La relación de los Kirchner con Chávez se puede definir como una seducción con billetera; lo que no se termina de entender es que haya gente que está de acuerdo con este ex-militar golpista
En esta ambivalencia tan típica de los argentinos -entre otros- donde sólo existe el blanco y el negro, sin grises, se presentan y se nos presentan falsas opciones. La relación del matrimonio Kirchner con el líder bolivariano es la de un típico matrimonio por conveniencia; sería lo contrario de las “relaciones carnales”, frase tristemente célebre de los años 90. Que sea la antítesis no quiere decir que sea mejor, porque como todos sabemos lo opuesto no es siempre lo mejor, sino que a veces termina siendo peor que lo anterior.
Para aquellos que ocuparon y ocupan el poder, llámense políticos, militares, líderes religiosos o lo que sea, nunca es suficiente el poder que detentan; todos sus movimientos son en busca de más poder y la forma de obtenerlo poco tiene que ver con la ética y cada vez menos tiene que ver con el bienestar de los ciudadanos, sobre todo en regímenes personalistas como los que desgraciadamente abundan en nuestra castigada Latinoamérica. Esto ha sido refrendado por la historia cuando poderosos de las más disímiles extracciones ideológicas se han puesto de acuerdo en determinadas circunstancias: los memoriosos recordaremos el movimiento de los “No Alineados” donde varias veces coincidieron Fidel Castro y Videla; recurriendo a los libros de historia comprobaremos que antes del gran desastre nazi, Stalin y Hitler tenían más puntos en común de lo que nos quisieron hacer creer.
Salvando las distancias, la relación entre nuestros gobernantes y Chávez, como lo hemos dicho, es claramente de conveniencia, donde los fuertes dinerillos de la abundancia petrolera del bolivariano han ayudado a fortalecer el demagógico discurso antiimperialista de nuestros gobernantes con aquella maniobra de pago de la deuda externa, cuando en realidad la única deuda que se pagó fue la del FMI, cambiándola por una deuda más cara asumida con Venezuela. Por otro lado, tampoco han quedado en claro las valijas que llegaron de Venezuela en la campaña electoral de Kristina.
Todo esto y otras cosas más han puesto a nuestro país en una relación de dependencia con este líder poco democrático, dejando a nivel mundial peligrosamente expuesta a la Argentina como aliada a esa política plagada de exabruptos y desaciertos a los que Chávez nos tiene acostumbrados. Y aunque parezca mentira, las formas de gobernar de estos pseudodemocrátas no se diferencian con las de aquellos de los cuales dicen estar en la vereda opuesta.
El poco interés democrático de Chávez y de otros líderes latinoamericanos, incluyendo en algunos aspectos a nuestros gobernantes, demuestra que el camino es equivocado. En estos gobernantes, lo que más queda expuesto es el escozor que les causa la división de poderes, ya que pretenden que todo pase por sus manos; llevan personalmente las riendas de sus gobiernos y están hasta en los más mínimos detalles de la gestión. Desconfían de la prensa, promueven la creación de medios leales y alternativos a los principales del país para publicar su versión de los hechos sin contrapuntos y retiran la publicidad estatal a los medios que los critican. Denuncian conspiraciones permanentemente y tienen aversión a los cacerolazos que organizan sus adversarios, e incitan a sus partidarios a contrarrestarlos con manifestaciones propias, muchas veces violentas. Aun contando con la mayoría parlamentaria, piden siempre más poder y recurren con mucha frecuencia a los decretos/ley. Descalifican a los disidentes y exigen fidelidad absoluta con su proyecto.
Y la que es quizás referencia principal: mucho, pero mucho dinero destinado al clientelismo político y la compra de votos y favores.
Pero lo que más preocupa es lo que le pasa a cierta gente con estos líderes, aquellos de los que no dudaría de su honorabilidad o su discernimiento, pero se comen este antiguo verso antagónico. Me ha llamado siempre poderosamente la atención que gente con la que coincido plenamente en la oposición a los golpes de estado en Argentina, no son igual de terminantes con otros golpes de estado en otro países, cuando los militares que toman el poder lo hacen enarbolando un supuesto discurso de izquierda. ¿Por qué el fin de las libertades individuales, las prohibiciones, la censura, los encarcelamientos y hasta en algunos casos las muertes, son justificadas de acuerdo al discurso con el que se perpetren?
