Piquetes, marchas violentas, y un clima de guerra callejera amenazaron la paz social a fines del 2017
Las imágenes caóticas y violentas de miles de manifestantes enfrentando a cientos de policías y gendarmes en la ciudad de Buenos Aires recorrieron, nuevamente, los sitios de noticias de todo el mundo. Y decimos nuevamente porque sucedieron en los mismos sitios que ocurrieron tantas otras veces antes.
Para comprender los hechos de violencia sucedidos en las calles de la ciudad de Buenos Aires durante el pasado mes de diciembre de 2017, hay que remontarse a otros, engañosamente similares, acontecidos en diciembre de 2001, cuando cayó el gobierno del presidente de la Alianza, Fernando de la Rúa. En ese entonces, la República Argentina ingresó en una monumental crisis política que todavía no logró superar del todo.
“Los escasos seguidores de Cristina Fernández junto a una minúscula izquierda trotskista, comunista, utópica, insignificante y marginal, decidieron aprovechar una protesta genuina para transformarla en un baño de sangre”
Para cuantificar la crisis del 2001 basta señalar que se sucedieron cinco presidentes democráticos, elegidos a través de pactos políticos (sin el voto popular), en poco más de una semana. Hasta el 20 de diciembre de 2001 gobernó Fernando de la Rúa. El 21 de diciembre asumió interinamente Ramón Puerta, en su condición de presidente del Senado, como sucesor obligado. El 23, Adolfo Rodríguez Saá se hizo cargo del poder ejecutivo merced a convenios políticos entre senadores y diputados, lo que en argentina se denomina “rosca política”. A su vez, el 31 de diciembre Rodríguez Saá fue obligado a renunciar por sus pares del Congreso Nacional y esta vez en su lugar fue designado el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, por ser el primero en la línea de sucesión constitucional. Casi inmediatamente una nueva “rosca política” designó un nuevo presidente, recayendo en esta oportunidad en el entonces senador Eduardo Duhalde, quien asumió el 1 de enero de 2002 hasta que los ciudadanos votaran al próximo presidente en elecciones libres y democráticas.
Sin dudas, Eduardo Duhalde anhelaba perpetuarse en el cargo por un tiempo indefinido, al menos unos cuantos años, quizás por una cuestión de revancha personal, dado que De la Rúa lo había derrotado en las elecciones generales anteriores. Pero el clima de violencia iniciado el 19 y 20 de diciembre no había mermado. Al grito de “que se vayan todos” (los políticos) el 26 de junio de 2002 se llevaron a cabo nuevas manifestaciones masivas y violentas que trastocaron todos los planes de Duhalde e hicieron añicos sus sueños de una presidencia interminable. Ese día fueron asesinados a tiros los jóvenes Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en Avellaneda, ciudad aledaña a Buenos Aires. Cuando se comprobó que los asesinos de ambos jóvenes eran miembros de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (el comisario Alfredo Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta), Duhalde, temiendo nuevas “revueltas populares”, decidió acortar su mandato como presidente y convocó a elecciones generales para el 27 de abril del 2003. A pocos días de esa fecha, Néstor Kirchner, gobernador de la Provincia de Santa Cruz y delfín de Duhalde, fue designado presidente y asumió el 25 de mayo de 2003. Algo que siempre atormentó a Néstor Kirchner es que no tuvo la oportunidad de ser electo democráticamente en las urnas, sino que “designado”, porque el ex presidente Carlos Menem decidió no postularse en el ballotage. De tal forma que Kirchner, el segundo candidato más votado, fue presidente. Visto en perspectiva, en menos de dos años un total de seis presidentes se alternaron en la Casa Rosada, ninguno de los cuales fue ganador de una elección popular.
