Las Elecciones, una prueba para visualizar el camino

Dibujo: Andrés CascioliEl reciente ejercicio democrático celebrado en Argentina es una excelente medida para saber qué nos espera a los argentinos y qué modelo de país pretendemos.

Las elecciones que se celebran al cierre de esta edición en Argentina renuevan 127 bancas de diputados y 24 de senadores nacionales, así como 315 diputados y 70 senadores provinciales. También serán electos dos nuevos gobernadores: el de Corrientes y el de Santiago del Estero. Y aunque no son elecciones presidenciales y no está en juego ninguna gobernación de las que marcan tendencias, la desesperación, tanto del Gobierno nacional como de la oposición, demuestra lo importante que resultan.
Durante toda la campaña, y en especial en las últimas semanas, los Kirchner decidieron apretar el acelerador autoritario e inescrupuloso en base al cual gobiernan Argentina desde el año 2003. Desde hace meses, cuando atisbaron el peligro de la derrota, el matrimonio de Cristina y Néstor Kirchner está echando mano a todo el arsenal a disposición de cualquier gobernante decidido a dejar a un lado todo recato en el manejo del poder. Entre ese arsenal se encuentra el de pronosticar la tragedia argentina en caso de no triunfar el oficialismo.
Por eso estas elecciones han sido tan importantes para nuestro país: los votantes debieron decidir en las urnas qué modelo seguir: el de un matrimonio que se perpetúe en el poder o la sana alternancia democrática que ha hechos grandes y prósperos a otros países del mundo.
Sin ir más lejos, las opciones a futuro están al alcance de nuestras manos; las naciones latinoamericanas oscilan hoy entre dos modelos opuestos, que podríamos decir representados por Luiz Inacio Lula da Silva y Hugo Chávez. La primera cumbre que divide las aguas entre ambos modelos, en su faz política, es el candente tema de la reelección. La segunda cumbre que las divide, ya de naturaleza económica, es la definición de las relaciones entre el Estado y el mercado.
Fernando Henrique Cardoso, antecesor de Lula, pronunció una frase histórica: "Tres presidencias consecutivas no es una democracia, sino una monarquía". En la medida en que Lula, ya en medio de su segunda presidencia, confirme el rechazo de una tercera presidencia consecutiva, completará el modelo de Cardoso, esto es, el rechazo de toda "re-reelección" como aquella a la que aspiró, sin lograrla, el ex presidente Carlos Menem en 1999.
Al consagrar de este modo la "no re-reelección", el modelo político brasileño empieza a manifestarse más que como una sucesión de "ciclos" personalistas de incierta duración, como un verdadero sistema político. Una vez que un país deja atrás la sucesión de gobiernos personalistas marcados por la exaltación temporaria de un líder mesiánico y pasa a un "sistema político" caracterizado por una estabilidad de largo plazo, empieza a preocuparse por las verdaderas necesidades del estado y de los ciudadanos, que trascienden a la cambiante fortuna de los caudillos. En esta vía está Brasil.
En ese camino se encuentran otras naciones latinoamericanas como Chile y Uruguay. Junto con el Brasil de Lula, el Chile de Bachelet y el Uruguay de Tabaré Vázquez, todas estas naciones prometen alinearse con el desarrollo político europeo y particularmente con el modelo político norteamericano, donde nació la idea de que "tres períodos consecutivos no forman una democracia, sino una monarquía" allá por 1797, cuando el presidente George Washington no quiso aceptar su propia "re-reelección".
La segunda cumbre, esta vez económica, que divide las aguas entre el modelo de Lula y el modelo de Chávez, es la relación entre el Estado y el mercado. A principios del siglo XX, el sociólogo Max Weber sostuvo que el desarrollo económico de las naciones no depende del triunfo del Estado o del triunfo del mercado, sino en la participación complementaria de que una clase empresaria caracterizada por su competitividad conviva con una burocracia caracterizada por su profesionalidad. Es en esta dirección que marcharon Europa occidental y los Estados Unidos, la misma hacia la que hoy marchan Brasil, Chile y Uruguay, que casualmente son los países de punta en el desarrollo económico latinoamericano.
Por otro lado se encuentra el re-reeleccionismo y el estatismo de la mano de Chávez. Este modelo se centra en la expresión de un narcisismo que lo conduce a creerse algo así como un Salvador, un Nuevo Libertador, como una reencarnación contemporánea de Bolívar. El típico caudillismo latinoamericano que tanto atrasó a nuestra región. Es que lo de Chávez, por más que lo grite a los cuatro vientos, no es "socialismo" sino "estatismo", porque su política económica se parece más a la de los movimientos totalitarios que crecieron en los años 30 detrás de pretendientes del poder total, ya provinieran de la derecha o de la izquierda, lo único que han buscado siempre es el sometimiento político, económico y cultural de la nación.
Que Chávez se encuentra al borde de esta escabrosa frontera lo prueba su persecución de los opositores, varios de los cuales han debido exiliarse; su intensa campaña para monopolizar los medios de comunicación, y su intento de bloquear el libre pensamiento de aquellos que se oponen al pensamiento único.
Si el kirchnerismo triunfara categóricamente en las elecciones, entonces podríamos ver a Kirchner y a su esposa alinearse ya sin disimulo junto con el caudillo venezolano que en el fondo admiran, y algunos de cuyos rasgos como el re-reeleccionismo ya han adoptado bajo la forma, hasta cierto punto original, de la sucesión indefinida intraconyugal, que, en ese caso, trataría de imponerse de nuevo en 2011.
Si Kirchner llega a perder el control del Congreso que hasta ahora ha tenido, se abrirán para él dos opciones: el diálogo con los opositores dentro de un Congreso pluralista que podría convertirse así en una alta muralla contra los que no aceptan el pluralismo ideológico. En su lugar podría surgir al fin el horizonte de una Argentina democrática, republicana y "no re-reeleccionista" en la que el otro modelo, el de Lula y sus pares ideológicos, resultaría posible. La otra opción sería no aceptar la voluntad popular y provocar todo aquello con lo que se ha venido amenazando en la campaña electoral.
Estas elecciones definen si Argentina se encamina hacia el totalitarismo democrático (el que se "legitima" con elecciones) o se encaminará hacia la mejor forma de gobierno inventada hasta ahora, que es la democracia plural con los poderes independientes del poder central. ©

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