La mayoría de los argentinos nos caracterizamos por no ser muy abiertos en cuanto a opiniones diferentes se refiere. Constantemente caemos en extremismos y etiquetamos a las personas de acuerdo a algún pensamiento que dejen traslucir; por ejemplo, aquel que tenga inquietudes sociales, enseguida será un “zurdo” y al que le guste la economía liberal le irá perfectamente el mote de “facho”, así sin medias tintas.
Siendo la mayoría de los argentinos de esa forma, no debería sorprendernos que nuestros gobernantes se parezcan a nosotros. Aunque se supone que para llegar a ese nivel se debe estar despojado de esas pequeñas pasiones y dar ejemplo de objetividad y pureza de criterio; eso (por lo menos en nuestro amado país) no ocurre.
La historia de los argentinos se edificó sobre divisiones antagónicas: morenistas y saavedristas; unitarios y federales; rosistas y sarmientistas; peronistas y antiperonistas; laicos y libres; azules y colorados… y así sucesivamente hasta nuestros días.
En los últimos años, los gobiernos que se sucedieron -pese a que en sus discursos se arrogan ser sumamente democráticos- no pudieron dejar sus antagonismos. Así se vio en los gobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, pasando por Duhalde para terminar en el de Kirchner. En mayor o menor medida, todos ellos tuvieron graves deslices, censurando ideas o expresiones diferentes a las aceptadas por el poder de turno.
Pero quizá sea el gobierno actual el que más ha exacerbado los antagonismos, reflotando viejas diferencias o directamente desde el discurso que obliga a posicionarse con EL o directamente como enemigo de EL.
Néstor Kirchner no sólo no acepta ideas diferentes, sino que al igual que otros presidentes sufre de delirios persecutorios; lee o hace leer todos los diarios y revistas de actualidad y recibe información de lo que se dice en radio y televisión y si encuentra alguna crítica que no le gusta, ejerce presión, ya sea en forma intimidatoria y/o económica sobre el medio de comunicación amenazando con quitar pautas publicitarias oficiales a aquellos que sigan con las críticas.
La censura oficial ya la han sufrido varios periodistas; entre los más conocidos, Jorge Lanata, Julio Nudler (Página 12) y recientemente Pepe Eliaschev. El caso de Pepe Eliaschev es una muestra clara de cómo se maneja Radio Nacional, que es estatal (sus venas se alimentan de los impuestos que paga el pueblo argentino), y que es usada por el gobierno como una unidad básica al servicio del presidente. Pepe Eliaschev en Radio Nacional era un pingüino en el desierto: criticaba el uso arbitrario de la pauta oficial, criticaba a Patti pero también a Hebe de Bonafini, defendía los derechos humanos y civiles de todos y no sólo de los que comulgan con la ideología gubernamental, criticaba al presidente y a la oposición. Pero a fines del 2005 fue despedido por orden presidencial.
La libertad de expresión es uno de los derechos humanos fundamentales, cuya protección jurídica implica que no se sufrirá ningún mal o perjuicio ante la declaración de cualquier opinión, con la única excepción de que con esa opinión no se haga daño a terceros.
Es fundamental la relación existente entre libertad de expresión y democracia, puesto que hace a su naturaleza que las decisiones colectivas se tomen en el marco de un amplio debate y discusiones públicas, lo que nos lleva a una concepción más amplia de la libertad de expresión: debe prohibirse toda acción que la menoscabe, como por ejemplo la censura, la clausura de medios, la persecución de periodistas o presiones de cualquier tipo. Pero todo esto el actual gobierno no lo entiende.
El correcto debate de ideas no lo sienten ni lo entienden tampoco los diputados y senadores de la Nación cuando le dan derechos especiales al presidente para avasallar la división de poderes, derechos especiales que también anteriormente se le dieron a Menem y al binomio De la Rúa-Cavallo. Tampoco los legisladores lo entienden cuando el congreso bate todos los récords por la escasa actividad legislativa, o cuando promulga leyes provenientes de “arriba” casi sin discusión, haciendo uso y abuso de mayorías parlamentarias o de acuerdos espurios con partidos minoritarios, a cambio de vaya a saber qué, para que voten sus leyes, evitando obviamente el disenso y el intercambio de ideas.
