Sudamérica está atravesando un período histórico excepcional. Afortunadamente y desde hace muchos años todos los países de la región son conducidos por gobernantes elegidos a través del voto popular, y las sangrientas dictaduras son un tenebroso recuerdo del pasado.
Lástima que, con la excepción del Brasil y Uruguay, abundan demasiados líderes carismáticos y personalistas que lesionan la democracia. El resultado de esta proliferación de personalidades no es nada halagüeño, ya que el destino de varios países pareciera estar atado íntimamente a la salud y vida de sus presidentes, más que al de las instituciones, como debería ser.
Venezuela es un ejemplo de ello. El precario estado de salud del comandante Hugo Chávez mantiene en vilo a la nación caribeña que se encuentra semiparalizada, y ya se han vulnerado varias normas constitucionales y leyes a fin de evitar su sucesión. Algo que sería considerado absolutamente normal en cualquier sistema democrático conducido por seres falibles y mortales.
Por estos lares, en Argenttina no tiene mucha vigencia aquello tan natural y habitual de “a rey muerto rey puesto” que caracteriza a los países desarrollados poseedores de instituciones fuertes y consolidadas.
En muchos países sudamericanos, el destino de millones de ciudadanos depende de las figuras carismáticas que los gobiernan con mano de hierro, que hacen lo imposible para evitar transiciones del poder aceitadas y sin sobresaltos.
La Argentina pareciera no ser la excepción, ya que, para millones de compatriotas, la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner, constitucional y carismática, es la única garantía para el desarrollo económico y político de la nación. Sin su figura, argumentan, sobrevendría el caos.
Objetivamente, razón no les falta, ya que Cristina aparece como la única figura destacable en el firmamento político vernáculo, aunque su mandato cesa en el 2015 y otra persona deberá asumir la presidencia y conducir los destinos del país. ¿O no?
A mediados del 2013 se llevarán a cabo elecciones de senadores y diputados nacionales que definirán el curso de la historia argentina de los próximos años. Tal vez de las próximas décadas.
Esto se debe a que los nuevos representantes del pueblo que asumirán sus bancas en el Congreso Nacional a finales de año tendrán la facultad de modificar, o no, la actual Constitución Nacional a fin de permitir la re-reelección indefinida de la presidenta. Será, sin dudas, una decisión trascendental, histórica. La madre de todas las batallas.
En estos momentos nadie puede asegurar qué pasará. Lo que sí se sabe es que una parte significativa de la sociedad argentina demanda cambiar la carta magna mientras que otro sector, bastante semejante en número, pretende que se mantenga el status quo. Esto es, la plena vigencia de la Constitución de 1994, a fin de que el ciclo de alternancias presidenciales se mantenga como hasta ahora.
Como la atención de todos los políticos del país está centrada en esas elecciones, no tienen tiempo para gobernar como deberían. De allí que las penurias de los ciudadanos de a pie aumentan diariamente. De hecho, los problemas cotidianos, que afectan a millones de individuos y familias, ni siquiera figuran en la agenda de los representantes del pueblo. Ya sea a nivel nacional, provincial o municipal. A ninguno le interesa.
Agravando aun más la situación, el enfrentamiento entre los políticos es tan generalizado que alcanzó dimensiones aterradoras. Es una lucha despiadada de todos contra todos. Dentro del mismo oficialismo se pelean peronistas y cristinistas, quienes a su vez atacan ferozmente a la casi insignificante oposición. A su vez, dentro de la oposición se enfrentan decenas de partidos minúsculos y figuras que perdieron el respaldo de sus bases originarias.
La consecuencia de este estado de cosas es el caos. El país en su conjunto funciona, en el mejor de los casos, en piloto automático.
Mientras tanto, gran parte de la población observa con resignación y apatía cómo se suceden los enfrentamientos allá lejos, en el paraíso de los políticos, donde la vida de los funcionarios y representantes del pueblo es mucho más que placentera.
Todos los dirigentes se pelean a cada momento motivados únicamente por los réditos electorales que puedan obtener a mediados de este año.
El subte, los trenes, caminos, salud, inseguridad, inflación, cepo cambiario, la Fragata Libertad, ley de medios audiovisuales y la Corte Suprema de Justicia son algunos de los temas que aparecen como de interés de los dirigentes. Pero son solo campos de batalla donde se pelean entre sí, aunque solo en el plano declamativo, pour la galerie. Porque de verdad, de verdad, a ninguno le interesa realmente. Solo lo hacen para humillar o desacreditar a los enemigos y de paso conseguir algunos votos más. Están muy lejos de querer mejorar realmente la calidad de vida de la gente.
En estos tiempos, todos los que tienen algún poder de modificar, para bien, la vida de las personas, están en otra cosa. Viendo otro canal. Interesados únicamente en cómo se beneficiaran a través de la renovación de las bancas del Congreso.
La consecuencia de esto es una degradación permanente de la calidad institucional del país y de la calidad de vida de los ciudadanos. Como “todo tiene que ver con todo”, un ejemplo de la desidia institucional se destaca más que ninguna, porque atañe a la vida misma de las personas: la cantidad de muertes producidas en hechos de tránsito, muchas de ellas evitables, es pavorosa. Según las estadísticas provisorias, durante el año 2012 murieron 7485 personas. Lo más indignante es saber que muchas de estas víctimas habrían salvado sus vidas si los funcionarios responsables hubieran implementado un razonable y mínimo plan de mantenimiento de caminos. Ni siquiera de mejoramiento.
No hay autopistas o caminos seguros en el país porque no se invirtió casi nada en las últimas décadas. Mientras tanto, la Argentina se convirtió en un país exportador de unas pocas materias primas: soja, maíz, trigo, carnes, minería y combustibles. Y para satisfacer el mercado mundial ávido de materias primas, miles y miles de enormes camiones transitan noche y día los deteriorados y angostos caminos diseñados y construidos en el siglo pasado cuando, paralelamente, funcionaba el transporte ferroviario.
La lucha por el poder desde siempre obnubiló a políticos y funcionarios. Pero este año superaron sus propias marcas, ya que ahora están las veinticuatro horas del día pensando en las próximas elecciones. Sin dudas, muchos de ellos querrán convertirse en los próximos líderes carismáticos que refunden la república y queden inmortalizados en el bronce. ¤