La Avaricia
El amor desordenado a los bienes de la tierra, y en especial al dinero, conduce al pecado capital de la avaricia. Tal el origen de la palabra, proviene del latín avere: desear con ansia.
Por lo tanto, la avaricia -como dice Thomas Browne en Religio Medici- parece no tanto un vicio como una triste prueba de locura. En el mismo sentido lo confirma Juvenal en Sátiras: “es locura manifiesta vivir precariamente, para poder morir rico” Y según Publio Sirio en Sententiae el avaro se olvida que al pobre le faltan muchas cosas, pero a él todas. Y agrega: es triste su situación, porque si bien “el dinero excita, no sacia al avaro.”
Y de este modo “el avaro acaba la vida sin llanto, disfruta la mínima parte de los tesoros que guarda, atesorando para los ladrones, para los parientes, para la tierra (La Fontaine - Fables)
“Además la avaricia es corruptora de la fidelidad, de la honradez y de todas las demás virtudes” (Salustio - De Bello Catilinae)
Pero no es prohibido en absoluto querer los bienes de la tierra. Lo que se prohibe es quererlos con exceso y por ellos mismos, pero pueden desearse las riquezas para servir a Dios, y en este caso, se los considera como medios de trabajar para la salvación. Las riquezas de la tierra se ansían con exceso cuando se está dispuesto a hacer una ofensa a Dios, al adquirirlos, conservarlos o aumentarlos.
Chanfort, en Máximas y Pensamientos, establece la diferencia de esta manera: “El más rico de todos los hombres es el ahorrativo, el más pobre el avaro. El avaro es de naturaleza tan perversa y malvada -dice Dante en Inferno- que jamás sacía su voraz apetito y después de comer, tiene más hambre que antes.”
Para San Pablo, la avaricia es un gran pecado al que él llama una idolatría, declarando que los avaros no entrarán en el reino de los cielos.
Inocentemente, los pobres pueden hacerse culpables de avaricia porque ella no sólo consiste en el amor excesivo a los bienes que se poseen, sino en el deseo desordenado de los que no se poseen.
De ahí que Virgilio, en La Envidia, diga: “A qué nos constriñes a los corazones humanos, oh! execrable hambre del oro.”
La avaricia nos endurece con los pobres, crea nuestra indiferencia con los bienes del cielo y hasta nos lleva, a veces, a apoderarnos de los bienes ajenos. Por eso el avaro no piensa en lo que le sucederá. Rabindanath Tagore, en El Jardinero, explica su verdadera situación: “Mas tu fortuna, ¡oh avaro! no está con la sencilla alegría del oro del sol, ni con el tierno resplandor de la luna pensativa. La bendición que el cielo abre sobre el mundo, no cae sobre tus tesoros. Y cuando la muerte es llegada, palidecen, se mustian y se desmoronan en el polvo.”
La virtud opuesta a la avaricia es el desprendimiento de los bienes de la tierra. Los principales antídotos contra la avaricia son, primero, pensar en la muerte que pronto nos despojará de todos nuestros bienes y segundo, acostumbrarse a dar limosna a los necesitados según nuestros medios. Nada de eso hará el avaro y así, según Antoine Rivarol en Maximes et Pensées “Carece tanto de lo que tiene como de lo que no tiene.”
La Fontaine pregunta en Fables: “A los que tienen la pasión de acumular, qué ventaja tienen que los demás no gozan”
Y así el avaro “experimenta a la vez todas las preocupaciones del rico y todas las penalidades del pobre” (Albert Guinon en Remarques)
Avaricia y vanidad -dice Franz Grillparzer en Gedichte- son los oficiales de alistamiento de la maldad; una vez pagado el dinero, la conciencia sale corriendo.
Y así “la avaricia es como la llama, cuya vilencia aumenta en proporción al incendio que la produce” (Seneca De Beneficus )
Muy bien lo dice Plutarco en De la Avaricia “la bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre, pero el oro no apaga jamás la avaricia”
Por lo tanto -afirma La Fontaine en Fables- lo pierde todo por quererlo todo”
Para muchos la avaricia indujo a Judas a entregar a Jesucristo a sus enemigos por 30 monedas de oro. Para otros fue la envidia al Maestro.
Comenzando con los refranes, si bien uno dice “Es preciso comparar al avaro con el cerdo, ambos no son útiles sino después de muertos” (Vero Dossat) El animal símbolo de este pecado es el sapo (“El avaro nunca hace cosa acertada, sino cuando muere”)
“La avaricia rompe el saco o la bolsa” afirma otro refrán, y se complementa con “La mortaja no tiene bolsillos”
Terrible es este otro: “afeminados espíritus engendra la avaricia” Y el avaro siempre tras lo de los demás: “Lo mío, mío y lo tuyo de entrambos”
Otros refranes afirman: “La avaricia es la mayor de las pobrezas” “La avaricia es como el fuego, más leña se pone, más arde”
“Dibero, del avaro dos veces va al mercado”. Refrán que censura la avaricia aún desde el punto de vista de la economía.
Confirmando la pobre naturaleza del avaro, otros refranes nos dicen: “El avariento, en donde tiene el tesoro, tiene el entendimiento”; “En arca de avariento, el diablo yace dentro” y “Piensa el avariento que gasta por uno y gasta por ciento”.
Aristóteles nos asegura que “El avaro es el que no gasta en lo que debe, ni lo que debe ni cuando debe.”
Salustio, a su vez, nos declara: “El enfermo de avaricia fácilmente con dádivas se tuerce”
Asimismo encontramos que “el avaro no posee sus riquezas sino que éstas lo poseen a él” y “El avaro rico no tiene parientes ni amigos.”
Y tengan por último presente que “la vida del avaro es una comedia de la que sólo se aplaude la última escena.”
Ahora, mientras bajan al sótano de vuestras casas para verificar que vuestros tesoros están bien preservados, recuerden: “cum ovnis vitica renescunt, sola avaritia juvenescit”. Ø