Décadas pasadas, cuando la tecnología creada en las potencias del norte tardaba una eternidad en llegar al sur, el argentino se imponía a la escasez de recursos a puro ingenio. “Lo atamos con alambre”, se decía por entonces. Si aquella pieza japonesa no se conseguía, alguien agarraba una pinza y torcía un pedazo de metal, le agregaba dos cables por aquí, un imán por allá, y la cosa funcionaba. Cuándo el motor de la máquina de la imprenta comenzaba a “pistonear” y echar humo por los costados, no se podía esperar seis meses a que la fábrica de repuestos en Alemania enviara la parte correspondiente. Nunca faltaba algún mecánico que encontraba un bulón parecido al original, pero un poco más grande, al que se pulía por los costados y se le agregaba una o dos argollas por debajo para salir del paso. Y la máquina arrancaba.
Con el correr de los años, sin embargo, el “lo atamos con alambre” terminó jugándonos en contra. Lo que comenzó siendo una loable cualidad de nuestros abuelos para resolver rápido y con pocos recursos una situación de estancamiento, terminó haciéndose costumbre. Empezamos a atar todo con alambre, no solo las maquinarias industriales, sino también los semáforos, los pozos de la calle y las veredas, el transporte público... Incluso después comenzamos a atar con alambre la salud, la educación, los problemas de seguridad, el narcotráfico, la convivencia. El ingenio y la voluntad del “lo atamos con alambre” original desembocó en la desidia, improvisación y consecuente fracaso del “lo atamos con alambre” moderno.
Pero si pensábamos que más de ahí no iba a pasar, estábamos equivocados. Ahora está naciendo una nueva forma de arreglar las cosas. Se trata del “Le tiramos gas pimienta”. Por eso, si queremos amedrentar a nuestros rivales deportivos, les tiramos gas pimienta. Si la maestra no aprueba a nuestros hijos en la escuela, le tiramos gas pimienta. Si un conductor no deja que le limpiemos el parabrisas en la 9 de Julio, le tiramos gas pimienta, le tiramos.
Así están las cosas. Arreglar todo con alambre ya no va más. Ahora se impone el gas pimienta. Y usted... ¿ya tiene el suyo a mano? ¤