Terminado el Mundial y habiendo descansado un poco de los miserables políticos que nos representan en Argentina, volvemos un poco al tema político. En estos días en que quizá nuestra cabeza estuvo dividida entre lo que pasaba en Alemania y el acontecer nacional, se pudieron apreciar algunas actitudes de nuestros gobernantes, que para algunos pasaron desapercibidas entre el fútbol y la supuesta bonanza económica de nuestro país. Hubo dichos, discursos, manifestaciones y proyectos de ley que realmente preocupan porque atentan contra el disenso, la sana división de poderes y la libertad de expresión.
Ese es el tema central de esta nota: la falta de respeto que tenemos lo argentinos a opiniones diferentes, al disenso. Y el problema no pasa por lo que somos los ciudadanos en general, sino que ese tipo de forma de pensar y de actuar sobrepasa al ciudadano común y está enquistado en quienes nos representan.
Las actitudes de nuestro Presidente en su trato con la oposición y con la prensa dan pie a que exista el peligro de un deterioro de la calidad institucional. El ataque constante a la oposición y a la prensa que disiente es una equivocación fundamental en la que suelen caer muchos de nuestros gobernantes. En todo país que se precie de igualitario y democrático, la oposición tiene que ser bienvenida, porque ayuda a los sistemas a no terminar en peligrosos extremismos. En la Argentina y en cualquier lugar del mundo, cualquier medida que abra el disenso es positiva. La ausencia de oposición sólo refuerza y acelera la caída institucional. Esta es la miopía habitual del poderoso: cree que tiene que eliminar a su contrario. Confunde a su contrario con su enemigo. La oposición contribuye a consolidar el sistema político y la gobernabilidad.
No entender esto es caminar irremediablemente hacia una forma de gobierno que podríamos llamar democracia dictatorial con el peligro latente de terminar en un totalitarismo.
El estilo de nuestro Presidente es bien difícil de interpretar para propios y extraños. Proviniendo del Partido Justicialista o Peronista, partido que pese a haber utilizado la democracia para llegar al poder, nunca se encontró muy a gusto con la división de poderes típica de una democracia representativa. Sus actitudes, más las de sus laderos y alcahuetes más fieles y su acercamiento peligroso a algunos regímenes totalitarios -o cuasi- siembran temor al no saber qué rumbo llevamos. Su proximidad con el militar golpista devenido en democrático, Hugo Chávez, y por intermedio de éste con Fidel Castro, hacen temer sobre cuál es el horizonte que asoma para nuestro país. Nos preguntamos por qué tomar a Chávez como el modelo de líder democrático que deslumbra a Kirchner y a la minoría ruidosa de nuestro país. ¿Puede una democracia inspirarse en él? ¿Chávez puede ser tomado como el líder que guiará los destinos de los latinoamericanos? Teniendo en cuenta que uno de los puntos fundamentales del Mercosur es que sus participantes sean gobiernos democráticos ¿cómo se entiende que al presidente venezolano se lo agasaje e incorpore al Mercosur, a pesar de que éste haya señalado, de manera totalmente explícita, que no cree en la democracia representativa? Por cierto que la democracia representativa no le sirve a alguien que no quiere oposición alguna para gobernar. Por eso habla de democracia "participativa": obviemos los intermediarios (poder legislativo y judicial) y dejemos que el pueblo se comunique directamente con “El elegido”. También se adula de manera incomprensible a Fidel Castro, a quien no hace falta consultar acerca de sus convicciones democráticas. Castro tiene serios problemas con los derechos humanos. Ha fusilado a disidentes hasta hace poco tiempo y las cárceles están siempre abiertas para ellos, sobre todo si son periodistas o intelectuales. Meses atrás, el prestigioso CPJ (Comité de Protección de Periodistas), una organización estadounidense que defiende la libertad de expresión y que no tiene ningún vínculo con el gobierno, reclamó públicamente por los periodistas cubanos presos. Muy pocos periodistas argentinos firmaron ese documento. Una vez más queda expuesto que para nuestros gobernantes, el sector “progre” de nuestra prensa y para una gran parte la ciudadanía, la violación de los derechos humanos existe según las ideas del que la perpetra. Las ideas de república y democracia en nuestro país hace años que han declinado. No aprendemos de nuestros errores, los golpes de estado que empañaron nuestra historia no han sido estudiados ni analizados correctamente con el fin de aprender de nuestros desaciertos. Hay un riesgo, en nuestro país, de que la democracia se convierta en un concepto difuso y en un traje a medida del que gobierna. Y existe el riesgo de que no sea el sistema republicano el que sujete la voluntad de los gobernantes, sino exactamente al revés. Estos riesgos crecen cuando la clase política archiva por completo cualquier reforma política que pueda atentar contra los intereses creados y la perpetuidad indefinida de ciertos políticos en el poder, cuando se permite que un grupo de gente impida ejercer la democracia en la UBA, cuando los poderes especiales que se asignan al Ejecutivo debilitan la calidad institucional del país, porque significan el debilitamiento de los otros poderes que mantienen la democracia. El camino que ha desandado nuestro presidente es peligroso, la combinación que deriva de la flamante reglamentación de los DNU (decretos de necesidad y urgencia) y de la ley de superpoderes, puede resultar una verdadera burla a las instituciones. Crear un súper presidente que todo lo pueda, el afán por que todo lo decida una persona, el crecimiento de la discrecionalidad en el Poder Ejecutivo y la poca importancia que se le da a la verdadera democracia, aquella que se basa en la división de poderes, nos alejan irremediablemente de los objetivos y nos acercan a un sistema político que podemos llamar sui generis, en el que los auténticos procedimientos democráticos y las instituciones republicanas se están convirtiendo en formalismos molestos y burocráticos.
Aprendamos de nuestros desaciertos, el inteligente no es el que no se equivoca sino el que aprende de sus errores. Cambiemos el rumbo a tiempo, miremos a los que han crecido y no a los que han condenado sus economías y sus pueblos a una pobreza eterna. Ø