Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblito olvidado, vivía solo, sin conocérsele familia, un viejito muy trabajador, que había construido su casa con sacrificio.
Tenía un campito en donde cosechaba todo tipo de verduras y frutas que servían para su alimentación. La mayor parte del tiempo lo pasaba en soledad. Los otros vecinos estaban alejados, pero había uno que era su amigo y cada tanto lo visitaba. Este era el Vizcacha, de oficio panadero. Venían de pueblos vecinos a comprarle el pan que él amasaba con amor, y que no sólo vendía, sino que también solía regalarlo a aquellos que no tenían dinero. Esto generó más de una discusión entre ambos, pues el viejito era mezquino y aunque a veces le sobraban frutas y verduras, se negaba a repartirlas ni siquiera entre los niños que se acercaban a pedirle. De hecho, más de una vez corrió a cascotazos a aquellos chicos traviesos que se animaban a entrar en su quinta.
En la última discusión, el Vizcacha le sentenció, algo enojado:
-Algún día, alguien te dará un escarmiento que te hará arrepentir toda la vida de tu mezquindad.
Cierto día en que el sol pegaba fuerte y las chicharras celebraban el calor con su concierto de la tarde, acertó a pasar por la casa del viejito un hombre, también de edad avanzada, quien le dijo que tenía mucha sed y se le antojaba comer sandía.
-Invíteme con una, viejito amigo…
-No, no le doy nada, bastante me cuesta sembrar, cuidar y cosechar, como para regalarle una.
-Está bien, guárdesela- dijo el caminante, alejándose con enfado.
El viejito entró rezongando en su casa. El caminante, que se había alejado algunos pasos, se paró de golpe, y como poseía poder, inflando el pecho dijo con resentimiento:
-¡Que se te caiga encima tu casa!
Quien así hablara, era nada menos que Totjuaj*. Y así sucedió; la casa que había construido con sacrificio estaba aprisionando al viejito. Éste, con desesperación, quería sacársela de encima, pero su esfuerzo no valía, sólo podía vérsele la cabeza y las patas. Cuando el viejito curó de sus heridas, ya no podía pararse. Hoy en día, aún anda con su casa a cuestas. Dicen que las rayas que la tortuga tiene desde entonces arriba, son los ladrillos que le cayeron encima.
*Totjuaj, es el eje de la mitología Wichí, quien en las numerosísimas idas, venidas, aventuras, desventuras, apuestas, triunfos, derrotas, genialidades, errores, empecinamientos, lealtades y engaños, con su hacer va configurando el mundo.
Totjuaj tiene forma humana y si muere, vuelve a vivir a los tres días. ©