“LOS JOVENES QUE PRESERVARON LA MEMORIA”
Este es el resumen de una historia conmovedora. Una epopeya que llevaron a cabo 800 jóvenes argentinos y extranjeros en el año 1994. Jóvenes extraordinarios que decidieron ponerse a rescatar memoria, historia y cultura de entre los escombros de la AMIA luego del atentado. Y que demuestra que la juventud argentina tiene un enorme potencial de solidaridad… cuando puede demostrarlo.
El lunes 18 de julio de 1994 se produjo el atentado terrorista más sangriento de la historia argentina. A las 9.53 una poderosa bomba partió en dos el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) ubicado en la calle Pasteur 633, de la ciudad de Buenos Aires. Como consecuencia de la explosión murieron 85 personas entre transeúntes, obreros, vecinos y empleados de la AMIA. 300 personas sufrieron heridas de distinta consideración y un total de 412 viviendas y comercios aledaños quedaron destruidos.
Luego del atentado y mientras los socorristas rescataban a los heridos y muertos del brutal atentado, 800 jóvenes, judíos y no judíos, argentinos y extranjeros, se presentaron voluntariamente para recuperar el patrimonio cultural de la Fundación IWO (Instituto Judío de Investigaciones) de entre los escombros.
El IWO funcionaba en el 3er y 4to piso del edificio de la calle Pasteur 633 atesorando miles de libros, colecciones de arte, discos, pinturas, piezas únicas en Judaica y testimonios de lo acaecido durante el Holocausto y la Resistencia Judía en la Segunda Guerra Mundial.
Los jóvenes rescataron decenas de miles de libros e incontables archivos, fotografías, documentos históricos, instrumentos musicales, pinturas y otros objetos culturales de entre los escombros, en los restos del edificio de la calle Pasteur 633 que quedó en pie y escarbando como arqueólogos en los montículos arrojados en el predio aledaño a la Ciudad Universitaria.
Trabajaron sin cesar durante todos los días de la semana y durante varios meses seguidos. Enfrentando adversidades inimaginables y en un ambiente totalmente hostil: con frío, lluvia, amenazas de nuevas bombas, derrumbes y trabajando en un ambiente impregnado de muerte y dolor.
Estos son sus testimonios inéditos, en los que la esperanza y optimismo juvenil se entremezclan con la tristeza y el dolor. Porque todos eran conscientes de que se trataba del atentado antisemita más sangriento desde la Segunda Guerra Mundial, como expresara oportunamente The New York Times.
El rescate de libros
“No se por qué ni cómo, pero así como escuché la noticia me levanté, me vestí y me fui. Pasé entre toda la gente y me puse a sacar escombros y a participar de lo que era el primer rescate de gente, a ver si había sobrevivientes”. Nicolás (18 años en 1994)
“Cuando apenas me acerqué a la AMIA me acuerdo que agarré una lata de galletitas que había y empecé a juntar todos los papeles que estaban tirados ahí adentro. No se si fue tanto… por qué fue que reaccioné así, en lugar de por ahí empezar a tratar de organizar una tarea de rescate a algún sobreviviente o a las víctimas. Empecé a juntar papeles, archivos, carpetas, libros que había tirados”. Mario (15 años en 1994)
“El edificio se partió en dos como una manzana. Entonces una parte había quedado adelante y entre los escombros había cosas. Y había libros y había documentos y había fotos. Así que había que buscar eso”. Prof. Ester Szwarc – Coordinadora Académica Fundación IWO
“Había que rescatar los libros. Había que rescatar a uno de los pocos testigos que iban a quedar en la historia. Más allá de la cultura, más allá de la historia, digamos. Son testigos vivientes, mucho más de lo que nosotros vimos y vamos a poder ver a lo largo de nuestras vidas” Martín, (21 años en 1994)
Un ambiente hostil y lleno de dolor
Los jóvenes no tuvieron una tarea fácil, no fue sencillo. Porque tuvieron que ir a rescatar libros y objetos de arte de entre los escombros donde había manchas de sangre y restos humanos:
“En realidad todo era peligro de derrumbe. Se podía caer en cualquier momento” Silvia (21 años en 1994)
“Había un pasillo muy estrecho que tenía una escalera, una escalera que estaba armada por otra escalera, que se rompía de nada. Y llegabas a un techo acalanado de plástico que si pisabas mal te ibas con techo y todo”. Víctor (15 años en 1994)
“El olor de la descomposición era tremendo”. Martín, (21 años en 1994)
