Descubre las fascinantes prácticas curativas y creencias del gaucho en el campo argentino.
Mano Santa
El mano santa era una especie de curandero, sólo que el mano santa no usaba remedios o drogas; todo su sistema curativo consistía en poner una de sus manos en la parte enferma y en el recitado –mental, casi siempre- de ciertas preces que él consideraba infalibles para el caso.
Curandero
El curandero o médico -que también este nombre se le daba en el campo al que se dedicaba a curar- usaba una verdadera farmacopea vegetal y animal. Casi ningún “yuyo” -recuérdese que así se les llamaba al poleo, menta, yerbabuena, té de la perdiz, cepa-caballo, toronjil, etc.-, le era inútil; a todos los utilizaba, ya en bebedizos o infusiones, ya en emplastos. El unto sin sal -producto graso del cerdo- y al “injundia” de gallina o lagarto -grasa que recubre las entrañas- eran insustituibles para friegas; y el estiércol caliente de ciertos animales servía, particularmente, para cataplasmas.
Esto era lo más natural y acaso también lo más racional en manos de un ser ignorante. Pero había quienes ampliaban el sistema hasta extremos que solían resultar peligrosísimos para los pacientes, pues a aquellos remedios, agregaban otros, fruto de ciertos ensalmos o brujerías, cuya práctica creían necesaria algunos curanderos.
Cura de palabras
Entre las muchas creencias tradicionales, es posible que ninguna haya merecido tanta fe por parte de nuestro hombre de campo, como la cura de palabras, o sea, la facultad de curar por el solo efecto de ciertas palabras, palabras cuyo secreto era celosamente guardado por sus dueños o iniciados.
Esas palabras, que el curandero pronunciaba mentalmente o en lugares donde nadie pudiese escucharlas, tenían, según sus adeptos, el maravilloso don de curar ciertas enfermedades -fracturas, “daños”, etc.-, tanto en las personas como en los animales.
Era una fórmula cabalística, cuyo secreto, poseído por unos pocos, se trasmitía únicamente en artículo de muerte, ya que hacerlo en otro momento significaba, para su dueño, la pérdida de la virtud curativa.
Por excepción, todavía suelen encontrarse personas que afirman tener dicho poder, aunque reducido ahora a la cura de dolores de muela, de oídos y, especialmente, a la “embocadura” o agusanamiento de los animales.
Compilado por Carlos Avilas del libro “Voces y Costumbres del Campo Argentino”, de Pedro Inchauspe, publicado en 1949. ¤