Salvando las distancias, lo mismo pasa con las recientes expropiaciones del gobierno chavista de empresas de capitales argentinos. Si la expropiación la hubiera llevado a cabo Estados Unidos ya habrían hecho mayúsculo escándalo, y tendríamos las calles llenas de antiimperialistas, anticolonialistas, denunciantes de cipayos y toda esa terminología tan actualizada que usan los pseudoprogres. Pero como lo hizo alguien con discurso antiimperialista, no dicen nada. Pongámonos de acuerdo, lo que está mal está mal, no importa el discurso del que lo hace.
Pero asombra que haya coincidencia entre una supuesta fuerza positiva, como desde el comienzo ha tratado de presentarse la izquierda. La izquierda seduce por su rebeldía, transgresión y disonancia. Por eso, seduce a los jóvenes y también a quienes no son jóvenes, pero tienen un espíritu vital y sensible.
Es interesante observar que el totalitarismo de derecha mantiene fuertes analogías con su aparente contrario, el totalitarismo de izquierda. Al igual que la izquierda, el fascismo pretendió ser revolucionario, crear el "Hombre Nuevo”.
Nos hemos acostumbrado a denostar el fascismo, el nazismo y variadas dictaduras de derecha. Pero hay resistencia en denostar modalidades, llamadas socialistas o de izquierda, que se imponen el rótulo de progresistas, pero traicionan sus propios valores. En nombre del bien general, imponen el despotismo.
De los valores originarios de la izquierda, el más elevado es el de la libertad. La libertad, significa el respeto por los derechos de cada ser humano, que incluyen la libertad de pensar y expresarse, decidir, viajar y hacer lo que uno quiera sin perjudicar los derechos del prójimo.
La libertad también significa cuestionamiento de los dogmas, ideologías o presuntas verdades oficiales. Incluye, desde luego, la pluralidad de enfoques y criterios, que se enriquecen mediante el intercambio. Comprende la libertad de expresión; abarca, desde luego, la creatividad artística y científica. La creatividad mantiene un correlato poderoso con la libertad de prensa, que no debe ser censurada en forma directa o indirecta, porque esa censura constituye un agravio espantoso.
La izquierda originaria respalda al progreso, pero en los hechos suele apuntalar el atraso y el rencor estéril. Por fin, su cualidad más vigorosa es el anhelo por conseguir la desaparición de la pobreza mediante la igualdad de oportunidades, la transparencia competitiva y el reconocimiento del mérito. Estos valores originales de la izquierda se oponen a los principios de la derecha, manifestados en sus expresiones totalitarias: ausencia de libertad y cercenamiento de los derechos individuales, persecución de la disidencia, censura de prensa, asfixia de la creatividad, abominación del pluralismo, intolerancia, manipulación de los pobres a quienes se desea mantener en su miseria. ¡Asombroso! Es lo que hace el totalitarismo de izquierda.
Pretenden hacernos creer que la izquierda se asocia con el progreso y el bien, mientras que la derecha, con el atraso y el mal. Una es querible; la otra, espantosa. Sin embargo, las evidencias muestran que la izquierda ha traicionado sus valores originales. En América Latina se ha mantenido en Cuba y se irradiaron durante medio siglo los atributos violentos y opresivos y hasta a veces delirantes. En todos los rubros sobresale su carácter ultraconservador, generoso en unificar para abajo. Algunos países de nuestro vacilante subcontinente parecieran querer seguir su modelo antidemocrático, que traiciona los valores originales de justicia, libertad y fraternidad, cercena el vuelo de las personas y hiere de muerte la pluralidad de ideas. También se ha convertido en cómplice de regímenes ultrareaccionarios, donde se oprime a la mujer o se fusila a los homosexuales. En síntesis, los totalitarismos de las dos orillas coinciden en su odio a la democracia y comparten un carácter falsamente puritano. Coinciden en su tendencia al pensamiento único, que lleva al partido único y al líder único. Fanáticos de izquierda o de derecha tienen en común la mentalidad catastrófica, y los entusiasma la omnipotencia.
Esto no coincide con los valores originales de la izquierda que cualquier bien nacido no dejaría de aplaudir. No se la puede seguir llamando izquierda, sino falsa izquierda o pseudoprogresismo. No tiene profetas de la paz, la armonía y el crecimiento, sino del avasallamiento, la corrupción y el ahogo. No cuestiona a los déspotas cuando se calzan la corona que dice "socialismo" o "izquierda".
Para cerrar, dejo una frase de un gran pensador del siglo pasado: "Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye a falsificar más aún la realidad del presente, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías”. Ortega y Gasset lo dijo en 1937, y todavía tiene vigencia.©