Las aves fueron invitadas a un gran baile que se daba en el cielo. El sapo se enteró de la noticia y no sabía cómo hacer para asistir.
El águila, que era cantora y guitarrera, iría seguramente con su instrumento, y el sapo resolvió esconderse en la caja de la guitarra.
Todas las aves, muy coquetas y arregladas, llegaron al cielo y comenzaron a sentarse a la mesa del banquete. Llegó el águila con su guitarra a la espalda, la dejó a un lado y buscó su lugar. Al rato salió el sapo y se presentó entre los invitados. Para todos fue una gran sorpresa ver aparecer a aquel caballero. No se explicaban cómo había podido subir hasta esas regiones.
Para colmo de sus males, en medio de la reunión, se dio vuelta y escupió, descuidadamente, con tan mala suerte, que le tapó un ojo al colcol (1), quien se enojó y protestó en público por la mala educación del mozo.
La fiesta fue espléndida. Los concurrentes bailaron y se divirtieron muchísimo.
Cuando llegó el momento de regresar, fueron grandes los apuros del sapo para esconderse otra vez en la guitarra. Todos estaban atentos y lo vigilaban para descubrirlo. El águila advirtió la maniobra y se propuso castigarlo. Se puso la guitarra volcada, de modo que, en cuanto comenzó a volar hacia la tierra, cayó el sapo desde muy alto.
Caía sobre un pedregal y el pobre gritaba: ¡Pongan colchones!, ¡pongan colchones que voy a partir las piedras! - pero nadie le hizo caso.
El golpe fue terrible y el cuerpo se le llenó de heridas. Las cicatrices son las manchas que han quedado para siempre en la piel del sapo.
(1) Colcol - En la región central, colcón. Un búho.
Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos - Consejo Nacional de Educación. (1940) ¤