El impuesto a las Ganancias en Argentina, que durante décadas era un tema solo para contadores y personas con fortuna, se convirtió durante los últimos diez años en un tema molesto que irritaba a los gremios y un impuesto que, por su falta de adaptación al proceso inflacionario, afectaba a un sector creciente de los asalariados. A tal punto que, cuando el gobierno de Mauricio Macri decide aliviar la carga y elevar el mínimo no imponible de $15 mil a $30 mil, casi todos los líderes sindicales salen a felicitarlo y Antonio Caló, líder de la CGT supuestamente kirchnerista se atreve a decir que “Macri me confesó que en su esencia siempre va a ser peronista”. Cómo han cambiado las cosas en la Argentina.
En fin, lo primero que hay que entender aquí es que Macri sencillamente volvió a poner las cosas más o menos como estaban antes de la llegada de un proceso inflacionario que distorsionó todo. Es decir, Ganancias en la Argentina vuelve a ser un impuesto que solo afecta seriamente al treinta por ciento de los asalariados que mejor sueldo tiene. Era así en los noventa, y vuelve a ser así a partir de estas medidas.
La principal ganadora con esta medida es la clase media asalariada que estaba en blanco, y tendrá un alivio impositivo que significa un aumento real de su poder adquisitivo de por lo menos el 10% de su salario. El gobierno espera que este aumento del poder adquisitivo vaya al consumo, donde espera la gran vedette del sistema tributario argentino: el Impuesto al Valor Agregado (IVA). En otras palabras, Macri se juega a que, si todo sale bien, el gobierno recupera con el IVA lo que concede en Ganancias. No se sabe si en los números va a ganar, pero ya ganó políticamente, ya que con bombos y platillos pudo anunciar una medida popular.
Los críticos del sistema tributario argentino siempre han sostenido que, porque depende tanto en un impuesto al consumo como es el IVA, es regresivo. Es sabido que cuando se tiene menor ingreso, se consume una proporción más grande de ese ingreso. Entonces el IVA grava proporcionalmente más a pobres que a ricos. Una crítica secundaria es que algunos impuestos pequeños, y las altas tasas que rigen para el comercio internacional, distorsionan la economía. Un buen ejemplo es el impuesto al cheque. Era esperado que un gobierno “progresista” hubiese bajado el IVA, remplazándolo con un Impuesto a las Ganancias más importante, pero también mejor pensado. Como sabemos, todo esto no pasó en los últimos doce años. El último gobierno quedó atrapado en una telaraña tendida por el cepo, la inflación, la confusión regulatoria y los acreedores externos, y finalmente no logró los cambios tributarios que el país necesita. ¤