En los últimos días y con motivo de cumplirse 30 años del golpe militar más violento de nuestra historia, el presidente Kirchner continuó haciendo gala de su postura post dictadura en la que quiere mostrarse como un adalid de los derechos humanos y un hombre que enfrentó al sangriento aparato terrorista del Estado. Amén que ambas posiciones nuestro presidente las tomó mucho después de haber caído el régimen militar, cuando ya los militares no eran tan peligrosos como en la dictadura y a sabiendas que esa postura es políticamente correcta en la Argentina de hoy día.
Pero lo más preocupante es que durante el Proceso, el Sr. Kirchner lo único que hizo fue acumular una envidiable fortuna desde su estudio de abogado, cobrando a morosos. Muy distante su postura a la de otros políticos, como el caso de Alfonsín, por dar un ejemplo, que en su función de abogado pidió centenares de hábeas corpus por personas que se encontraban desaparecidas.
Pero lo increíble de este señor es que cada vez que agarra el micrófono lo usa para pedir a todos los estratos de la sociedad (militares, abogados, religiosos, prensa, etc.) que hagan su autocrítica por lo que pudieran haber hecho durante el Proceso, pero yo me pregunto… ¿Para cuándo va a pedir la autocrítica en el Partido Peronista? Porque para muchos peronistas, entre los que se cuentan el actual presidente y otros políticos, parece convenirles -y mucho- hacernos creer que la historia negra de nuestro país comienza el 24 de marzo de 1976, y es por eso, seguramente, que la habrán puesto como feriado y no, como hubiera correspondido, poner como feriado el día en que por fin nos liberamos de los militares. Porque esta fecha, más que marcar el comienzo del dolor de los argentinos, es más bien una fecha peronista, ya que ese día fueron derrocados.
Treinta años después de aquel 24 de marzo, la trabajada desinformación mediática, la victimización y la intencionada ocultación de los crímenes terroristas y del Estado Peronista, presentan la realidad de tal manera como si una secta sangrienta de militares hubiera llegado, matado a todos y luego desaparecido.
La realidad fue otra. El “principio de la muerte” estaba instalado en la Argentina desde mucho antes, quizá desde cada golpe militar, quizá desde el “Cordobazo” o desde la Noche de los Bastones Largos, pero seguramente se exacerbó a principios de la década del ‘70, con el asesinato y/o venganza del general Aramburu, ejecutado por un grupo de jóvenes peronistas, católicos fanáticos, que cedieron a la tentación de la “lucha armada” para impulsar el retorno de Perón y desalojar a los militares que usurpaban el poder. De paso se vengaban de los fusilamientos de la Revolución Libertadora en 1956. Habían optado por la vía del terrorismo y aunque muchos cabecillas fueron encarcelados y enjuiciados por sus actos violentos, luego fue el gobierno peronista de Cámpora el que los devolvió a las calles, mediante un indulto; luego de ser liberados continuaron con su violencia y la prolongaron, con Perón en el poder, con su viuda y con “El Brujo” López Rega, inventor del terrorismo de estado con la “Triple A”.
Una muestra cabal de lo que vendría a futuro en nuestro país la dieron grupos antagónicos de peronistas en la famosa matanza de Ezeiza en el regreso de Perón del exilio.
Un dato importante de la locura que se vivía en esa época: la Justicia logró censar 22.000 hechos subversivos entre 1969 y 1979: 5215 atentados con explosivos, 1311 robos de armamentos, 1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de empresarios, funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías, niños, etcétera. Galimberti, uno de los más perversos miembros de la fuerza subversiva, pudo decir con naturalidad: “Hubo un día en que matamos a 19 vigilantes...”.
El pueblo argentino vivía los atentados no como una revolución en marcha, sino como una molestia cotidiana; aunque muchos de estos jóvenes idolatraban al “Che” Guevara, nunca repararon en cuál era su mandato básico sobre la guerra de guerrillas: “Pretender realizar este tipo de guerra sin el apoyo de la población es el preludio de un desastre inevitable”.
Mal que les pese a los peronistas, el enfrentamiento armado entre estos grupos subversivos y fuerzas para-militares como la Triple A, comenzaron mucho antes del 24 de marzo de 1976. Durante ese gobierno peronista, comandado por Isabel Perón, López Rega y su Triple A, se provocó la muerte o desaparición de 1400 personas. El país estaba desquiciado, ni los dirigentes históricos del peronismo y del sindicalismo lograban contener la matanza. Y ante la imposibilidad de revertir la situación se firmó un decreto, durante el gobierno peronista, en el cual se habilitaba a las Fuerzas Armadas a aniquilar a la subversión, brindándoles a los militares la excusa perfecta que necesitaban. Otro dato, fue durante el mismo gobierno peronista que se les dio el ascenso al puesto más alto de cada división de las Fuerzas Armadas a Videla, Massera y Agosti.
La situación planteada por esta “guerra” entre peronistas de izquierda y de derecha tenía en vilo a toda la Argentina y ya antes del 24 de marzo la muerte estaba instalada en nuestro país. El diario La Opinión, dos días antes del golpe, titulaba lo siguiente: “Un muerto cada cinco horas; una bomba cada tres”.
Las Fuerzas Armadas llegaron con la determinación y la convicción de aquel decreto, que les posibilitó aniquilar la subversión guerrillera.
Con los militares hubo abuso, sadismo y degradación, se estableció una represión ilegítima ejecutada por usurpadores y por medios ilegales e inconfesables.
Pero antes de la barbarie ejecutada por los militares hubo un peronismo que era permeable al odio, hubo y hay un peronismo que acrecienta las diferencias, hubo un peronismo que dejó convivir en su seno a extremistas tanto de izquierda como de derecha, hubo un peronismo que fue actor principal en la obra de terror que vivimos todos los argentinos. Por eso, señor Presidente, al pedir la autocrítica a los demás, de el ejemplo y empiece por su casa.
Por eso memoria, verdad y justicia, pero con toda la verdad, no solamente con esa parte de la historia que les conviene contar. Ø