A la política argentina se la puede acusar de cualquier cosa, menos de ser aburrida.
Es más, es tan, pero tan entretenida, tan escandalosamente entretenida, que nos agota. Los protagonistas de los escándalos políticos más desopilantes no se preocupan demasiado de ser arrastrados al ojo de la tormenta, porque saben que en una cuestión de días otro escándalo tapará al suyo, y quien hoy es tapa de todos los diarios el mes que viene provocará la indiferencia de la opinión pública, y, más importante aún, de la Justicia.
En las últimas semanas, Argentina se ha visto sacudida por una serie de escándalos de alto perfil que involucran al expresidente Alberto Fernández. Las acusaciones de abuso físico contra su exesposa, Fabiola Yáñez, no sólo han agitado el sentimiento público, sino que también han levantado toda una serie de acusaciones de corrupción, impugnaciones legales e intenso escrutinio de los medios. Las repercusiones se están desarrollando en tiempo real, revelando una compleja red de consecuencias personales y políticas.
Tal vez lo más peculiar del caso es que el escándalo se desata de una forma inusitada; no porque la agredida haya salido a denunciar a su abusador frente a la Justicia, sino de manera más bien casual. Fernández estaba siendo investigado por supuestamente usar sus influencias para beneficiar al bróker Héctor Martínez Sosa, marido de su secretaria privada de toda la vida, María Cantero, para abjudicarle contratos millonarios. Durante la pericia del teléfono de Cantero, el juez federal a cargo de la causa, Julián Ercolini, encuentra chats en los que Yánez le contaba a Cantero que el presidente la golpeaba, mostrándole incluso la foto de su rosto con moretones y otros rastros de violencia.
Por si esto fuera poco, aparecen también grabaciones telefónicas que el mismo presidente había realizado con su propio teléfono, en el que muestra sus conversaciones flirteando con la panelista televisiva y radial Tamara Pettinato, quien tomando cerveza en el despacho presidencial le dice que él es “el hombre de su vida”, que lo ama, y unas cuantas tonterías más. Todo esto hubiese quedado en el marco de lo privado, si no fuera porque todo este baboseo se realiza en la Casa Rosada y en horarios en los que el presidente debería estar trabajando, o, al menos, pretendiendo trabajar.
A partir de allí, la prensa comenzó a investigar esta relación, encontrando que Pettinato, hoy en pareja con el diputado nacional por Chubut, José Glinski, de Unión por la Patria, gozaba de varios favores presidenciales, algunos otorgados durante la época de la pandemia.
Como un efecto dominó, al expresidente le fueron cayendo fichas, una tras otra, que hablaban de su carácter irascible que en ocasiones lo llevaban a la violencia, su voracidad por las mujeres, y hasta sus “siestas” de cuatro horas en el medio del día laboral en su departamento de Puerto Madero, durante las cuales supuestamente recibía visitas femeninas, digamos… no protocolares.
¿En qué podría terminar todo este barullo? Si las acusaciones de abuso físico y emocional contra Yáñez se fundamentan, podrían tener serias consecuencias legales. La violencia doméstica es un delito grave según la ley argentina y, si hay pruebas sólidas que respalden las afirmaciones de Yáñez, Fernández podría enfrentar cargos penales. Los expertos legales sugieren que, si el caso avanza y Fernández es declarado culpable, podría enfrentar años de prisión. La gravedad de la pena dependería de varios factores, incluida la naturaleza del abuso y la presencia de circunstancias atenuantes o agravantes.
Al mismo tiempo, el escándalo de corrupción presenta otra capa de peligro legal para Fernández. Las acusaciones arriba mencionadas podrían dar lugar a investigaciones sobre abuso de cargo público y corrupción. Si se prueban, estos cargos podrían dar lugar a sanciones legales, incluidas multas y posible prisión.
Luego de un gobierno bochornoso que dejó un número récord de pobres en el país, con una inflación galopante y violencia social fuera de control, “Alberso”, como lo llamaban sus opositores, termina siendo un paria político que, muy probablemente, termine sus días tomando largas siestas en su piso prestado de Puerto Madero, tocando canciones de Litto Nebbia con su guitarra en el balcón y su perro Dylan acostado a sus pies, aunque ahora sin las visitas femeninas que tanto lo regocijaban.
Su caída en desgracia, hay que decirlo, es una bendición de las fuerzas del cielo para el gobierno del actual presidente Javier Milei, que le permite seguir gozando de la paciencia de los argentinos, mientras el país se hunde aún más, bastante más, en la pobreza y el desencanto. ¤