-decía- el único personaje de comedia que muere al final, en un género en el que ni siquiera mueren los malvados.
Pero volvamos a los refranes de Cide Hamete Berengeli, que Cervantes apunta: “La santidad consiste en la caridad, humildad, fe, obediencia y pobreza”, y repitiendo a los mayores santos: “Tened todas las cosas como si no las tuvieses”.
Durante la ausencia de Sancho Panza como gobernador, Don Quijote en su soledad se sentía muy triste. Una noche, mientras se aprestaba para ir a dormir, al desvestirse y descalzarse se le soltaron dos docenas de puntos de una media, cosa que lo afligió al extremo, pues sólo tenía ese par de medias. Aquí es donde Cide Hamete Berengeli nos dice “Yo, aunque moro, bien sé por la comunicación que tuve con cristianos que 'Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido, cosa que le obligue a limpiárselos' y 'Miserable de aquel que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo, y el hambre de su estómago' ”.
Y otro tanto se despacha cuando se declara quiénes fueron los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña de la Duquesa, Doña Rodríguez, y pellizcaron y arañaron a Don Quijote: “Las afrentas que van derecho contra la hermosura y presunción de las mujeres, despiertan en gran manera la ira y encienden el deseo de vengarse”.
Antes de que Sancho Panza volviese al castillo, los Duques le mandaron a Teresa Panza un vestido de caza que enviaba su esposo. Al recibirlo, con la misma manía de su marido por decir refranes a troche y moche, le dijo a Sanchica: “Cuando te dieren un gobierno, cógele, cuando te dieren un condado, agárrale y cuando te hicieren tus, tus, con alguna buena dádiva, envásala”.
Al volver para el castillo, Sancho Panza se precipitó con su jumento en un pozo, de donde lo sacó Don Quijote con la ayuda de los Duques, extrañados de que Sancho Panza hubiera dejado el gobierno.
Al estudiante que lo vio salir le dijo: “Ocho días o diez ha, hermano murmurador, que entré a gobernar la ínsula que me dieron, en los cuales no me vi harto de pan siquiera una hora; en ellos me han perseguido médicos, y enemigos me han brumado los güesos; ni he tenido lugar de hacer cohechos ni de cobrar derechos; y siendo esto así, como lo es, no merecía yo, a mi parecer, salir de esta manera. Pero el hombre pone y Dios dispone, y Dios sabe lo mejor y lo que le está bien a cada uno, y cual el tiempo, tal el tiento, y nadie diga 'desta agua no beberé', que adonde se piensa que hay tocinos, no hay estacas; y Dios me entiende, y basta, y no digo más, aunque pudiera”.
Los Duques no quedaron arrepentidos de la burla hecha a Sancho Panza con el gobierno que le dieron, y así llegó la hora de una batalla aplazada entre el lacayo Tosilo y Don Quijote. El Duque instruyó a Tosilo de cómo vencer a Don Quijote sin matarlo ni herirlo y ordenó que le quitasen los hierros a las lanzas. Luego mandó que delante del castillo se hiciese un espacioso cadalso en donde estuviesen los jueces, y todo el mundo de los alrededores fue invitado. Era condición del combate que si Don Quijote vencía, su contrario se habría de casar con la hija de Doña Rodríguez; caso contrario, quedaría libre sin dar otra satisfacción. Pero Cupido flechó a Tosilo, por lo que éste, llamando al maese de campo, le dice que se daba por vencido y que quería casarse con aquella señorita. Sabedor de ello, el Duque se encoleriza, viendo que tal deseo lo ha declarado ante Doña Rodríguez en voz alta. Por esto, Sancho dice a la sazón: “Lo que has de dar al mur, dálo al gato y sacarte ha de cuidado”.
Enseguida se despidieron Don Quijote y Sancho Panza de los Duques y partieron rumbo a Zaragoza. En el camino, Don Quijote le dice a Sancho: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, “Por la libertad y la honra se puede y debe aventurar la vida” y “El cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Pronto llegan a un sitio en donde los habitantes de una aldea habían salido a holgar y son tratados con cordialidad, pero al disponerse a seguir viaje vieron a varios hombres a caballo con lanzas y un tropel de toros. Mientras los aldeanos se apartan, Don Quijote y Sancho Panza se aprestan a enfrentarlos. Para su desgracia, el tropel de toros bravos los atropella echándolos en tierra.
Mientras se reponen debajo de una fresca arboleda, Sancho sacó repostería de sus alforjas, de las cuales Don Quijote no quiso comer, pues considerándose famoso en las armas, respetado por príncipes y solicitado por doncellas, cuando esperaba palmas, triunfos y coronas se había visto esa mañana pisado, acoceado y molido. Sin dejar de mascar, Sancho Panza le dice: “No aprobará entonces aquél refrán que dice: 'Muera Marta y muera harta'”.
Así vamos llegando a los últimos refranes de nuestros héroes. Refranes sanos, de caballerosidad, de hombría de bien, de hidalguía. Algunos seguirán en el habla del pueblo; otros ya han perecido o perecerán en el futuro.
Pronto nos referiremos a otro tipo de refranes en los cuales no encontraremos tanta humanidad. Así como ejemplo vaya uno de los más inmorales: “El fin justifica los medios”. Ø