Una historia de amor y tragedia
Cuenta la leyenda que en un lugar incierto de América Latina nació una joven y hermosa muchacha de padres indígenas. Su nombre se ha perdido con el pasar del tiempo, pero se sabe que desde edades tempranas exhibió rasgos delicados y de una gran hermosura, que se fueron acentuando con su entrada a la adolescencia y después a la juventud. La joven tuvo siempre numerosos pretendientes, que la colmaron de obsequios y halagos sin que ninguno pudiera nunca encender la llama del amor en su pecho.
Un día, el menos esperado, se presentó un viajero en el pueblo de la hermosa muchacha. Un hombre curtido por el camino, sin un hogar fijo, pero con mucha experiencia. Y como suele ocurrir, la hermosa jovencita quedó prendada de este rufián encantador, y él también de su belleza.
En contra de los consejos de sus padres, la joven se entregó a aquel hombre y juntos se marcharon del pueblo. Y en un lugar lejano y solitario, formaron un hogar humilde pero feliz, en el que ella todas las tardes esperaba pacientemente el regreso de su esposo, para comer juntos y celebrar la vida que habían construido.
Pero el tiempo pasó deprisa y la alegría de aquel hogar comenzó a desvanecerse en el aire. Y aunque tuvieron dos niños hermosos, las peleas y los reproches se hicieron habituales entre los dos, y de a poco el hombre empezó a postergar el regreso a casa. Volvía de madrugada, borracho y oliendo a perfumes ajenos, y a veces pasaba la noche entera por fuera, quién sabe dónde y con quién. La joven, sola con sus hijos pequeños, esperaba y esperaba, al principio furiosa y después muerta de tristeza, sin saber qué hacer para que volviera a su hogar la alegría perdida.
Un día su marido, simplemente, no volvió. Abandonada a su suerte, la joven se resintió con aquel mal hombre al punto tal que estuvo dispuesta a marcharse ella también, pero no tenía dinero, ni forma de obtenerlo, y no podía dejar a sus niños a solas. Las siguientes noches las pasó enteras sin dormir, pensando qué hacer y maldiciendo el día en que se había enamorado de aquel viajero en su pueblo.
La rabia se fue acumulando dentro suyo y se fue comiendo su cordura. Los niños lloraban sin cesar, muertos de hambre. La casa crujía solitaria en medio de la nada. Así que una noche, entregada a su dolor, la joven se levantó y arrastró a sus pequeños al río cercano. Allí los lavó, les besó sus rostros pequeños y luego los sumergió hasta el fondo en el agua, hasta sentir que sus cuerpecitos frenéticos dejaron de moverse.
Solo entonces la joven volvió en sus cabales y presenciando el horror que acababa de cometer, se entregó a un llanto profundo, infinito, que no se detuvo hasta varios días después, cuando el hambre, la tristeza y la locura la arrancaron de esta vida. Pero su alma, atormentada, no tuvo descanso, y siguió llorando y lamentándose a viva voz. Su espectro se levantó de las orillas del río para vagar por los alrededores en busca de aquel mal hombre, culpable de sus desgracias, o de alguien que le resultara parecido. ¤