En Diciembre del 2003 dedicamos el número de El Suplemento a uno de los más grandes pintores del siglo XX: Salvador Dalí. Ahora, que en todo el mundo y sobre todo en España se ha declarado Año Dalí al 2004, no podemos menos que adherirnos.
Salvador Felipe Jacinto Dalí Doménech, uno de los más grandes pintores del siglo anterior, comparable a Miguel Angel y Rafael, pero no comparable y no queremos abrir polémica, a Leonardo ni a Picasso, había nacido el 11 de mayo de 1904 en Figueras, Cataluña, a unos 30 Km. de Cadaqués, un pueblito a orillas del mar Mediterráneo cuyos ciclos azules encontrarían un lugar privilegiado en su iconografía imaginaria.
Como ha dicho Rafael Squirru "Si el surrealismo es como lo quiere André Bretón en su manifiesto de 1924 (la transmutación de dos estados aparentemente contradictorios, sueño y realidad, en una realidad absoluta, la surrealidad), forzoso es admitir que Salvador Dalí es el más surrealista personaje que se haya emparentado con ese movimiento"
Este super surrealista sembró desde la más temprana edad, el desconcierto en torno suyo. Este loco genial escribió regularmente un diario, publicó 1º "La vida secreta de Salvador Dalí" y luego su continuación, llamada "Diario de un genio", publicada en castellano por la editorial Susquets de Barcelona.
Habla allí de su genialidad que creyó desde su niñez y sobre todo sobre su mujer-mito Gala, su esposa, quien con su belleza y su poder magnético le aseguró un lugar único en la historia del arte y de la humanidad.
Habló también de su pintura y reveló las angustias y la minuciosidad perfeccionista hasta el agotamiento con que pintaba y dibujaba.
Encontramos en ese libro el humor, la soberbia, la desvergüenza y el pudor y sus contradicciones relatadas en forma fascinante.
Cuenta que el primero de todos sus profesores, Don Esteban Trayter, le repitió durante un año que Dios no existía y que la religión era cosa de mujeres.
Confesó que, embebido de todo lo que los surrealistas habían publicado, con el beneplácito de Lautremont y el marqués de Sade, hizo su entrada en el grupo, con fe jesuítica, pero con la intención de convertirse rápidamente en su jefe.
Siguió al surrealismo al pie de la letra hasta convertirse en el único surrealista integral, hasta tal punto que acabaron por expulsarlo del grupo junto con Eluard, a uno por reaccionario y al otro por comunista. Es imposible, contestó, echarme. Yo soy el surrealismo. Estimó, tan obsesionado por la cruz gamada del nazismo, que concentró su delirio sobre la personalidad de Hitler, que se le aparecía siempre en su fantasía transformado en una mujer. Gran número de lienzos que pintó en aquella época fueron destruidos al invadir Francia el ejército alemán.
Después de la muerte de Hitler, una nueva era mística y religiosa se disponía a devorar todas las ideologías. Entretanto él tenía una misión. El arte moderno residía polvoriento del materialismo heredado de la Revolución Francesa, se le alzaría por lo menos durante 10 años. Por lo tanto le tocaba pintar bien, puesto que su misticismo nuclear no podía triunfar cuando llegara la hora si no se encarnaba en la más suprema belleza.
Sabía que el arte de los abstractos -de aquellos que no creen en nada, y por consiguiente no pintan nada- haría las voces de glorioso pedestal a un Salvador Dalí, aislado de la abyecta época de decorativismo no materialista y de existencialismo aficionado.
Pero para ello hacía falta dinero, producir oro rápido y bien para poder subsistir. Al mismo tiempo acicalaba a Gala para hacerla brillar, pues sin ella todo se hubiera malogrado.
En todo eso radicaba mi Avida dollars con que lo rebautizó André Bretón.
El vestir era necesario para triunfar. En su vida fueron raras las ocasiones en que se envileció vistiendo de paisano. Siempre fue de uniforme de Dalí.
Cuando murió fusilado su gran amigo, el poeta de la mala suerte, Federico García Lorca, gritó: ¡Olé! Exclamación típicamente española. Ese grito que lanzaba biológicamente el aficionado a las corridas de toros y que hoy es tan gritado en las canchas de fútbol, lo profirió con ocasión de la muerte de Lorca para realzar el modo en que su destino culminaba en forma trágica y típicamente española.
Todos los años un joven solicitaba verlo para preguntarle cómo se triunfaba. El contestaba: para adquirir un prestigio creciente y duradero es conveniente poseer un gran talento; en la adolescencia des a la sociedad a la que quieres una patada bien fuerte en la pierna derecha y después debes ser snob como yo. Transcurrida mi infancia mi snobismo quiso estar en los pisos más importantes. Cuando llegué a París, me obsesionaba saber si sería invitado a los lugares a los que debía serlo. Y me invitaban. Pero muchas veces no iba a esos sitios pero si concurría, me portaba de un modo tan escandaloso, que no podían por menos que notar mi presencia y enseguida desaparecía. Los demás surrealistas no conocían esos ambientes y no eran aceptados en él.
El snobismo consiste en situarse siempre en los lugares a los que los demás no tienen acceso, lo cual crea en ellos un sentimiento de inferioridad.
En la esfera de la Fe, que es una gracia de Dios -sostiene en otra parte- me he convertido en un héroe, me he equivocado; ¡en dos héroes! El héroe, según Freud es el que se revela contra la autoridad paterna y el propio padre y acaba por vencerlos. Este fue un caso con mi padre que me quería muchísimo. Pero pudo quererme tan poco en vida que, ahora que está en el cielo, se encuentra en la cúspide de otra tragedia cornoliana, él no puede ser feliz sino porque su hijo se ha convertido en un héroe por su causa.
La situación es la misma con Picasso, que es mi segundo padre espiritualmente. El, en cambio, podía gozarlo en vida. Si uno debe ser héroe es preferible serlo dos veces que ninguna.
Y no me he divorciado como todo el mundo sino que, al contrario, he vuelto a casarme con mi mujer, esta vez bajo el seno de la iglesia Católica Apostólica y Romana, tan pronto como el primer poeta de Francia Paúl Eluard, que fue también el primer marido de Gala, nos lo facilitó muriéndose.
Apabullados por tanta soberbia, vamos a descansar hasta el mes que viene ¡Olé! Ø