Editorial • Septiembre 2022

similitud

Hace algunos años señalábamos en esta editorial las marcadas similitudes de las personalidades y modo de hacer política entre el expresidente estadounidense Donald Trump y la expresidenta y actual vice de argentina Cristina Fernández de Kirchner.

Por aquel entonces, hablábamos del carácter populista de ambos, de sus personalidades narcisistas, sus delirios de grandeza, y hasta de sus constantes tweets de corte adolescente como principal forma de comunicación con sus pueblos. Uno, con ideas de extrema derecha que llegó incluso a conectar con grupos neonazis locales; la otra, con un lenguaje de izquierda setentista, y ambos caminando por las orillas del sistema democrático, llevando a sus propios intereses como sus principales estandartes, y creyéndose los dueños de sus respectivas naciones.
Hoy, una vez más, la coyuntura los pone lado a lado, dándoles la oportunidad de agregar una similitud más a las marcadas anteriormente. Tanto Trump como Cristina Kirchner están siendo investigados por la Justicia en sus respectivos países. Y ambos, como era de esperar, han reaccionado de la misma manera.
En el caso de Trump, no podemos menos que pensar en la caída del jefe mafioso Al Capone. La redada que el FBI llevó a cabo el mes pasado en la mansión Mar-a-Lago tuvo como objeto investigar el manejo ilegal de material clasificado que pertenece al estado -algunos relacionados a armas nucleares y espionaje-, y que Trump se habría llevado a su casa como si fueran de su propiedad, exponiéndolos, de paso, a caer en manos de cualquier agencia enemiga. Lo curioso es que, después de haber promovido un golpe de estado contra su propio país, presionar a agencias y funcionarios federales y de distintos estados para anular y revertir los resultados de las elecciones que perdió frente al actual presidente Joe Biden, la Justicia finalmente puede dar un paso con este tema que, sin intención de restarle la importancia que merece, comparándolo con los demás, parece menor. Es como cuando el FBI logró apresar a Al Capone no por sus crímenes más flagrantes, sino por evasión de impuestos.
Como era de esperar, Donald Trump denunció una persecución de la Justicia en su contra y lanzó a sus partidarios con cargos políticos y a los periodistas fieles a levantarse en su apoyo. Por favor, recuerde bien esta frase; se repetirá unas líneas más abajo.
En su defensa, Trump alegó que el expresidente Barack Obama también se había llevado 33 millones de páginas clasificadas a su casa, cosa que The National Archives and Records Administration (NARA) inmediatamente se encargó de desmentir, anunciando que “la agencia asumió la custodia exclusiva, legal y física de los records presidenciales del expresidente Obama cuando éste dejó su puesto en el 2017”.
En Argentina, al finalizar su alegato, el fiscal Diego Luciani, quien con su equipo investigó casos de corrupción pública en la llamada Causa Vialidad, pidió 12 años de cárcel contra Cristina Kirchner por considerarla la jefa de una asociación ilícita que entre los años 2007 y 2015 cometió administración fraudulenta agravada en contra de la Nación y su pueblo. El fiscal solicitó además la inhabilitación para ejercer cargos públicos de por vida para todos los imputados y el decomiso de 1000 millones de dólares. También fueron acusados sus supuestos secuaces, entre los que se encuentran Lázaro Báez, Julio López y Julio De Vido.
Al igual que Trump, Cristina Kirchner denunció una persecución de la Justicia en su contra y lanzó a sus partidarios con cargos políticos y a los periodistas fieles a levantarse en su apoyo. El primero en salir a defenderla fue la misma persona que en otra época la había acusado enfáticamente en diversas oportunidades por estas mismas causas: el actual presidente Alberto Fernández.
Tanto en un caso como en el otro, tendremos repercusiones a medida que la Justicia avance con sus investigaciones y los jueces dicten sentencia. Tanto en un caso como en el otro, los acusados, lejos de presentar pruebas que demuestren su inocencia, seguirán clamando persecución política.
Debe ser difícil creerse tan poderoso, tan impune, y en un momento comprender que el poder se desgasta y al final se le deben rendir cuentas a la justicia como cualquier otro ciudadano de a pie.¤

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