Algunos esperanzados o utópicos creyeron que con el triunfo de las listas que apoyaban a Kirchner en las últimas elecciones se vería a un presidente más calmo, con ánimos de conciliar y gobernar al país desde la discusión para conseguir consenso, pero lo que se ha venido dando en los últimos meses es un Kirchner aún más furibundo contra las expresiones diferentes. Pero esas expresiones no se centraron sólo en el periodismo, sino que también se han dado con todo aquel que desde la óptica presidencial no lo ha apoyado como él considera debería ser. Así, por ejemplo, cayó en desgracia el ex ministro de Economía Lavagna y ahora tiraron con munición gruesa contra el vicepresidente de la Nación Daniel Scioli.
Al caer Lavagna, Scioli es el último que queda de la sociedad rota Duhalde-Kirchner en el gobierno.
Scioli es considerado un enemigo dentro del gobierno, por lo que hace un tiempo el matrimonio presidencial y algunos alcahuetes de su entorno comenzaron operaciones de prensa para incomodar al vice y obligarlo a renunciar, siendo ésta, la única manera de sacárselo de encima, ya que por ser un cargo electivo, al vicepresidente no se lo puede despedir como se ha hecho con otros supuestos “disidentes”.
Otra actitud vergonzosa fue la burla que el presidente Kirchner compartió en la Casa Rosada con dos humoristas de televisión contra el ex presidente De la Rúa, juzgada como un patético ejemplo de falta de respeto. Más allá de este sarcasmo, esto es condenable por lesionar la investidura presidencial del ex presidente De la Rúa como la del actual presidente Kirchner, convertido para el caso en uno de los "bromistas” de Tinelli. Esto es otra demostración de la personalidad Kirchner: le escapa al periodismo serio que lo puede incomodar con alguna pregunta, pero se hace cómplice de periodistas “chupamedias” como son los movileros de Tinelli.
Por último, la reforma del Consejo de la Magistratura es otro eslabón más en la cadena de desprecio de la democracia por parte del gobierno; por un lado, porque la reforma que intentan instalar le daría el poder al gobierno para remover y elegir jueces y por otro lado porque la ley impulsada es inconstitucional, por tres motivos:
1ro.- Genera que el gobierno, por número propio, pueda frenar cualquier decisión importante en la que estén de acuerdo los demás miembros.
2do.- Porque en el consejo deben estar representadas todas las instancias del poder público y el proyecto gubernamental saca al representante de la Corte Suprema de Justicia.
3ro.-Todos los representantes pueden ser removidos por el propio Consejo, menos los representantes políticos que deberán tener la aceptación para ser removidos por el Congreso o el presidente.
Por supuesto, el gobierno trata de venderle este proyecto a la población diciendo que el Estado se ahorraría muchos fondos al reducir la cantidad de representantes, cuando la realidad indica que la intención es conseguir más poder. La oposición, no importando la tendencia ideológica de los partidos, se juntó para oponerse a esta arbitrariedad. Por supuesto, desde el gobierno este acto realmente democrático de no apoyar algo que consideran negativo para el país fue criticado duramente diciendo: “Se juntan el agua y el aceite con el sólo fin de no dejarnos gobernar”.
Habría que hacerle entender al presidente que no lo votó el 100% del electorado, que él sólo obtuvo la primera minoría; el 40% aproximado que logró su partido no significa que todo el pueblo está con él, sólo demuestra que es el que sacó la mayor cantidad de votos, pero aún hay un 60% del electorado que disiente con su política.
Eso significa la democracia: el que gana es gobierno y los que no, son oposición; gobernar sólo para los que piensan como uno no es democracia, es autoritarismo.
Ser democráticos no es sólo una expresión de deseos, sino que es algo que hay que demostrar con los hechos más que con las palabras. Esto, por lo menos en Argentina, aún no se ve. Ø