Incontables novelas y películas sobredimensionan el trabajo periodístico para despertar el interés de los espectadores. Muchas de ellas son verdaderas joyas de suspenso e intriga que relatan las aventuras de intrépidos colegas que investigan, corriendo graves peligros personales, pistas misteriosas con el solo fin de procurar el bien común.
Los reporteros hallan las pruebas que les permite demostrar fraudes, asesinatos, corrupción y muertes. Como consecuencia de ello los incriminados generalmente reciben su merecido. En la lista de los malos figuran funcionarios policiales, políticos poderosos y crueles e insensibles empresas multinacionales (habitualmente las grandes corporaciones petroleras, tabacaleras, farmacéuticas y empresas de biotecnología y manipulación genética encabezan el ranking del mal). El súmmum del heroísmo periodístico se relaciona con aquellas investigaciones destinadas a desenmascarar conspiraciones y complots internacionales.
El mensaje optimista es bastante simple y ancestral: los buenos triunfan y los culpables son condenados a terminar sus días en la cárcel por la justicia luego de un juicio justo.
Esto es altamente esperanzador... pero muy hollywoodense. Tiene aceptación universal porque refleja el sueño de casi todos los habitantes del planeta, aunque el resultado final es mucho más fútil de lo que parece.
Sin dudas, el caso Watergate fue el máximo exponente de esta concepción idealista de la profesión. Carl Berstein y Bob Woodward a través de su investigación en el Washington Post lograron lo que actualmente parece una utopía: la caída del presidente Richard Nixon, quien era nada más ni nada menos que el gobernante más poderoso de la tierra.
¿Pero qué pasa en estos días? La buena noticia es que la universal sed de justicia no ha menguado en lo más mínimo: en el mundo todos desean que los malos purguen sus días en prisión. Y la mala es que la verdad y la justicia pocas veces triunfan.
En este siglo híper conectado, denuncias periodísticas mucho más graves que las que hicieron dimitir a Nixon proliferan por doquier, sin ningún final feliz.
A través de las redes sociales y cientos de miles de sitios de Internet, día a día, casi hora a hora, se denuncian las peores atrocidades cometidas por dictadores, gobernantes democráticamente electos, políticos y empresarios inescrupulosos. Ahora el universo se ha ampliado y también involucra a jueces y policías corruptos. Con las nuevas tecnologías lo que sucede en el mundo a veces se puede ver en vivo y en directo.
¿Pero cuál es el resultado final? Decepcionante. Los malos están ganando como en las horas más oscuras de la humanidad. Con total impunidad, sin recibir ningún castigo. Y los ejemplos abundan.
A comienzos de este año se supo que el dictador norcoreano Kim Jong Un ejecutó a su tío Jang Song Thaek el 12 de diciembre de 2013 a través de un método particularmente despiadado. El pobre tío Jang, acusado de ser un "traidor a la patria", fue arrojado (junto a cinco de sus ayudantes más cercanos) a una jauría de 120 perros hambrientos.
Este hecho tuvo enorme difusión internacional a través de radios, televisión y medios gráficos. En Google, “kim il jong kills uncle” tiene más de 9 millones de resultados.
Lo más angustiante es que si se hiciera una encuesta a nivel global sobre cuántas personas recuerdan este hecho, que sucedió hace solo unos pocos meses, los resultados serían decepcionantes. Muy pocos podrían describirlo.
La catarata de noticias que recibimos diariamente no puede ser procesada. Nuestros cerebros no están preparados para tanta información. Por eso el mundo fluye, tristemente, hacia un individualismo feroz rayano en el autismo, en donde a casi nadie le importa lo que le sucede a los demás. Reina la apatía.
También es noticia cotidiana la terrible persecución que están padeciendo las comunidades cristianas en África y Asia, donde son asesinados infinidad de creyentes por año. Pero, otra vez, serían escasos los que podrían mencionarlos.
Pero la humanidad necesita más solidaridad, comprensión y altruismo que nunca. Porque aunque muchos no lo crean, en algún momento todos padecerán las consecuencias. La indiferencia ya no es una opción.
. También es ineludible explicar el contexto y el proceso completo. Por eso siempre todos deberíamos recordar el sermón ¿Qué hubiera dicho Jesucristo?, pronunciado en la Semana Santa de 1946 por el pastor luterano alemán Martin Niemöller (muchas veces atribuido erróneamente a Bertolt Brech):
"Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".
Explicar el proceso implica, por ejemplo, resaltar que la comunidad internacional reaccionó muy suavemente a la carnicería padecida por Jang Song Thaek y sus cinco colaboradores… porque Corea del Norte es una potencia nuclear con misiles de largo alcance. Un buen motivo para que las matanzas de cristianos en el mundo árabe y Nigeria no se resalten demasiado se debe a que casi todo el mundo consume el petróleo de estos países.
Y también que mas allá de las apariencias, no hay demasiados finales felices. Porque al final de cuentas el ex presidente Richard Nixon fue indultado por su vicepresidente y sucesor Gerald Ford… el primer día que éste asumió como presidente.
A pesar de todo, la labor periodística y la libertad de prensa son imprescindibles para el bien común. Porque mejoran al mundo poco a poco.
Y nos brindan un futuro con esperanza.¤