Argentina, un país condenado al éxito

Argentina, un país condenado al éxito Argentina es un país maravilloso, el mejor del mundo, como nuestra carne no hay, y las mujeres ni te digo, inventamos el dulce de leche, el colectivo y la birome, el Río de la Plata es el más ancho… y ni te cuento la Avenida 9 de Julio, somos los campeones morales… Pero yo… argentino.

Fuera de estas frases y exageraciones tan típicas nuestras, realmente la naturaleza ha sido pródiga con nuestro país; una lujuriosa variedad de bellezas naturales, playas, montañas, cataratas, nieve, glaciares, todo en un mismo territorio.
El argentino es un tipo especial; no digo que somos mejores ni peores, hay algo en nuestro “gen argentino” que nos diferencia. Demás está decir que, individualmente, el argentino se destaca,  pero repito: individualmente. Cuantiosos ejemplos hay de esto, pero considero que allí radica nuestro enorme problema, lo que individualmente nos destaca, en conjunto… nos defenestra.
Es evidente que como país adolecemos de una obstinada aptitud para no lograr avance alguno; quizá el motivo menos evidente pero más lógico es que en conjunto no servimos … no nos ponemos de acuerdo, no buscamos el acuerdo, siempre queremos hacer prevalecer nuestra posición personal. Esto, volcado a la política, lo vemos todos los días; nuestros “representantes” hoy están con uno, mañana con otro, armando tranzas más que acuerdos políticos, buscando más su trepada que consensuar ideas y políticas coherentes en la búsqueda del bien común.
Y en esto caen todos, oficialistas y oposición por igual. Hace tiempo que hay verdades de Perogrullo que de tanto decirse amenazan con ser definitivamente ciertas; por ello se escucha decir por igual que “los peronistas son los únicos que pueden gobernar” o “que los de la oposición son todos unos inútiles” o que “los peronistas cuando no están en el poder imposibilitan la gobernabilidad”.
No podemos decir que estas afirmaciones sean totalmente falsas, pero podemos coincidir en que son verdades a medias. Analizando esas frases preconcebidas se puede deducir que en lugar de que "los peronistas son los únicos que pueden gobernar” podríamos decir que, en realidad, son los únicos que pueden terminar sus mandatos. En cuanto a gobernar bien, hasta ahora, tanto peronistas como radicales, han demostrado una gran inutilidad, ya que en los últimos 25 años se han pasado el poder entre ellos y el país no ha logrado mostrar coherencia en lo que a política interior se refiere ni en intentar adecuarse a las reglas que manejan el mundo.  
Que en la oposición son todos inútiles, también es media verdad, porque a la vista de los hechos, no queda bien claro quién es más inútil.
Por último, en cuanto a que los peronistas imposibilitan la gobernabilidad de los otros, convengamos que tanto en los incidentes del 89, cuando Raúl Alfonsín dejó el gobierno anticipadamente, como en el 2001, cuando Fernando De la Rúa se fue en el famoso helicóptero, los justicialistas tuvieron participación. Pero también coincidamos en la culpa propia, que la Alianza se haga cargo de los errores  que catapultaron la caída: el abandono anticipado de Chacho Álvarez a la vice presidencia y todos aquellos que fueron dejando a De la Rúa a su suerte cuando éste se vio forzado a realizar cambios de gabinete por disidencias dentro de la Alianza.
En virtud de los resultados de las últimas elecciones parlamentarias podemos decir que la oposición se vio favorecida no sólo por el  voto sino por la decadencia kirchnerista. Ahora habrá que ver qué es lo que hacen.
Y aquí un poco de lo mencionado anteriormente sobre nuestro conflicto entre lo individual y lo grupal; aunque hayan triunfado, vemos que la oposición en su campaña no tuvo la grandeza de unirse tras un programa básico unificado, fácil de alcanzar por los numerosos puntos en común. En contraste con el oficialismo, la amplia población opositora coincide en recuperar una República con clara división de los tres poderes mediante la supresión de los decretos de necesidad y urgencia, abolir los poderes extraordinarios cedidos al poder Ejecutivo, reformar el Consejo de la Magistratura para que los fiscales y jueces puedan desempeñarse con la debida eficacia y seguridad sin temer “el degüello” cuando juzgan a un funcionario corrupto y, también, aumentar los controles sobre el funcionamiento de las diversas reparticiones del Gobierno. Existe coincidencia en recuperar al federalismo, decapitado por el unitarismo perverso de los Kirchner. Además, coincide la oposición en jerarquizar la política mediante la lucha contra el clientelismo inmoral efectuado con los recursos del Estado y otras medidas que no son demasiadas, pero sí decisivas para la salud de nuestro país.
Tampoco la oposición ha puesto el acento en políticas estratégicas con visión de mediano y largo plazo. Se ha limitado a la coyuntura, en responder agravios, a competir entre sus propios candidatos y, de esa forma, ha caído en la trampa oficialista de aumentar la confusión en materia de ideas, modelos y acciones. No ha expresado los grandes sueños que deben motivar a la ciudadanía. No ha desplegado con suficiente intensidad y lucidez su compromiso con la puesta en marcha de políticas de Estado. Son políticas que deben ejercerse a lo largo de varias administraciones con el juramento de no ceder ante las dificultades que deban enfrentar, hasta alcanzar un éxito contundente. Se refieren, entre otras, a la educación, la salud, la seguridad y la apertura incesante de fuentes de trabajo.
Como toda elección, la realizada recientemente generó esperanzas, y la oposición ya no se sentirá impotente ante un Ejecutivo soberbio y hegemónico. No deberá someterse a su arbitrariedad. Pese a las diferencias que esgrimen las diversas denominaciones políticas, los aspectos esenciales de la restauración democrática y republicana son compartidos por casi todos. Por lo menos, de la boca para fuera. La otra esperanza que suscita la nueva oposición es que ayude a mejorar la gobernabilidad del país. Esto es, que la Presidenta constitucional siga en su puesto y ejerza mejor sus funciones al saber que debe dialogar, consensuar y respetar. Se desempeñará con mejor rendimiento si se le fijan límites y se le muestra qué puede y qué no puede hacer. También, aquello que debe hacer para beneficio de la vida y el futuro de los argentinos. No olvidemos que puede mantener por un tiempo sus caprichos mediante el recurso del veto y los dineros secretos del Estado.
La ciudadanía acaba de expresarse, pero debería seguir con más cuidado el desempeño de los representantes elegidos. El descrédito de la "borocotización", de las candidaturas "testimoniales", del clientelismo, de las alianzas electoralistas, de los aprietes a la prensa, de las amenazas, ya dejaron de ser indiferentes. Ahora tienen presencia en el foco de la atención pública como patologías a erradicar.
Pero a la luz de los hechos acaecidos en los últimos días, donde integrantes de una de las coaliciones electorales integradas por el radicalismo y Elisa Carrió tira por la borda parte de las esperanzas nacidas en las últimas elecciones, ya que de cara al llamado al diálogo del Gobierno invitando a la oposición, hubo en su seno posturas dialoguistas y posturas de confrontación. Se ve que antes de asumir sus cargos, parte de los recientes triunfadores se están matando con posiciones enfrentadas, lo cual muestra una vez más nuestra tendencia al individualismo por sobre lo grupal, aún en desmedro del bien común.
En vista de todo esto y parafraseando a Eduardo Duhalde con el título de esta nota en cuanto a que “la Argentina está condenada al éxito”, todo este individualismo me lleva a pensar que de la forma en que somos y por la clase política que creamos, por lo menos por ahora, la Argentina está condenada al fracaso. ©

  thegauchos

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