En la Argentina, como en otras muchas partes del mundo, se está haciendo una costumbre el culpar a la prensa de todos los males habidos y por haber, lo que denota poca autocrítica y mucho autoritarismo.
En notas anteriores hablamos de las culpas, del país adolescente, de la falta de autocrítica y la búsqueda de culpables; el tema de hoy tiene que ver con todo eso. En nuestra sociedad se observa que la clase dirigente se arroga los éxitos y reparte los fracasos o, dicho de otra forma, todos somos padres del éxito pero el fracaso es huérfano, ya que nadie se hace cargo de él.
Y así sobreviene el tema de hoy: la facilidad de nuestros gobernantes en endilgarle todos los males del país al periodismo. Justo es decir que este vicio no es exclusivo de la clase política, sino que también se repite en varios estamentos de la sociedad, como por ejemplo, el fútbol.
En los últimos días se ha estado tratando una nueva ley de medios en Argentina, misma que, como todo lo que hace este gobierno, fue presentada como otra gesta histórica contra los poderosos, la oligarquía, los vendepatria o cuantos epítetos quieran ponerle. El proyecto, dicen, se propone para cambiar la ley vigente que se remonta a los tiempos de la dictadura.
Cualquier lector desprevenido podría decir que renovar una ley caduca y seguramente poco democrática está bien y en eso coincidimos; pero lo que se cuestiona es el momento y el porqué de esta ley.
Luego de las elecciones de junio pasado, en su análisis de la derrota electoral, Néstor Kirchner vio, tanto en la oposición triunfante como en la prensa, a sus enemigos a futuro. Con el correr de los meses, Kirchner empezó a perderle el miedo a la oposición cuando sus vencedores de junio se enredaron en peleas internas. Apenas se sintió fuerte, avanzó contra el periodismo, al que culpa por describir un país que no le gusta. La movida contra TyC / Clarín que comentamos en el número del mes pasado y el impulso de la ley de medios fue la jugada para coronar la estrategia de dar vuelta el resultado de junio. Esta es la estocada final de los Kirchner contra la libertad de prensa.
La dictadura finalizó hace exactamente 26 años; los K gobernaron el país durante los últimos seis años con la ley de la dictadura vigente. Entonces ¿por qué ahora? Primero, porque ahora más que nunca consideran a los medios como sus principales enemigos, y segundo, porque después del recambio de autoridades de diciembre el Gobierno pierde la mayoría en el Congreso. Estos y no otros son los motivos del momento elegido para cambiar la ley de medios.
Como todos sabemos, en lo político, en lo social, en lo económico y hasta en la vida diaria, los hechos hablan por sí solos, y aunque uno haga todo bien las críticas siempre estarán. Hay críticas despiadadas y críticas con buena onda, para ayudar o construir. Sabemos que el personaje público hablará más que nada por lo que haga bien o mal en su trabajo de servidor público. Como diría un burrero: en la pista se ven los pingos. Así, el director técnico de fútbol hablará en la cancha por lo bien o mal que jueguen sus equipos, el jugador por su desempeño y así tendremos innumerables ejemplos.
Por supuesto, la prensa tampoco está exenta de errores y suspicacias. La prensa amarillista se preocupará por los escandaletes, romances y demás liviandades; el periodista serio analizará o reportará las situaciones que le corresponda analizar desde una perspectiva responsable y honesta; y los periodistas “gomias” alabarán todo lo que hagan sus "jefes", esté bien o mal.
Fuera de este periodismo que estará de un lado o de otro de acuerdo a los negocios y prebendas que consiga del poder de turno, existe el periodismo verdadero, que criticará o apoyará el desempeño del funcionario público libremente y basándose en razones ideológicas, de creencias, intelectuales o de conciencia, y nunca a partir de un cheque por debajo de la mesa.
Ese es el periodismo que molesta; no el que dirá a todo que sí, ni el que se puede comprar (aunque éste, en definitiva, sea el más peligroso).
Si en la Argentina hay un 30% de pobreza, un 11% de indigencia, la delincuencia aumenta, pululan medicamentos truchos en todo el país o si el tráfico de drogas aumenta en forma sustancial, si los índices que da el gobierno son todos truchos, esto, por poner sólo unos pocos ejemplos, no será culpa de la prensa por publicarlo, sino del gobierno que no hace bien sus deberes.
Este tema, como tantos otros, tiene ribetes grotescos, trágicos y hasta tragicómicos. Ejemplos hay muchos; a continuación enumeramos algunos de ellos:
Luego de ventilarse otro de sus escándalos sexuales, el premier italiano Silvio Berlusconi arremetió contra la prensa diciendo: "Es mentira que frecuento a menores de edad. Es todo culpa de la prensa izquierdista, que no logra aceptar mi popularidad del 75%”. El capitán del club Barcelona, Carles Puyol, culpó a la prensa por la lesión de la estrella argentina Lionel Messi, al decir que ellos "han presionado para que jugara". Y para lo último dejé a Kristina. En una reunión de la presidenta argentina con su colega español José Luis Rodríguez Zapatero, el mandatario ibérico se preocupó por los fondos españoles invertidos en Argentina. La presidenta le aseguró que los fondos de pensión no fueron estatizados: "Se trata sólo de un cambio de administración", disimuló. Rodríguez Zapatero le recordó que ese "simple cambio" había derrumbado durante varios días la Bolsa de Madrid. "Eso fue culpa de la prensa", le respondió Kristina, suelta de cuerpo. ¿Cómo se responde a semejante obcecación?
Como ya dijimos, estos son casos que, si se quiere, se pueden tomar como graciosos. El problema, cuando el poderoso marca al periodismo como enemigo, es que no faltan grupos altamente autoritarios que con el consentimiento o no del poderoso toman soluciones a veces irreversibles. Ejemplos sobran en Argentina, y podemos recordar el asesinato del fotógrafo de la revista Noticias, José Luis Cabezas.
En América Latina terminó la era de las dictaduras militares, pero, por varias razones, no terminó la cultura autoritaria. Que los presidentes sean elegidos en forma democrática no siempre implica que sean democráticos. En varios países de nuestro continente los gobernantes se han tomado el trabajo de dividir las aguas y dejar claramente expuestos a los medios leales y los enemigos tildados de traidores a la patria. En esos lugares hay corresponsales que perdieron sus licencias por "haber faltado a la ética periodística" y por "no haberse ajustado a la objetividad". En otros países se cerró algún medio por considerarlo "canal golpista". En una disyuntiva quedaron entonces los medios y los periodistas: hacer proselitismo, sinónimo de "patriotismo", o ejercer el verdadero periodismo, sinónimo de "oposición".
Lo grave de todo esto es ver las estadísticas y constatar que en la región han sido asesinados más de 320 periodistas entre noviembre de 1987 y el día de hoy.
La prensa, dicen, crea climas. Clima de inseguridad, clima de insatisfacción, clima de autoritarismo... Le encanta expandir el mal humor y alentar fantasmas, así como denunciar actos de corrupción. Le encanta difundir estadísticas oficiales que reflejan progresos poco claros, como la baja del desempleo por el aumento de los subsidios estatales o la baja de la pobreza por el aumento de la población. Le encanta buscarle la quinta pata al gato: el mayor índice de asaltos, por ejemplo, no se debe a la delincuencia, sino a la bonanza económica.
Libre de culpa no está la prensa por depender de la publicidad estatal, distribuida con discrecionalidad como si fuera un botín de guerra. Libre de culpa no está la prensa, porque ya vimos que hay de todo como en toda profesión. Pero nunca antes la puja con el poder había llegado tan lejos y en tantos países a la vez. ©