La revuelta del 2001: sin peronismo no hay gobernabilidad posible
La crisis del 19 y 20 de diciembre de 2001 se inició con una supuesta “revuelta popular espontánea” que no tenía nada de tal, porque las manifestaciones violentas, saqueos y muchos muertos que lograron hacer renunciar a De la Rúa fueron organizadas por gobernadores, intendentes, funcionarios y militantes peronistas de todo pelaje, sujetos que quisieron derrocarlo desde el primer día para hacer valer una premisa legendaria, absolutamente nefasta en la historia del país, la cual asegura que En la Argentina nunca puede gobernar un presidente no peronista.
Esto sucedió hace sólo 16 años. Por lo tanto, un joven violento, que participó de los hechos de violencia en el 2001, podría haber estado, una vez más, en diciembre de 2017. Para sorpresa de todos, especialmente para los peronistas en todas sus variantes, en noviembre de 2015 el ingeniero Mauricio Macri ganó el ballotage y derrotó al candidato peronista Daniel Scioli. Luego de salir de su estupor, todas las vertientes del partido justicialista (peronistas, cristinistas y/o kirchneristas) empezaron su labor destituyente, desestabilizadora. Con la intención de replicar lo sucedido en el 2001 empezaron a hablar del club del helicóptero, imaginando febrilmente que Mauricio Macri abandonaría la presidencia en un helicóptero, como lo hizo De la Rúa. Pero no tuvieron en cuenta ciertas variables muy, pero muy importantes, como que la ciudadanía en varias oportunidades desde el 2015 hasta la fecha decidió no votar a candidatos peronistas. O que se comprobó que tanto el kirchnerismo como el cristinismo resultaron ser los gobiernos más corruptos de la historia, una verdadera mafia que tomó el poder para enriquecerse obscenamente. Y por supuesto, que al perder la gobernación de la Provincia de Buenos Aires se quedaron sin poder real en los distritos más importantes. Por eso, la fuerza del peronismo “de las mil caras” se deshilachó, y no tuvo el poder, la fuerza de antaño, para forzar la renuncia de Macri. Desesperados porque todos los jerarcas están presos por corrupción, los escasos seguidores de Cristina Fernández junto a una minúscula izquierda trotskista, comunista, utópica, insignificante y marginal, decidieron aprovechar una protesta genuina para transformarla en un baño de sangre. Los violentos hechos de diciembre de 2017 posiblemente representen el último intento del anquilosado partido peronista que se niega a aceptar lo inaceptable: que los argentinos se cansaron de tanta corrupción, hipocresía, latrocinio y muertes.
Hay razones para protestar
Ahora corresponde aclarar que la protesta multitudinaria, mayormente pacífica, que marchó hacia el Congreso Nacional tenía su razón de ser, su plena justificación.
“Tanto el kirchnerismo como el cristinismo resultaron ser los gobiernos más corruptos de la historia, una verdadera mafia que tomó el poder para enriquecerse obscenamente”
El gobierno de Mauricio Macri decidió, junto a un grupo de gobernadores peronistas no kirchneristas/cristinistas, bajar las jubilaciones de millones de jubilados, especialmente los que cobran los sueldos mínimos, los más necesitados, los más indefensos. ¿Cómo lo hizo? Se aprovecharon que los jubilados son ancianos y tienen cero capacidad de protesta. Con la “excusa” que se debe recalcular la fórmula para la actualización de las jubilaciones y pensiones, el gobierno, junto a un grupo de gobernadores peronistas, les quitaron casi 100 mil millones de pesos al conjunto más vulnerable de la sociedad, porque la baja de los sueldos también afecta a las Asignaciones Universales por Hijo, pensiones por discapacidad, planes sociales, etc.
Los ciudadanos argentinos no soportan más la corrupción peronista en todas sus variantes y denominaciones. Por eso votaron a Mauricio Macri y a su partido Cambiemos varias veces. Ahora no hay corrupción visible. Y por suerte los corruptos pueblan las cárceles del país, y muchos más esperan su turno. Esa es una buena noticia. La mala es que los severos ajustes económicos siempre perjudican a los que menos tienen. Y eso es algo que el gobierno actual no ha querido cambiar. ¤