El ogaraitig (en guaraní),
llamado hornero o pájaro albañil, tiene muchos otros nombres: casero, caserito, alonsito, etc., según la región. En nuestro país habita en Córdoba, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, BuenosAires, norte de La Pampa, Tucumán, etc. También habita en Paraguay, Uruguay, parte de Brasil y Bolivia. Se lo llama “pájaro de la alegría y el buen tiempo” y se asegura que no trabaja en día domingo, salvo en tiempo de sequía.
Asombra la perfección de su nido, de paja y barro, siempre dando la espalda al sur, que es de donde vienen las peores tormentas y vientos.
Cuentan que en un tiempo fue hombre y se llamaba Jahé, y que vivía con su anciano padre en un apartado lugar de la selva. Era un muchacho apuesto, alegre y trabajador como ninguno... y estaba enamorado. Fue una tarde que volvía de cacería cuando lo sorprendió un canto tan alegre y particular como no había escuchado nunca. Se detuvo. No era el jilguero, no, ni tampoco el pirirí. Aguzó el oído. ¿Sería acaso la calandria? No, la calandria no. ¿Un pájaro desconocido venido de otras tierras? Tal vez era eso. Curioso, se fue acercando al lugar de donde, al parecer, venía el canto. Y ¡oh sorpresa! No era un pájaro. Era una muchacha la que cantaba: la bellísima Iponá. Y desde que Jahé vió a Iponá, todos sus pensamientos fueron para ella.
- Cuando tenga edad, he de casarme con Iponá, padre -decía Jahé.
-Sí, hijo, así lo harás.
-Y construiré la más hermosa casa para que estemos siempre juntos.
-Sí, hijo; cuando tengas edad.
Y pasaban los días felices y todo era reír y cantar, cantar y trabajar, esperando el ansiado momento de formar el nuevo hogar. Y hacían proyectos, paseando tomados de la mano; admirando los árboles florecidos, sin saber cuál de ellos elegir para proteger la casa. Siempre juntos, Iponá y Jahé... y pasó el tiempo.
Un día todos los jóvenes de la tribu fueron llamados para realizar las pruebas que la ley exigía y era obligación cumplir. Era el momento de demostrar la fortaleza y el valor de cada uno. Todos los años se daban importantes premios a los ganadores, pero esta vez la recompensa era muy especial: quien venciera tendría el honor de casarse con la hija del rubichá (hechicero), que era además el cacique de la tribu.
Todos los jóvenes asistieron a la competencia deseosos de vencer, todos menos Jahé. Él no quería ganar ni casarse con la hija del cacique. El sólo pensaba en Iponá. Las dos primeras pruebas eran una carrera a pie y otra a nado. Jahé era el más veloz y ganó las dos. Más no estaba contento.
La tercera, la más difícil, consistía en estar encerrado, envuelto en cueros frescos de animales, inmóvil y sin tomar más que líquidos durante nueve días. A medida que el sol contraía los cueros, los participantes iban abandonando. Dentro del encierro, Jahé se sentía cada vez más triste. ¡No quería ganar! Sin embargo, era tan fuerte que resistió hasta el noveno día.
¡Cuánto hubiera dado por no estar ahí! ¡Qué deseo de hacerse chiquito, muy chiquito y desaparecer! Cuando los ancianos de la tribu, que a la vez eran los jueces de la prueba, se dirigieron a desatar los cueros donde estaba Jahé, para declararlo vencedor, no lo encontraron. Sólo había allí un pájaro color canela-rojizo, que salió volando y fue a pararse en la rama más alta de un lapacho. Se había convertido en “ogaraitig” (hornero) . Alegremente comenzó a cantar y su canto era una risa larga y jubilosa. Iponá, que oyó su canto, también se transformó en pájaro y fue a reunirse con él. Allí, entre el asombro de todos, empezaron a conversar con su lenguaje de gritos tintineantes y aleteos, y juntos echaron a volar. Y desde entonces, no se separaron más. ¤