El tsunami de las elecciones ya pasó, pero en la escena política argentina las aguas nunca están del todo calmas. Uno tiene la impresión de que nomás se necesita un poquito de viento para que otra vez el agua nos llegue al cuello.
El panorama político de la nación ha experimentado un cambio sísmico con la elección de Javier Milei como nuevo presidente electo. Este resultado ha conmocionado al establishment político tradicional; muchos en el oficialismo siguen pasmados, tratando de absorber la derrota sin demasiada autocrítica más que culpar a “los argentinos que votaron a este esperpento”. Otros, más pragmáticos, ya hacen planes para “la resistencia” y el eventual regreso, porque el peronismo nunca desaparece, siempre se reacomoda y vuelve. No importa que tan gastadas estén sus ideas, las ideas se reciclan y se acomodan a las necesidades del momento. No importa lo mal que han gobernado, siempre se puede culpar a otro, a la naturaleza, o a la conjunción de Mercurio con el Sol. Ya lo han demostrado a lo largo de varias décadas: cuando hay que ser neoliberal de derecha, se es neoliberal de derecha. Cuando el viento sopla para el lado del populismo de izquierda, se es populista de izquierda. Cuando se percibe que la sociedad está harta de ambos, aparece el discurso conciliador y centrista. El peronismo es un espacio de poder sin ideología, o con una ideología que es la de acomodarse a la conveniencia del momento para llegar al poder. Y a veces, el poder se le escapa entre los dedos de las manos, como esta vez. Se escurre momentáneamente, pero más tarde o temprano, vuelve.
Ya hemos hablado en esta columna editorial sobre los factores clave que llevaron a la victoria de Milei, y en el futuro nos dedicaremos a analizar las implicaciones de su llegada al poder y a explorar los cambios potenciales en las políticas internas e internacionales de Argentina.
Hoy nos queremos centrar en el sacudón que significó la victoria electoral del economista libertario. La palabra cimbronazo parece haber sido creada para este caso. Así que, digamos, que tal victoria fue lisa y llanamente un cimbronazo. Tal vez no porque el peronismo haya sido derrotado en las urnas, ello ya ha pasado antes. Pero esta es la primera vez en la historia de la democracia argentina que el país será gobernado por un líder de la ultra derecha. Si bien se nos viene a la cabeza algunos nombres de militares que hubiese podido coincidir en mucho con Milei, aquellos nunca habían ganado una elección, siempre habían llegado al poder a través de golpes de estado y no a través del voto popular mayoritario.
Javier Gerardo Milei, economista y personalidad televisiva, surgió como una figura destacada de la política argentina en tan solo los últimos años. Se hizo famoso en el programa televisivo Intratables por su estilo extravagante, su melena cuidadosamente despeinada, y su retórica sin complejos. Y si mide en el rating televisivo, puede medir en la política, habrán pensado algunos por entonces, su propia hermana incluida. Milei ganó popularidad desafiando a las élites políticas establecidas con epítetos que incluían insultos que no muchos se atrevían a usar y una violencia verbal y gesticular pocas veces vista.
Su ascenso a la prominencia política fue impulsado por la creciente insatisfacción entre la población argentina con la clase política tradicional a la que él rotuló de “casta”, los desastres económicos y la indignación de ciertos sectores de la sociedad con la corrupción.
La campaña de Milei se centró en los principios libertarios, enfatizando la necesidad de una intervención gubernamental limitada en la economía, la responsabilidad fiscal y las libertades individuales. Su estilo de comunicación carismático y directo resonó con fuerza en una parte significativa del electorado que se sentía marginado por los partidos políticos existentes.
Buena parte de la población argentina estaba ya harta de los vaivenes económicos; las penurias se profundizaban y ya no alcanzaba con movilizaciones épicas o los discursos en defensa de los pobres por parte de una “casta” con base en hoteles patagónicos, pisos en Puerto Madero y yates en el Mediterráneo. La situación estaba lista para que cualquiera que llegase de “afuera” se haga con los votos de los desencantados y desesperados argentinos. Y el que gritó más fuerte fue Javier Milei.
¿Qué podemos esperar de este nuevo gobierno? Su propuesta de agenda económica incluye reducir el gasto público, implementar reformas orientadas a satisfacer los intereses del mercado y a atraer inversión extranjera. El presidente electo ha declarado que al fomentar un entorno favorable a los negocios, Argentina podría estimular el crecimiento económico, crear empleos y, en última instancia, mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos.
Su postura sobre la transparencia y la rendición de cuentas caló hondo entre los votantes, cansados de los escándalos de corrupción que se han apilado a lo largo de los años hasta casi anestesiarlos. Al posicionarse como un outsider no contaminado por el establishment político, Milei obtuvo el apoyo de ciudadanos deseosos de ver una ruptura con el pasado y un compromiso renovado con una forma de gobernar basada en la ética y la no intromisión del estado.
Lo que Milei parece no haber entendido aun es que la mayoría de la gente no lo votó a él; votó contra un sector que ya los había agotado. Pero de eso se dará cuenta a la fuerza cuando comience su gestión y la gente le exija cambios que impacten en su vida diaria. Entonces se dará cuenta de que hay que “transar” con miles de sectores, sobre todo teniendo en cuenta que no tiene el sustento político que se necesita para gobernar a placer. Milei aprenderá a gobernar mientras gobierna, ya que su experiencia en la gestión pública es nula, y si a alguno se le ocurre que gobernar un país como Argentina es similar a dirigir una empresa o un emprendimiento privado… bueno, ahí que le pregunten al expresidente Mauricio Macri.
Por lo pronto, lo que se nos ocurre más preocupante es su inhabilidad para generar consensos. Realmente esperamos que el compromiso de Milei con los principios del libre mercado no conduzca a la profundización de la desigualdad social, sobre todo teniendo en cuenta que los rápidos cambios económicos que impulsa podrían afectar desproporcionadamente a ciertos segmentos de la población. Lograr el equilibrio adecuado entre crecimiento económico y la inclusión social será una tarea delicada para la administración entrante.
Mientras Milei se prepara para asumir el cargo, los ojos de la nación estarán puestos en él, observando qué tan bien puede traducir sus promesas de campaña en resultados tangibles. El camino por delante está lleno de desafíos, pero para muchos argentinos, entre quienes nos contamos, la esperanza es que la presidencia de Milei marque el comienzo de una nueva era de estabilidad económica, mayor seguridad ciudadana, transparencia en la gestión, y un futuro más próspero para la nación. Nos gustaría ser más optimistas, pero la verdad es que nos cuesta creer. Nos cuesta mucho creer.¤