Clasifica y define a los gauchos, resaltando su importancia y contradicciones.
En Facundo Quiroga, Civilización y Barbarie, Domingo F. Sarmiento nos da una clasificación de los gauchos y los define. Comienza con el rastreador, que es el más sobresaliente, y nos dice: “En las llanuras más dilatadas sabe seguir las huellas de un animal y distinguirlas entre mil. Conoce si van despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío”. “Es una ciencia casera y popular. Es un personaje grave, prudente, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. Si se ha cometido un delito y se encuentra una pisada del ladrón, se la cubre con algo para que el viento no la disipe y se llama al rastreador que mira el rastro y lo sigue y lo sigue mirando de tarde en tarde. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y señalando un hombre que encuentra, dice fríamente: este es. El delito está probado y raro es el delincuente que resiste esta acusación. Para él, más que para el juez, la deposición del rastreador es la evidencia misma, negarla sería ridículo, absurdo. Se somete pues a este testigo”.
A continuación, el escritor considera al baqueano, personaje eminente que tiene en sus manos la suerte de los particulares y la de las provincias. Nos afirma que “es un gaucho grave y reservado, que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo. Es siempre fiel a su deber. En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos, observa los árboles, si no los hay, se desmonta, se inclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la altura en que se halla, monta enseguida y les dice: ‘Estamos en derecheras de tal lugar, a tantas leguas de las habitaciones; el camino ha de ir al sud’. Si se encuentra en la pampa y la oscuridad es impenetrable, arranca pastos de varios puntos, huele la raíz y la tierra, los masca y después de hacerlo varias veces se cerciora de la proximidad de algún lago o arroyo salado, o de agua dulce y sale en su busca para orientarse fijamente. Anuncia también la proximidad del enemigo, a diez leguas y el rumbo por donde vienen, por medio del movimiento de los avestruces, gamos y guanacos que huyen en cierta dirección”.
Luego se refiere al gaucho malo, un misántropo particular con toda la ciencia del desierto, con toda su aversión a las poblaciones de los blancos, pero sin conexiones con los salvajes. “La justicia lo persigue, su nombre es temido pero respetado. Personaje misterioso, mora en la pampa, son su albergue los cardales, vive de perdices y mulitas y si alguna vez quiere regalarse con una lengua, enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado predilecto y abandona lo demás a las aves mortecinas. En la poblaciones se provee de los vicios, y si divisa la partida, monta tranquilo en su caballo y lo apunta hacia el desierto sin prisa, desdeñando volver la cabeza. La partida rara vez lo sigue, mataría inútilmente sus caballos, porque el que monta el gaucho malo es un parejero pangaré tan célebre como su amo. Si el acaso lo echa alguna vez de improviso entre las garras de la justicia, acomete a lo más espeso de la partida y a merced de cuatro tajadas que con su cuchillo ha abierto en la cara o en el cuerpo de los soldados, se abre paso entre ellos y tendiéndose en el lomo del caballo para sustraerse a la acción de las balas, endilga hacia el desierto, hasta que poniendo espacio conveniente entre él y sus perseguidores, refrena su trote y marcha tranquilo. Divorciado de la sociedad, proscrito por las leyes, este salvaje de color blanco, no es en el fondo un ser más depravado que los que habitan las poblaciones. No es un bandido, no es un salteador, el ataque a la vida no entra en su idea: roba, es cierto, pero esto es su profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos. Viaja a veces a la campaña de Córdoba o de Santa Fe. Se lo ve cruzar la pampa con una tropilla de caballos por delante; si alguno lo encuentra, sigue su camino sin acercársele a menos que él lo solicite”.
Y por último, nos habla Domingo F. Sarmiento del gaucho cantor, que es la idealización de aquella vida de revueltas, de civilización, de barbarie y de peligros.
“Es el mismo bardo, el trovador de la Edad Media, que se mueve, entre las luchas de las ciudades y del feudalismo de los campos, entre la vida que se va y la vida que se acerca. Anda de pago en pago, de tapera en galpón, cantando, sus héroes de la pampa perseguidos por la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios robaron a sus hijos en un malón reciente, la derrota y muerte del valiente Rauch, la catástrofe de Facundo Quiroga y la suerte que cupo a Santos Pérez. Ni tiene residencia fija, su morada está donde la noche lo sorprende, su fortuna en sus versos y en su voz. Mezcla entre sus cantos heroicos, la relación de sus propias hazañas. Con ser el bardo argentino, no está libre de tener que habérselas con la justicia. También tiene que dar cuenta de sendas puñaladas que ha distribuido, una o dos desgracias y algún caballo o una muchacha que robó. La poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular, cuando se abandona a la inspiración del momento. Más narrativa que sentimental, está llena de imágenes tomadas de la vida campestre, del caballo y de las escenas del desierto que la hacen metafórica y pomposa”.
Como vemos, salvo el caso del gaucho malo, los demás, ya sea el rastreador o el baqueano, son sin lugar a dudas útiles y necesarios en el campo. El gaucho ha integrado los ejércitos de la Independencia. Luego sabemos con qué saña se los persiguió.
Domingo F. Sarmiento, luego de darnos estas lecciones, ha sostenido otras cosas muy distintas. Así, en carta al General Bartolomé Mitre del 20 de septiembre de 1861, dice: “Se nos habla del gaucho, la lucha que ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos”. Y en carta también al General Bartolomé Mitre del 24 de septiembre de l886, confirma: “Tengo odio a la barbarie popular. La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil. Mientras haya un chiripá no habrá ciudades. ¿Son las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden. Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta, aniquilando el levantamiento de las masas”. ©