Si hubiera que ponerle un título a la página editorial de este mes bien podría ser: “La grieta humana”. Con esa idea partimos luego de analizar los hechos más relevantes del pasado mes de enero, tanto en Argentina como aquí en los Estados Unidos.
“No todo es blanco o negro”, suele decirse, y con razón, a la hora de evaluar cualquier opción, desde los hechos políticos hasta la elección de los colores para una camisa, desde cuestiones éticas o morales hasta opiniones sobre los “trapitos” o vendedores ambulantes. Sin embargo, parece ser una condición humana de estos días la de calificar todo entre dos rígidas opciones. Vemos las cosas en términos de blanco o negro, el bien o el mal, izquierda o derecha. La súbita irrupción de las redes sociales y los foros de opinión en cada artículo de diarios y revistas sacó a la luz a millones de personas que nunca imaginaron que iban a poder expresar cualquier cosa que se les ocurriese en el momento, aunque solo cuenten como fuente de información la nota que acaban de leer. Hoy no hace falta ser experto en nada, haber analizado la situación, tomarse un momento para reflexionar, o considerar si lo que uno está a punto de opinar va a aportar algo o no; el espacio está ahí, es gratis, y hasta la opinión más ofensiva pasará sin repercusiones legales o reprimendas de ningún tipo, más allá de las puteadas de otros “foristas” tan enervados como uno.
En este contexto de opciones extremas, el gobierno de Donald Trump, que viene de una (otra) derrota política notable tras las concesiones a la oposición para alcanzar un acuerdo que termine con el “government shutdown”, tiene un par de semanas para idear una salida decorosa a la idea de erigir un nuevo Muro de Berlín contemporáneo en la frontera sur para frenar la entrada de inmigrantes ilegales al país. Aquí también, blanco o negro, bueno o malo. Y la solución parece estar en el medio: el muro propuesto por Trump durante su campaña presidencial sirvió para alentar a sus partidarios más recalcitrantes, sobre todo a los supremacistas blancos que vieron en él a una providencial figura que creían nunca llegaría a tal espacio de poder. La idea de un muro monumental como factor de control fronterizo es tan anticuada como la gran muralla China. Fue bastante gráfico ver hace unos días cómo emigrantes mexicanos cruzaban una parte del muro usando una escalera. Billones de dólares de nuestros impuestos, en lugar de desviarse a programas de salud, educación o tecnología, son gastados en una pared metálica que no contiene a nadie.
Sin embargo, Estados Unidos, como cualquier otro país del mundo, tiene no solo el derecho sino también la obligación de vigilar sus fronteras para impedir, sobre todo, la entrada de individuos peligrosos como terroristas, narcos, o traficantes de personas. Si bien es cierto que la mayoría de estos personajes arriban al país por los principales aeropuertos y con documentación en regla, a otros no les queda más opción que hacerlo de una manera más furtiva.
Por eso, nos podemos encontrar en el medio: controlar las fronteras utilizando tecnologías propias de un país de avanzada, y asegurándonos que nuestras fuerzas de seguridad respetan los derechos humanos y las convenciones internacionales, aunque a un puñado de kukuxclaners se les marchite la capucha por la decepción.
Una segunda grieta aparece en el tema Venezuela, un país que por estos días está viviendo horas de inquietante convulsión política. No es costumbre de El Suplemento enfocarnos en asuntos de países que nos exceden, más allá de cuestiones relacionadas con Argentina y Estados Unidos. Por eso, en este contexto, solo mencionaremos otra grieta que divide a quienes apoyan a un presidente que ha dado cabales muestras de autoritarismo, que ha reprimido y hambreado a su pueblo, o a una oposición que quiere llegar al poder amparada por la intromisión de fuerzas extranjeras que después, a su debido momento, demandarán su alta compensación correspondiente por los servicios prestados. Venezuela en el centro de un “tug of war” mundial: hacia un lado tironean los Trump y los Bolsonaro; hacia el otro, los Putin y los Xi Jimping. En el medio, la tupacamaruzación de un país con grandes recursos estratégicos y un pueblo hermano que debería encontrar el camino para consensuar una salida a una crisis que parece interminable. ¤