa con las mismas deficiencias que nos llevó a ocupar puestos más cercanos a los del Tercer Mundo que a los de las naciones más avanzadas.
Sin embargo, la principal promesa de Obama, aquel sueño transformador por el que sería recordado en la historia, fue el de la salud pública para todos… y en eso también se quedó corto. El “Barack Obama's Plan for a Healthy America” que nos llevaría a gozar de servicios de salud eficientes, a bajo costo y de alta calidad para todos, se quedó en el camino. Al poco tiempo de asumir, Obama expresaba: “Mi compromiso es asegurarme de que hacia el final de mi primera presidencia contemos con seguro de salud universal para todos los ciudadanos de este país… Número Uno: nos vamos a asegurar que todos estén adentro”. Hoy se puede afirmar que si bien el número de residentes con seguro aumentó gracias a sus esfuerzos, aún quedan entre un 11.5% y un 14% de estadounidenses sin cobertura de salud, y muchos de los que lo poseen cuentan con pólizas que no les cubre intervenciones ni medianamente complejas.
Es cierto, los opositores republicanos, ya sea por cuestiones ideológicas o (en el mayor de los casos) por estar comprados por los intereses de los grandes monopolios de la medicina privada y los farmacéuticos, pusieron todas las resistencias para que su Obama Care no avanzara y encontrara todo tipo de piedras en el camino. Pero eso era de esperar, y su administración no supo o no le interesó sobrepasarlo.
La mayoría de los países avanzados del mundo cuentan con medicina socializada, que se subvenciona con dinero de los impuestos. Eso no transforma a Gran Bretaña, Canadá, Francia o Suecia en regímenes comunistas, sino, con todas sus imperfecciones en otros ámbitos, en naciones inteligentes y exitosas. El porcentaje de ciudadanos sin seguro médico en los países industrializados es del 0%; todos gozan de atención de salud gratuita y de calidad. Lo más indignante es que, a pesar de medir entre los peores sistemas de salud en cuanto a eficiencia, calidad, alcance y servicio en general, Estados Unidos gasta en salud alrededor del doble per cápita de lo que gastan esas naciones industrializadas. Los dólares, por estos lados, van a parar a las cuentas bancarias de los capitalistas locales, y no a los hospitales públicos.
Y esta es la principal decepción que nos deja Barack Obama, un hombre honesto, inteligente, que hizo mucho por el país… pero que será recordado no por haber transformado a los Estados Unidos en una nación de avanzada, sino, simplemente, como el primer presidente afroamericano de la historia de los Estados Unidos. Otra vez, no es poco; pero es menos de lo que esperábamos.¤