El mes pasado se dio a conocer la lista de las mejores ciudades del mundo para vivir, de acuerdo al tradicional estudio de The Economist Intelligence, que examinó 140 ciudades del planeta aplicando 30 factores diferentes para determinar la calidad de vida en cada una de ellas.
Mientras que nuestros vecinos canadienses cuentan desde hace tres años con la mejor ciudad del mundo (Vancouver) y otras dos en los primeros cinco puestos, Viena y Helsinski dieron la cara por Europa; el resto de los primeros diez lugares lo ocuparon ciudades australianas, un tanto más soleadas que las anteriores.
Debemos confesar que en un principio nos sorprendió que ninguna ciudad estadounidense se ubicara entre los primeros puestos de la lista; de hecho, nuestra gran metrópolis de Los Angeles ocupó el lugar 47mo mientras la exuberante Nueva York apenas alcanzó el 56to puesto. Sin embargo, a la hora de analizar los parámetros usados para la medición, hay que conceder que aún tenemos un largo trecho para recorrer. El estudio consideró factores como estabilidad, salud pública, medio ambiente, educación e infraestructura, además de seguridad ciudadana.
Habrá que replantearse el destino de este país, analizando las razones que llevan a la principal potencia económica mundial a calificar tan pobremente en lo que se refiere a calidad de vida, cuando se la compara con otros países desarrollados. Por el momento, sería interesante que los líderes políticos estadounidenses comiencen a pensar en un país en el que sea posible conjugar el desarrollo industrial y comercial con el medio ambiente, la inclusión social, especialmente en materia educativa y de seguridad, los beneficios para el trabajador, y sobre todo un plan de salud pública para todos sus habitantes.
Si se preguntan adónde quedaron las grandes metrópolis argentinas y latinoamericanas... bueno, digamos que mejor ubicadas que las africanas Harare (Zimbabwe) y Dhaka (Bangladesh), y superando ampliamente también a Port Moresby, (Papúa Nueva Guinea).©