La otra sublevación que ocurrió en lo que hoy es la República de Bolivia, tuvo lugar el 16 de julio de 1809 en La Paz. A las 19 horas de ese día los revolucionarios encabezados por Pedro Domingo Murillo tomaron el cuartel de Veteranos pidiendo Cabildo Abierto, al mismo tiempo que deponían al gobernador Tadeo Dávila y al obispo Remigio de la Santa y Ortega. Allí instauraron el primer gobierno libre de la América Española, que fue el de la Junta Tuitiva de La Paz.
Luego, el 22 de julio, la Junta le ordenó al mestizo Pedro D. Murillo que se desempeñase en el cargo de coronel comandante de la ciudad.
El 27 de julio la Junta lanzó una proclama que declaraba la independencia de las colonias, la que fue enviada a las principales ciudades en espera de su pronunciamiento y adhesión a la causa.
En 1808 Juan Manuel de Goyeneche, militar español, había sido comisionado como representante plenipotenciario de la Junta Suprema Central de Sevilla para la proclamación del rey Fernando VII en los virreinatos del Río de la Plata y del Perú.
Al pasar por Río de Janeiro camino a Buenos Aires se entrevistó con la infanta Joaquina Carlota de Borbón, hermana de Fernando VII y reina regente de Portugal en el Brasil, con ambiciones de asumir los títulos de su hermano en tierras americanas. Por ello se caldearon los ánimos en Charcas, cuyos pobladores se levantaron en defensa de los intereses del rey Fernando VII. El lema fue: “Muera el mal gobierno, viva el rey Fernando VII”. Por eso, muchos historiadores consideran que fue una revuelta que enfrentó a Fernandistas y Carlotistas, en una postura ajena a las intenciones de lograr la independencia. Pero, sin embargo, la situación fue más allá, porque ya se había introducido en la mente de muchos la idea de la libertad, razón por la cual se enviaron emisarios a muchos lugares de lo que hoy es Bolivia.
El descontento que se vivía en Charcas aumentó aún el deseo de independencia de los paceños, que ya venían realizando reuniones secretas con anterioridad a este suceso.
El movimiento paceño se armó con tal rapidez que para la llegada de los emisarios, ya se estaban dando los últimos toques a una sublevación cuidadosamente planificada. El plan consistió en iniciar la revuelta durante la tarde del 16 de julio de 1809, aprovechando que toda la atención estaba depositada en la fiesta de la Virgen del Carmen. En efecto, mientras se realizaba la procesión de la patrona castrense, a eso de las 19 horas, los revolucionarios tomaron el cuartel de Veteranos.
Los realistas no se enteraron de esto hasta el otro día, pese a que el intendente interino, Tadeo Dávila, ya conocía los planes de los revolucionarios, prefiriendo ignorar las denuncias hechas por vecinos sobre la sospechosa Junta.
Las reuniones crearon un gran tumulto que provocó que en las filas revolucionarias estuvieran no solo criollos, sino también mestizos e indígenas, que se unieron como fuerza de choque.
A raíz de la creación de la Junta Tuitiva, circularon varias proclamas; una aclaraba la lealtad de Murillo al movimiento, otra explicaba a los potosinos los motivos que impulsaron a las acciones del 16 de julio.
Ante la aproximación de tropas realistas al mando de Goyeneche, quien pese a las sospechas de ser partidario de Carlota fue llamado para sofocar la insurrección, los revolucionarios se aprestaron para la defensa marchando a Chacaltaya en espera del enemigo. Pero mientras esto sucedía, se produjo una contrarevolución encabezada por Pedro Indaburo, quien apresó a Murillo acusándolo de traición. Sin embargo, Indaburo fue luego ajusticiado por Antonio de Castro.
Llegaron entonces las fuerzas de Goyeneche a la ciudad, lo que obligó a los patriotas al repliegue hasta Las Yungas, donde entre octubre y noviembre de 1809 fueron derrotados en los combates de Irupana y Chicalona, donde perecieron Victorio García Lanza y Antonio de Castro. Murillo consiguió escapar, pero fue apresado los primeros días de diciembre en Zongo y a continuación fueron cayendo los restantes cabecillas.
Algunos patriotas fueron condenados a prisión perpetua en las Malvinas y en las Filipinas luego de la confiscación de sus bienes, mientras que el 24 de enero de 1810 se cumplió la sentencia de muerte para nueve mártires de la independencia.
Ellos eran Juan A. Figueroa, Basilio Catacora, Apolinario Jaen, Buenaventura Bueno, Juan B. Sagarragi, Melchor Jiménez, Mariano Graneros, Gregorio García Lanza y Pedro D. Murillo.
Este último pasa a la historia como autor de la célebre frase: “La tea que dejo encendida, nadie la podrá apagar. ¡Viva la libertad!” ©