Esta leyenda revela un drama conyugal,
que habría sido originado por la conducta de una mujer amante del libertinaje, que abandonó a Crespín, el marido, para entregarse a toda clase de diversiones. Un día, aprovechando que Crespín se encontraba trabajando en sus sembradíos, se alejó de la vivienda dejándole un mensaje por intermedio de un vecino, en el que le hacía saber que había resuelto abandonarlo definitivamente, para divertirse libremente en los bailes del lugar.
Tras conocer su decisión el marido se resignó a vivir solo, hasta que un día se enfermó. Enterada de lo ocurrido, la mujer acudió a verlo, más que nada acosada por un cargo de conciencia. Tomando la misión de ir en busca de la curandera, en el trayecto ésta se encontró con una fiesta de la que no vaciló en compartir, haciendo caso omiso de la misión que traía.
En lo mejor de la fiesta, fue avisada por un vecino que había fallecido Crespín. Sin darle mayor importancia respondió: “Hay tiempo para llorar…” y siguió bailando.
Pasaron los años hasta que la mujer, carente de los atractivos de su juventud y arrepentida de su pasado, retornó en busca del marido para pedirle perdón, en la alucinante creencia de encontrarlo vivo. Al comprobar que el rancho estaba deshabitado, se marchó hacia los sembradíos mientras lo llamaba continuamente: “Crespín... Crespín...”
Habría ingresado a los montes convertida en pájaro para purgar sus faltas dejando escapar, año tras año, su grito estival. ¤