Argentinos exitosos en el exterior (pero venenosos dentro del país)

Lo que le sucede a varias especies de ranas venenosas cuando son trasladadas de sus hábitats nativos quizás sirva para comprender el constante mal funcionamiento de la Argentina como país. Como sociedad perpetuamente disfuncional.

Sucede que muchas de estas ranas, extremadamente venenosas en sus lugares de origen, pierden toda su toxicidad al ser reubicadas en otros sitios. Los especialistas afirman que estos pequeños anfibios pierden la capacidad de seguir produciendo toxinas cuando se modifica su alimentación habitual. Según estos científicos, las pequeñas ranas fabrican su mortal veneno a partir de las substancias que se encuentran en los cuerpos de las hormigas que ingieren. De tal forma, estos animales son de los más peligrosos del planeta siempre y cuando vivan en sus hogares nativos. De allí que cuando son reasentados fuera de las selvas y simplemente les cambian su comida tradicional, se convierten en vistosas e inofensivas criaturas.

Esta radical transformación puede originar ideas esperanzadoras

   ¿Acaso esto no sucede lo mismo con los argentinos que emigraron y se adaptaron a las normas, reglas y leyes de sus nuevos países de residencia? Por decirlo sin sutilezas, ¿Al marcharse de la Argentina estos ciudadanos no perdieron su habitual y cotidiana capacidad para dañar a sus semejantes y a la sociedad en general? Probablemente. De otra forma no se entiende cómo tantos de nuestros compatriotas triunfan y tienen carreras exitosas en países desarrollados o medianamente organizados, mientras que en la Argentina vivían frustrados, sin poder desarrollar sus potencialidades e infringiendo casi todas las normas de convivencia.

   Lo que resulta más asombroso es la capacidad que tienen estos emprendedores migrantes de actuar civilizadamente en sus nuevos lugares de residencia, a pesar de que este era un comportamiento que en la Argentina les resultaba del todo extraño.

   Quizás, estos ciudadanos, al alejarse del territorio nacional dejaron de alimentarse de un difundido mal social que impregna cada rincón del territorio nacional: “la viveza criolla”. Una perniciosa comida espiritual que los envenenaba interior y socialmente. Como las hormigas a las pequeñas ranas. Lo más triste es comprobar que esto ya fue mencionado infinidad de veces como origen de nuestros males.
Jorge Luis Borges por ejemplo decía que “El argentino suele carecer de conducta moral, pero no intelectual; pasar por un inmoral le importa menos que pasar por un zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla.”

   El Psiquiatra y escritor Marcos Aguinis, en su libro “El atroz encanto de ser argentinos”, vuelve al mismo tema afirmando: “La viveza criolla da gracia, incluso risa. Pero su humor es negro. Tiene un efecto antisocial, segrega resentimiento y envenena el respeto mutuo. Sus consecuencias, a largo plazo, son trágicas. No sólo en el campo moral, sino en los demás, incluso el económico. Pone en evidencia una egolatría con pies de barro, un afán de superioridad a costa del prójimo y una energía que se diluye en acciones estériles. Es importante que aprendamos a detectarle sus mañosas fintas. Y mucho mejor que aprendamos a erradicarla de nuestra mentalidad. Tiene la fuerza de la peste. Y nos ha vulnerado hondo”.
   Pero no son los únicos. Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo de Resistencia, en su homilía del 12 de mayo de 2002 también se refería a este tema: “El sueño de la Argentina es un sueño extraño. Pensábamos que éramos grandes por el simple hecho que nuestra geografía lo es. Canadá es muchísimo más extenso que la Argentina, pero no por ello se creyó grande. Lo es por sus hombres que se han sobrepuesto con su esfuerzo a la extensión de sus estepas y a su clima gélido. Nosotros en cambio apostamos a "hacernos los vivos", a vivir sin esfuerzo, sin trabajar. Ya desde chico escuchaba, como si fuese una máxima de vida: ‘el vivo vive del zonzo, y el zonzo de su trabajo’.
   Esa máxima se hizo carne en el alma argentina. El lenguaje cotidiano da cuenta de esta triste cualidad. El ‘avivado’, el ‘ventajita’, el ‘acomodado’, el ‘piola’....” “Lo peor es que ésta ‘viveza’tan estúpida”, continúa Giaquinta, “oficializada por la dirigencia, ha producido subproductos humanos: punteros, ñoquis, privilegiados a sueldo... Y alimentó una inequidad social que, si bien existió siempre, nunca fue tan abismal como en la última década”.
   Ya pasó otra década desde esta homilía y lamentablemente nada cambió. La “viveza criolla” sigue vigente con la misma fuerza de siempre, envenenando el tejido social.

Lo más grave es que en nuestro querido país todos fuimos educados y vivimos bajo los efectos de estas enseñanzas.
No hay escapatoria. Son las perennes reglas del juego que aun rigen la vida en la Argentina. 

   Quizás el día que no nos alimentemos de esta “toxina” social nos convirtamos en mejores personas y como consecuencia natural logremos construir una sociedad más digna.  Tal vez todavía haya algo de tiempo.
   Mientras tanto la viveza criolla es una marca registrada que envenena a un país que continuamente navega a la deriva, más allá del capitán y tripulación de turno.
   Porque como todos somos vivos… ¤

  thegauchos

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