La protagonista en cuestión es jetona, feaza, con artificiales senos de una redondez absurda siempre a punto de escaparse por sobre los generosos escotes. Sus movimientos son exagerados, torpes, estudiadamente desinhibidos. Es de esos individuos que hacen de la idiotez y la vacuidad una virtud. Una Paris Hilton... sin Hilton. Hasta aquí su nombre, tan particular, nos refería al teatro de revistas, pero a la hora de definir su profesión, los diarios y revistas argentinos parecen coincidir en que trabaja de mediática (esperamos que usted sepa a qué se refieren, porque nuestra idea es más bien vaga).
Parece mentira, pero en un país que se jacta de contar con “las minas más lindas del mundo”, miles de argentinos adoran sus pechos y se ratonean con ella. Y la verdad, nadie puede dictar el gusto de nadie y cada uno está en su derecho de ratonearse con quien quiera. Ese derecho, claro está, incluiría a los dos pilotos de Austral que la hicieron pasar a la cabina del avión para que ella, como si estuviera en uno de los juegos de Disneyland, agarrara los controles durante el despegue y al mismo tiempo filmara toda la situación para luego, encima, publicar todo en su cuenta de una red social. Porque esa es otra marca de hoy: cada paso que damos tiene que ser registrado por una cámara y quedar inmortalizado en una computadora. Pobre Orwell, él que se creía que en el futuro nos íbamos a desvelar con sus “dystopias” de ciudadanos vigilados por cámaras espías siempre presentes en cada rincón.
El incidente no hubiese sido tan grave si no fuese porque ese vuelo comercial transportaba a decenas de personas y los pilotos, embobados por las curvas de la invitada, incurrieron en varias violaciones a la seguridad aeronáutica. Lo primero que nos viene a la mente, lo que nos revienta, es que quizás en ese mismo vuelo viajaba una científica del CONICET, una maestra rural, una brillante escritora, o mismo una abuela que juntó pesito a pesito la plata para el pasaje para ir a visitar a sus nietos en Rosario... pero quien fue invitada a la cabina fue una mediática llamada Vicky Xipolitakis, o algo así. Y no, no se trata de una aerolínea privada. Austral, como dice uno de los pilotos en el video, la pagan todos los argentinos.
Algunos dirán que cosas así pasan en todos lados. Otros lavarán de culpas a la mujer; después de todo, no fue preparada para pensar o analizar, sino para mostrar su cuerpo de la manera más banal posible. Lo cierto es que, debido a la difusión mediática, la justicia investiga ahora el hecho y no se descarta que los dos pilotos, quienes ya fueron despedidos por la empresa, enfrenten serios cargos y encima terminen presos.
Vamos a cerrar esta editorial con una frase simple, que nos sale del alma. Si usted es de los que se molestan por una mala palabra o una expresión vulgar, le sugerimos terminar de leer aquí y dar vuelta la página.
Se lo merecen... por calentones. ¤