La crónica nos indica que este “cura” nació un 16 de marzo de 1840 en la villa de Santa Rosa del Río Primero en un paisaje Pampa que nunca olvidó y al cual regresaba cuando podía. Murió un 26 de enero de 1914. Al visitar la zona de las sierras altas cordobesas, en ellas percibiremos en el aire su presencia. El rumor de los vientos cumbreños bajando por laderas, valles y quebradas, mientras besa las aguas de los arroyos, encrespadas durante sus crecidas y cantarinas en su serenidad bucólica, o el repicar de las campanitas de las capillas diseminadas entre las montañas, nos hablarán de él, montado en su malacara, con la sotana atada a la cintura, el sombrero de ala ancha, las espuelas sobre botines gruesos, el breviario en una mano y el rebenque en la otra; sin olvidar un cuchillo en la cintura “por las dudas algún bicho salvaje”
Los gobernantes de aquel tiempo, así como su amigo y condiscípulo el Dr. Miguel Juárez Celman, especialmente desde 1883/86 cuando éste fue gobierno en su provincia, se sentían tocados por la influencia de sus prédicas, que sólo pudo acallarlas su muerte aquel 26 de enero de 1914.
En 1869 fue destinado a la parroquia de San Pedro, en el departamento San Alberto, y levantó allí un templo comenzando así con la renovación parroquial. Al poco tiempo trasladó la sede parroquial a la Villa del Tránsito, mejor situada, convirtiendo a ésta en la base de sus actividades durante 40 años.
El cura Brochero comprendió de inmediato la necesidad de hablar el mismo idioma de la gente, para un mejor entendimiento y ser un poblador más de las sierras.
Su acción fue múltiple, variada, generosa y muy difícil de resumir en un escrito. Fue una vida plena de matices, con rasgos de humor y de sentido común, fundamentalmente de solidaridad hacia sus semejantes, a quienes ofrendó su vida, interesado en el bienestar moral y material de los mismos, desinteresándose por la propia.
Sus obras: tres escuelas, sin contar el Colegio de las Hermanas Esclavas a la que asistían niñas de San Luís, La Rioja y Córdoba; un molino harinero para moler el trigo que en la zona se cultivaba; levantó el templo de San Pedro y la nave central de la del Tránsito, más cinco capillas. Trazó 66 caminos vecinales, hizo la carretera que une a Soto con Villa Dolores, de 200 kilómetros y abrió acequias para el regadío (lo que le costó enfrentamientos con terratenientes de la zona) Delineó el camino de las Altas Cumbres, y todo, sin un solo centavo del Estado. Construyó además la enorme casa de ejercicios espirituales del Tránsito, maravilla de aquellos tiempos, en la que reunía tandas de 900 personas para hacer ejercicios ignacianos: silencio, oración, penitencia.
Construyó casas y ranchos para familias con enfermos para evitar el contagio y atendió a su enorme parroquia, de 120 kilómetros de norte a sur por otros tanto de este a oeste.
Ante los poderes públicos insistió duramente por el tendido de un ferrocarril desde Soto hasta Villa Dolores, sabedor que la línea férrea llevaría mayor progreso a la zona. Los incriminaba diciéndoles que no quería morirse sin tocar un riel. El proyecto lo trataron los legisladores y hasta se votó la partida, pero Brochero no pudo verlo cumplido.
Entre las tantas anécdotas rescatamos una en la que él no podía ir a la Capital Federal para seguir con trámites por lo que mandaba emisarios. Entre malhumorado y quejoso, aconsejó a uno de sus amigos: “andate a Buenos Aires y decile al chorizo ése -el Dr. José Figueroa Alcorta, cordobés, en ese entonces Presidente de la República- que hasta ahora no han cumplido ni Celman ni Cárcamo ni Roca. Me han comido todos los cabritos y uvas de Mina Clavero y no han tenido el honor de cumplir. Yo me voy a morir y quisiera que él cumpla en mi muerte con estos pobres que les dejo” Todo quedó en promesas.
Brochero, este “Cura Gaucho”, murió pobre, rodeado de sus fieles, enfermo por la lepra que había contraído en el ejercicio de su ministerio y ciego, pero con una resignación conmovedora. Ø