En 1816, la nación que años más tarde sería la República Argentina, comienza a dar un paso inexorable hacia el camino de su ansiada independencia. Para ello tendrá que luchar con el egoísmo de una clase más preocupada en conservar sus privilegios anteponiéndolos a la libertad general, y contra la avaricia de las potencias europeas, que solo piensan en extraer las riquezas de la región y dejar unas migajas para los cipayos y lacayos encargados de mantener el orden establecido.
Los ideales de Mayo se fueron desdibujando en el tiempo y pronto algunos caudillos comprendieron que estos ideales eran pisoteados por las clases dominantes. El puerto de Buenos Aires seguía ahogando a las provincias del interior del país, y el ansiado federalismo que empezaba a prender en ellas fue duramente combatido por el centralismo porteño.
En el resto de América los movimientos revolucionarios iniciados seis años atrás fueron dominados por completo, con la única excepción de la Revolución del 25 de mayo de 1810 en el Río de la Plata. En México, moría fusilado el sostén de la revolución, el Cura Morelos. En Venezuela, el general español Pablo Morillo desató una guerra feroz, y en Chile las tropas del virrey de Lima aplastaron al movimiento revolucionario en la batalla de Rancagua. Buenos Aires vivía en una constante amenaza, ya que el círculo se iba cerrando.
Buenos Aires, la Reina del Plata
Aunque el término fue acuñado por los tangueros un siglo más tarde, la pequeña aldea tenía sus ínfulas de princesa desde la época colonial.
La segunda fundación de Buenos Aires respondió a la necesidad de mantener un mercado de intercambio al comercio de ultramar con los productos del futuro Virreinato. Desde ella comienza la historia de la ciudad que siguió paralelamente al desarrollo del comercio, ya sea regular o fraudulento (el tráfico de los contrabandistas que negociaban con la exportación de cueros es lo que constituyó la prosperidad de Buenos Aires). La fuente de producción era la campaña del desierto y la mercadería única el ganado.
Cuando los monarcas creaban dificultades a la expansión del comercio (por ejemplo, comerciar con otras metrópolis que no fueran Madrid), Buenos Aires creaba arbitrios para burlarla, con lo cual prosperaba y ensayaba sus propias aptitudes para defenderse de las trabas; luego obtenía alguna liberalidad y en este juego llegó la época de su emancipación.
A partir de la Revolución de Mayo y a través de su corta historia se fue plasmando la cabeza de Goliat de la que nos habla Martínez Estrada, la capital del imperio que nunca existió, una cabeza enorme para un cuerpo endémico. Buenos aires antepuso sus proyectos, ideales e intereses a los del resto de las provincias americanas y al paso del tiempo malogró el bien común de una nación para hacer prevalecer sus intereses particulares.
El enfrentamiento del puerto con el interior se dio desde el día posterior a la Revolución de Mayo. El problema nacional, según Martínez Estrada, comienza con la Emancipación, donde el Cabildo de Buenos Aires asumió el gobierno nacional. Se creó un gobierno municipal para todo el virreinato.
Buenos aires antepuso sus proyectos, ideales e intereses a los del resto de las provincias americanas y al paso del tiempo malogró el bien común de una nación para hacer prevalecer sus intereses particulares
La Primera Junta y todos los gobiernos de Buenos Aires que la sucedieron tomaron el mismo carácter, considerándose dueños del conjunto de las provincias. Se iba ensayando una relativa independencia, porque los buenos patriotas no consentían que el cabildo de Buenos Aires delegase sus facultades específicas a una junta autárquica. Lo aceptaron porque se sobrentendía que el cabildo era España. La autoridad que se fue gestando conservó la facultad de poner y sacar gobernadores y dar el frente o la espalda al interior conforme le convenía.
Civilización o Barbarie
Desde el comienzo, la polarización fue clara para el interior: Buenos Aires era igual a España, la metrópolis demandante. Y al revés, el interior para la ciudad era América, la fuente de materias primas. Más adelante Sarmiento nos hablaría de Ciudad igual a Civilización e Interior igual a Barbarie. Esto creó resentimiento y desconfianza en las provincias del interior.
Pero internamente en la ciudad también había un enfrentamiento de ideas, dos corrientes que nunca pudieron encausar pacíficamente sus diferencias. A partir de 1810 Buenos Aires toma un nuevo aspecto.
A medida que la revolución derribaba de a poco al régimen colonial, con cautela y disimulo impuesto por el ambiente conservador de la ciudad, la gente iba comprendiendo la magnitud y las proyecciones del movimiento emprendido. Se empezó a escuchar hablar de los “derechos de los pueblos”, del “trono de la libertad”, de “cadenas de los tiranos” y de “la feliz aurora de un día glorioso para América”. Frases inspiradas sin duda en las ansias de igualdad, fraternidad y libertad impulsadas por la Revolución Francesa. La tea revolucionaria chisporroteaba en un grupo reducido de jóvenes criollos, de universitarios y de militares. Pero estas ideas que agitaban a Buenos Aires no la convertían enteramente con la celeridad que anhelaba el núcleo revolucionario. La toma del gobierno a manos de criollos era aceptada y celebrada, pero la revolución político-social que ese acontecimiento traía como contenido no era aceptada con tanta facilidad. La clase dirigente admitía al gobierno patrio, siempre que fuera a nombre de Fernando VII y que bajo esta denominación se alcanzara la independencia.
