Los argentinos contamos con toda una serie interminable de frases populares con las que intentamos explicar nuestra coyuntura, tanto a nivel personal como social. “Los argentinos somos derechos y humanos”, se decía desde el estado usurpado en los '70; “Algo habrá hecho” murmuraban algunos poco después; “Roban, pero hacen”, era el rezo laico con que los conformistas locales justificaban los desfalcos del menemismo…
Desde hace algunos años, sin embargo, venimos repitiendo otra, cada vez con más asiduidad: “Me río para no llorar”. La frase expresa en cinco palabras todo nuestro sarcasmo, escepticismo, bronca, y resignación con respecto a la realidad que nos toca vivir. Nos reímos para no llorar cuando hablamos de Lázaro Báez dueño de media Patagonia, de la expresidenta dueña de la otra mitad, de los millones de dólares en las cajas fuertes de la hija, de ese tal López revoleando bolsos cargados de plata por sobre las paredes de un monasterio bonaerense en el medio de la madrugada, de la actual directora de la Oficina Anticorrupción que es militante del partido del gobierno al que debe controlar, de los tarifazos, de los negociados impunes de los zares del fútbol, del estado de los hospitales públicos, de los chicos que no aprenden y las escuelas que no enseñan…
Decimos que nos reímos para no llorar cada vez que hablamos de situaciones grotescas de la realidad argentina actual. En el fondo, la frase expone de una manera gráfica nuestra impotencia para cambiar el estado de las cosas. Habla de nuestro conformismo con lo que hay, con lo que tenemos, que es, aunque duela reconocerlo, lo que construimos para nosotros mismos.
Una de las estrofas de nuestro Himno Nacional dice “Sean eternos los laureles que supimos conseguir”, la misma que cantamos con renovado fervor y orgullo en cada ocasión. Pero es hora de reconocer que los laureles que nuestros ancestros supieron conseguir no han sido eternos, los vientos de la corrupción y el individualismo extremo se los llevaron hace tiempo y hoy más que laureles nos queda alguna que otra ramita de perejil, unas hojitas de orégano, y algún que otro yuyo por el estilo. Pero tenemos que parar de reírnos para no llorar. En lugar de vivir coronados de gloria (¿no nos queda un poco grande tal proeza?), quizás sería más realista y efectivo al menos trabajar para enderezar el rumbo perdido, ir recuperando laurel por laurel, entender que, como dice la canción, “el futuro llegó hace rato” y los frutos que hoy estamos cosechando son el resultado de las semillas que nosotros mismos plantamos en el pasado.
Para terminar con un par más de nuestras frases de filosofía popular, creemos que es hora de “parar la pelota y mirar el panorama”; este momento de transición puede ser el ideal para “cortar y dar de nuevo”. ¤