Libre como los pájaros de las Pampas
El gaucho ignoraba el significado de los términos límite, frontera, propiedad y hasta comodidad, términos de sentido muy relativo en la pampa de ayer, y por eso tenía el espíritu de libertad de los pájaros, que no conocen otra sujeción que la que imponen las leyes físicas: alimentación y descanso.
He ahí el punto inicial de la democracia. El gaucho no sabía nada de teorías sociales; su aislamiento con respecto a la vida política de la Nación, era absoluto; pero amaba la libertad, vivía en ella; era su estado natural y la consideraba un derecho inalienable; por el culto de la libertad —aunque él lo ignorase— era profundamente demócrata. Y cuando ocupó un lugar en los ejércitos de la patria, o cuando formó entre los “montoneros” de tal o cual caudillo, no fue únicamente el instinto lo que lo impulsaba: es que ya para entonces el gaucho había sentido pesar sobre su vida el imperio de la ley; su estructura moral y social se había resentido desde los primeros choques y terciaba en la lucha buscando restablecer su propio equilibrio. Fue siempre el sentido de la libertad el que regló sus actos.
En 1815, el directorio de Posadas declara “vago” y condena a cinco años de servicios en el ejército de línea, y de dos a diez años de trabajo obligatorio en establecimientos (estancias) que se designarían a todo gaucho que no pudiese presentar un certificado de empleo (papeleta de conchabo, le llamaban ellos), certificado que debía llevar la firma del patrón y la autorización del juez de paz del partido.
No es necesario remarcar lo que había de inconsulto y de agresivo en semejante disposición. En la extensión de la pampa, las estancias eran pocas y las peonadas a sueldo, mínimas, pues los dueños preferían utilizar esclavos; el negro era siempre más económico y menos rebelde. ¿Dónde, entonces, podía encontrar “conchabo” todo el gauchaje?
Además, ambas penas, la que debía cumplirse en los ejércitos de línea en los fortines, y la otra, la de trabajo obligatorio en un establecimiento deseado por la autoridad, revelaban, bien a las claras, un propósito, interesado en el primer caso, interesado e innoble en el segundo. Y cabe preguntar aún: ¿Qué delito se castigaba?
Leyes de tal calibre, en mano de funcionarios verdaderos tiranuelos, son los que dieron origen a una manifiesta descomposición social y engendraron al “gaucho malo”, y al “matrero” famoso. Y esto explica, también, el porqué de esa simpatía popular que acompañó y protegió al hombre que se rebelaba contra las leyes, contra esas leyes que pesaban como yugo omnipotente sobre los humildes y que hicieron decir a “Martín Fierro”, con amarga y profunda filosofía:
“Si uno aguanta, es gaucho bruto,
si no aguanta, es gaucho malo.
¡Déle azote, déle palo,
porque es lo que él necesita.
De todo el que nació gaucho
ésta es la suerte maldita!”
Y a medida que el rigor de las leyes se hacía sentir con mayor intensidad, la pampa comenzaba a estrecharse y a desaparecer bajo las plantas del gaucho; a la tierra que fue suya, sucedió la tierra del patrón.
Compilado por Carlos Avilas del libro “Voces y Costumbres del Campo Argentino”, de Pedro Inchauspe, publicado en 1949.