Un día, los gritos de dolor de los torturados; al otro día, primavera democrática. Un día, hiperinflación y se derrumban los mercados; al otro día, la moneda nacional es tan fuerte como el dólar, los mercados saltan de contentos y el que se derrumba es el país. Un día, un personaje al que le dicen “Chupete” es el único tipo serio que nos puede salvar de la maldita corrupción; al otro día, se escapa en helicóptero sino lo linchamos. “¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola! Aunque... pensándolo bien, ahora la cosa está más tranquila. ¡Vieja, guardá la cacerola que el domingo vienen los chicos a comer y no tenemos en donde preparar los ravioles! Además estos piqueteros ya me tienen podrido... ¡¿Por qué no cortan las calles en la villa en donde viven y se dejan de joder?!” Es que un día, pedimos a gritos que se vayan todos; a la mañana siguiente, frente a las urnas, les pedimos por favor que se queden, perdónennos, lo que se dice en un momento de calentura se olvida tan pronto uno se calma. Un día, al gobernador de Santa Cruz no lo conoce nadie; al otro, es Presidente de la Nación. Un día, a la esposa del ex gobernador de la provincia de Santa Cruz no la conoce nadie; al otro, es Presidenta de la Nación. Un día vivimos en el mejor país del mundo, tenemos las minas más lindas, como dice la canción, y el tango y la Cordillera y Borges y Maradona y las callecitas de San Telmo y el Obelisco y las Cataratas y el glaciar Perito Moreno, al que no podemos ver porque es muy caro viajar hacia allí, pero los turistas dicen que es una maravilla. Al otro día, en este país ya no se puede vivir más. Es de lo peor. Mejor nos vamos a España. Porque ¿sabés que? El nuestro es un país de locos. Aunque, yo que sé... Mirá, mejor esperar, porque viste que acá la situación cambia de un día para otro y por ahí se arreglan las cosas. Después de todo, con las riquezas naturales y el material humano que tiene este país, estamos destinados a triunfar. La verdad, tenemos nuestros problemas, pero la Argentina es un paraíso. No hay nada que hacer. Es cierto: estamos todos locos. Pero ¿quién dijo que los locos no somos los más capacitados para transformar la realidad? ©