“Y había una particularidad que es algo que siempre yo recuerdo: que es por donde estaba ese pasillo estrecho había un tragaluz que daba, si no me equivoco, a la parte del sótano, al subsuelo de lo que era el edificio. O a los pisos inferiores. Y por ahí había olor a que había gente que todavía no habían encontrado que estaba muerta y había un olor muy, muy fuerte, muy fuerte y había que trabajar con ese olor. Y había gente que se bancaba y había gente que no se bancaba. El que no… decía “no puedo”, se daba media vuelta y se iba. Lo primero que se le decía era gracias… y lo único que se le decía era gracias”. Víctor (15 años en 1994)
“Es el día de hoy que trato, trato de olvidar algunas imágenes. Trato de olvidar las imágenes en un primer momento con los escombros de… tanta sangre de… tantos restos. Realmente nunca había tenido la situación de tener que levantar piedras a ver si encontraba a alguna persona con vida. O peor aun, a la madre o al padre de un amigo mío. Con alguna pequeña esperanza de vida o en su peor defecto, encontrar su cuerpo”. Mario (15 años en 1994)
“Nosotros sabíamos cual era el objetivo, cual era la tarea, cual era la misión. Teníamos que preservar la historia, teníamos que reconstruir y rescatar los libros de la biblioteca. Como, no importaba. No importaba. Cuando ahora recuerdo, la verdad es que me podría haber matado mil veces, cayéndome por el hueco que había quedado. Si lo pienso ahora, la verdad es que era una locura ¿no? Pero en ese momento no nos importaba. La verdad es que no nos importaba”. Nicolás (18 años en 1994)
“Entre las cosas que nosotros teníamos había algunas muy valiosas y muy importantes. Son lo que los chicos llamaron los objetos salvados dos veces. ¿Qué es eso? Después de la Segunda Guerra Mundial los soldados Aliados tenían el permiso de recoger, en Europa, todo aquello que pudieran, todos aquellos objetos, todos aquellos libros que habían quedado. Parte de eso que se recogió estaba en el IWO y estaba expuesto. Muchas cosas estaban expuestas, muchas cosas estaban guardadas. Cuando se produce el atentado, junto con todos los otros objetos y todos los otros materiales, vuela todo esto. Y nosotros tratábamos con especial ahínco de encontrarlos y de rescatarlos. Muchos de estos materiales se perdieron, muchos fueron salvados. Los libros tienen una etiqueta blanca con una estrella de David celeste que dice -Fondo de Reconstrucción Judía-”. Prof. Ester Szwarc – Coordinadora Académica Fundación IWO
“Nos pasó también el hecho de encontrar libros que cuando los abríamos tratábamos de ver que era. Y cuando los abríamos tenían una calcomanía puesta que no sabíamos que significaba. Y después nos enteramos, nos contó Ester, que estaban catalogados con esa calcomanía porque se habían salvado, en la década del cuarenta, del nazismo. Y ahí entendíamos que esos libros se habían salvado dos veces. Y la primera había sido un soldado, en Europa, que lo había podido rescatar y sacarlo del nazismo. Y la segunda salvación del libro nos tocó hacerla a nosotros”. Nicolás (18 años en 1994)
Restauración
Mientras se recuperaban los miles de libros, discos, afiches y objetos culturales comenzó la difícil tarea de preservación y restauración. En un edificio prestado en la calle Uriburu los jóvenes se dedicaron durante varios meses a limpiar y secar cada uno de los libros, afiches, diarios, discos y objetos culturales.
“Yo me puse a colaborar en esa parte y era limpiar libro por libro, hoja por hoja”. Yael (18 años en 1994)
Reflexión final
“Lo que hicieron los jóvenes es maravilloso. Es una muestra de lo que la juventud puede hacer si tiene metas. En estos días los medios públicos opinan, o mejor dicho divagan sobre algunos temas de futuro, sobre la juventud perdida, sobre la falta de incentivos. Yo creo que si hay metas claras la gente se anota y se prende. Nosotros convocamos a la gente simplemente a que nos diera una mano y fue una avalancha de gente haciendo cadena para rescatar las cosas. Y después para limpiar y clasificar. Me parece que es una buena lección que a lo mejor debiéramos extender a otros campos de la actividad en la Argentina. Creo que cuando hay metas claras la gente se anota”. Dr. Saúl Drajer. Presidente Fundación IWO
“Yo sé que le puedo contar a cualquiera que existen los libros y que si quieren ver los pueden ver. Y los pueden tocar y pueden aprender. Es algo que existe, que está vivo, que no se murió, que no quedó debajo de los escombros. Yael (18 años en 1994)
“Creo que hoy volvería a buscar libros. Y me parece eso muy importante”. Demian (15 años en 1994)
Cabe destacar que por falta de espacio, a casi 12 años del brutal atentado, miles de libros y archivos todavía se encuentran apilados en cajas en varios depósitos de la ciudad. Y lamentablemente no pueden ser consultados por los investigadores de Argentina y el mundo que concurren a la Fundación IWO.
“Y la verdad es que para nosotros salvar cada libro era como…salvar una vida”. Nicolás (18 años en 1994) Ø