Antiguos habitantes de las Sierras Pampeanas
Comechingón es la denominación vulgar con la cual se alude a una antigua etnia originaria de la República Argentina que a la llegada de los realistas españoles en el siglo XVI habitaba las Sierras Pampeanas de las actuales provincias de Córdoba y San Luis.
Los comechingones se autodenominaban hênîa (al norte) y kâmîare (al sur); estos eran los dos grupos principales subdivididos en aproximadamente una decena de parcialidades.
El apelativo “comechingón” parece ser la deformación de una palabra peyorativa que les daba la etnia salavinón -o sanavirona- que hacia el siglo XV, procedente del interfluvio de los ríos Dulce y Salado (actual Provincia de Santiago del Estero), invadía los territorios ancestrales de los henia-kamiare. Los sanavirones los llamaban kamichingan, que en idioma salavirón parece haber significado “vizcacha” o “habitante de cuevas”; esto debido al tipo de vivienda semi subterránea de los henia-kamiare.
Sin embargo, según la crónica del conquistador español Jerónimo Bibar, escrita en 1558, el apodo les fue dado directamente por los españoles al escuchar el grito de guerra de los henia: ¡Kom-chingôn! Según Bibar este grito se traduciría por “muerte a ellos” (a los invasores). Es probable que los sanavirones “entendieran” y “tradujeran” con mofa tal clamor de guerra de sus enemigos con la palabra “kámichingan”.
Leyenda:
Cuenta la historia que cuando se instalaron los españoles en América y la sangre aborigen comenzó a correr por los valles y tiñó de rojo los ríos y arroyos que serpenteaban entre las tierras, los comechingones recordaron la leyenda del águila que habían escuchado de sus abuelos. Y la volvieron a contar porque era casi su única esperanza; algún elegido vendría por el ave a traer la paz, para, por fin, lograr la hermandad entre los pueblos.
Se dice que existió una chica de nombre Arabela que poseía cualidades extraordinarias y que, convertida en mujer, las desarrolló en defensa de su tribu. Con su sabiduría y fina percepción guío las batallas, y logró, de esa manera, que resistieran más allá de la posibilidad humana. Y, si bien “la historia la escriben los que ganan”, nadie podrá negar la valentía con la que lucharon los comechingones.
Arabela, la enviada, murió luchando por su pueblo, pero su alma se encuentra protegida por el vuelo triunfal del águila libre. Por eso, desde entonces, este pájaro representa no sólo la libertad, sino también el deseo divino de hermandad entre los hombres, anhelo que vivirá hasta que todos entiendan que es el único camino hacia la libertad.¤