EDITORIAL • Noviembre 2011

gin"Las urnas nos dicen que sigamos por el mismo camino", dice el primer cartel, instalado en una ciudad que se prepara para recibir al húmedo y caluroso verano.
"Los bancos no tomarán más nuestras casas. No destruirán más el medio ambiente. No financiarán la miseria de la guerra. Los bancos no causarán más desempleo masivo", dice otro, desde una de las más grandes ciudades del mundo que se prepara para recibir al crudo invierno que la caracteriza.

"¿Qué distancia separan a una ciudad de la otra?", pregunta uno a través del Internet. "Como mil años de progreso", le responde otro, con humor. Ironías de lado, son unos 8500 kilómetros, más o menos.
Los del primer cartel se mueven entre aires de festejo, se los ve entusiasmados, orgullosos, seguros de sí mismos, y con ese gesto de exultación contenida detrás de una serena sonrisa que a veces se delata en los ganadores. Creen que han hecho las cosas bien y que por eso el presente los recompensa con una victoria y un día soleado y una copa de vino y la música de los bombos y los cánticos de miles vivando sus nombres.
A los del segundo cartel, en cambio, se los ve irritados y molestos, acosados por el frío y los gases lacrimógenos, sus puños cerrados martillan el aire al compás de las protestas, se abrazan, iracundos y esperanzados al mismo tiempo, y demandan cambios. Ellos creen que las cosas por este lado se han hecho mal y ya no están dispuestos a callarse y sufrir.
"¡Se han creado miles de puestos de trabajo!", exclaman los de más allá. "¡Se han perdido millones de puestos de trabajo!", se quejan los de más acá.
"¡Se ha reactivado la industria nacional!", se jactan los de más allá. "¡La mayoría de nuestros productos se fabrican en China!", se lamentan los de más acá.
"¡Millones de compatriotas pueden hoy acceder a una vivienda digna!”, dicen orgullosos los de más allá. "¡Millones de compatriotas han perdido sus casas a manos de los bancos!", dicen enfurecidos los de más acá.
Y así están los ánimos en uno y otro lado. Dos polos opuestos. Como auqellos del símbolo del tai chi, base fundamental de la cultura china, dos polos opuestos y a la vez complementarios. La mitad blanca, yang, expresa las fases de crecimiento, lo positivo, la expansión, el calor y la luz del día. La mitad negra, yin, expresa las fases de retroceso, lo negativo, la contracción, el frío y la oscuridad de la noche. Sin embargo, hay un pequeño círculo negro dentro de la gran mitad blanca, y uno blanco dentro de la negra. Los grandes sabios taoístas sabían que nada es totalmente puro, que dentro de cualquier campo existe el germen de su opuesto. Sabían también que nada permanece estático, sino en un estado de constante fluir y cambio.
Los de más allá han sufrido largo y tendido; hoy muchos de ellos gozan de una reconfortante primavera. Los de más acá la han pasado bastante bien por largo rato; hoy encienden una hoguera para que el fuego les dé un poco de calor durante el frío invierno.
Y así están las cosas en uno y otro lado. Tal como decíamos el mes pasado en esta editorial, la rueda sigue girando. ©

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