A medida que la revolución derribaba de a poco al régimen colonial, con cautela y disimulo impuesto por el ambiente conservador de la ciudad, la gente iba comprendiendo la magnitud y las proyecciones del movimiento emprendido
La ciudad era conservadora, por su ambiente y por sus elementos componentes. La clase dominante, cabeza de la sociedad, estaba compuesta principalmente por mercaderes, empleados, militares y clérigos. No había clase media, por lo que debajo de esa burguesía comercial y burocrática solo estaba la plebe, formada por mestizos y negros, que formaban una clientela mansa y fiel a sus patrones.
El elemento universitario, compuesto en su mayoría por abogados, era escaso en relación al conjunto y fue en ese reducido grupo y en un núcleo de militares y paisanos criollos donde se inició, se comprendió y se propagó la idea revolucionaria. El resto de la población fue llevada a sostener el “nuevo sistema” por la fuerza.
La revolución no fue una lucha de clases sociales sino la lucha entre dos ideas políticas que nacieron en el seno de la misma clase social. La acción revolucionaria por un lado y la tendencia social conservadora por el otro. Entre estos dos polos se ha desarrollado nuestra historia.
Durante ese proceso la ciudad conservó su disciplina porque las fuerzas de la sociedad se mantuvieron ordenadas y ajustadas.
La tradición, la jerarquía respetada por las clases sociales, la ausencia de demagogias en la plebe, el sentimiento de sumisión a los amos de parte de las masas serviles y mestizas contribuyó a mantener el orden en el primer período revolucionario. Pero esto no ocurrió en las provincias y en la campaña donde las masas y el gauchaje se revelaban contra el centro urbano que representaba a la autoridad, al freno social y al orden. Y como hemos dicho, se veía a Buenos Aires como la continuación del régimen español.
Fuera de la ciudad, en la provincia de Buenos Aires, que en 1816 era solo una franja que iba desde el Río de la Plata hasta el Río Salado, más allá de esta frontera estaba el desierto y los infieles, los bárbaros dueños del desierto, que eran el azote de la campaña. Esta campaña estaba habitada por distintos elementos que tenían cada uno su carácter particular. Los estancieros, propietarios de grandes extensiones, constituían una aristocracia ruda basada en el dominio territorial casi feudal en su relación sobre la población que deambulaba en la llanura. Los chacareros y vecinos se establecían alrededor de los fortines, estaban al servicio y bajo la influencia de los estancieros, que impartían justicia, orden, protección y propiedades a su antojo.
Las Provincias ¿Unidas? del Río de la Plata
Las ideas liberales querían abrirse paso en la ciudad capital. En su seno empezó a discutirse la necesidad de fomentar la ilustración de todas las clases sociales. Los sucesivos gobiernos de Buenos Aires, de claro sentimiento conservador, comprimieron esta nueva corriente de agitación social.
La revolución no fue una lucha de clases sociales sino la lucha entre dos ideas políticas que nacieron en el seno de la misma clase social. La acción revolucionaria por un lado y la tendencia social conservadora por el otro
La clase dominante conservadora empezó a extrañar la quietud y tranquilidad anterior al 25 de mayo. Añoraban la “Pax Hispana”. La Revolución de Mayo significaba la realización de un ideal político y social que traía consigo un profundo sacudimiento, una transformación completa y fundamental en el ordenamiento y en la estabilidad de los intereses creados. Se descalificaba a los oponentes, se les llamaba “logistas” y “anarquistas” a los liberales, a los reformadores y a los doctrinarios, por parte del elemento conservador, que pese a ser separatista, era de la idea que se obtuviera la emancipación de la península y se formase un estado distinto de ella, aunque fuera gobernado por el mismo rey.
Con el Directorio la tensión entre Ciudad e Interior se hizo más evidente, ya que la autoridad recaía en una sola persona. Se iniciaba así la impronta de lo que sería una constante en nuestra historia: los gobiernos personalistas. El directorio ejerció un gobierno centralista con el que quería regir a todos los pueblos, la campaña y las provincias. Pero esta postura estaba llevando al país a la anarquía. En las campañas y provincias, las masas campesinas militarizadas por la revolución amenazaban a rebelarse en contra del gobierno centralista ejercido por la ciudad metrópolis, con su gobierno dictatorial y su oligarquía aristocrática, se agruparon en derredor de sus caudillos, como fuerzas populares considerables en contra de la absorbente autoridad metropolitana.
Con el Directorio la tensión entre Ciudad e Interior se hizo más evidente, ya que la autoridad recaía en una sola persona. Se iniciaba así la impronta de lo que sería una constante en nuestra historia: los gobiernos personalistas
Ante esta amenaza, el director supremo Álvarez Thomas envía en 1815 mediante un Estatuto Provisional, una invitación a todas las provincias que habían conformado el Virreinato del Río de la Plata para que envíen delegados a un congreso constituyente que declarase la independencia y le dé forma al gobierno que pudiera gobernar a todo el territorio.
En la próxima nota veremos qué provincias respondieron a este llamado y dónde se reuniría este congreso para comenzar sus sesiones.
Libros consultados:
La cabeza de Goliat, de Ezequiel Martínez Estrada
Historia de la Confederación Argentina, de Adolfo Saldias
Memorias, de José María Paz ¤