Siempre se supo que la ciudad de Buenos Aires está llena de estatuas, pero durante gran parte de la historia la mayoría de los porteños no les prestaron mucha atención.
Solo se sabía que cada prócer tiene por lo menos una, Juan Manuel de Rosas ninguna, y que era muy raro que alguien que haya muerto en los últimos ochenta años apareciera en el bronce. Recordemos que los seguidores porteños de Carlos Gardel lucharon durante décadas para ser la excepción, sin éxito. Tuvieron que conformarse con la estatua que tenían en el ambiente estrictamente privado del cementerio de Chacarita.
Todo empezó a cambiar en los noventas. Una estatua del Papa Juan Pablo II, que en ese momento todavía vivía, debutó en la Recoleta. Aparecieron bustos de nuevos personajes contemporáneos, entre ellos un busto de Jorge Luis Borges. Una vez rota la barrera psicológica, la oferta de estatuas y bustos de todo tipo se multiplicó. Pero todavía faltaba algo… las estatuas de fibra de vidrio de Fernando Pugliese.
Este escultor porteño se había hecho conocido con sus estatuas de fibra de vidrio en Tierra Santa, el parque temático que se abrió en la Costanera en 1999. Aprovechando las ventajas que ofrecía la nueva tecnología, pudo ofrecerle a la Ciudad de Buenos Aires estatuas muy realistas de figuras conocidas como Carlitos Balá y Alberto Olmedo, todo a un costo muy razonable. “Son muy populares, y van a ayudar con el turismo” fue el argumento principal en ese momento.
Al entonces jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri le pareció una excelente idea, y poco después estaba inaugurando las creaciones de Pugliese por toda la ciudad. Las estatuas se multiplicaron y Pugliese empezó a hablar de involucrar a sus estatuas en distintos parques temáticos. A medida que la fama del artista plástico crecía, otras ciudades le hicieron ofertas. El entonces gobierno nacional de Cristina Kirchner no se quedó atrás, y también le hizo algún pedido a Pugliese. Por ejemplo, una estatua de Juan Perón, Evita y un perrito que debutó en los jardines de la Biblioteca Nacional.
Quien conoce la historia de estas estatuas sabe que existieron algunos reveses. El Papa Francisco, contrario a los personalismos, solicitó que remuevan una estatua a su imagen que Pugliese había inaugurado en la Catedral Metropolitana. La empresa Torneos y Competencias decidieron remover las estatuas de Diego Maradona, Gabriel Batistuta y Lionel Messi de su lugar en la Recoleta cuando fueron atacadas por vándalos cinco veces en solo tres meses. Pero en general, la tendencia fue creciente y el Estudio Pugliese de Villa Crespo se convirtió en un lugar famoso.
Hoy Buenos Aires tiene más de treinta estatuas de Pugliese repartidas por la ciudad. Algunas son muy conocidas y admiradas, mientras que otras realmente pasan desapercibidas. Y aparecieron los problemas que cualquier porteño hubiese previsto. Superado el “efecto novedad”, son criticadas desde distintos ángulos. Algunos están en contra de honrar a artistas populares contemporáneos por sobre figuras políticas y de la ciencia. Desean que Buenos Aires vuelva a su propia tradición sobre el tema, tradición que sigue en las principales ciudades del mundo. Otra crítica: las estatuas de la Avenida Corrientes son un obstáculo en una vereda tan transitada.
Pero, como era de esperar, el costo de mantenimiento para la Ciudad de Buenos Aires se convirtió en el tema central. Las estatuas de Pugliese están hechas de un material barato que las convierten en factibles para los presupuestos y poco aptas para el robo, pero al mismo tiempo no son resistentes a los elementos y el paso del tiempo como las clásicas estatuas de bronce. Y como cualquier estatua, atraen palomas, insectos y seres humanos… todos con cierta capacidad de afectarlas negativamente.
En definitiva, queda claro que mientras las estatuas de Pugliese seguirán siendo muy queridas en el ámbito privado, por el tema costos y vandalismo, a nivel municipal su futuro es incierto. ¤