El payaso y la mascarilla

Foto: Michelle Garriga

Desesperado por su caída en las encuestas, el presidente Donald Trump da rienda suelta a su sueño de construir una dictadura populista militarizando ciudades opositoras

Tomó casi seis meses de pandemia y más de 141 mil muertos. En todo ese tiempo, minimizó la gravedad de la pandemia, desoyó los consejos de los científicos más respetados del mundo, ensayó teorías descabelladas como la de inyectarse desinfectantes para combatir el virus, instó a los gobernadores republicanos a abrir las economías cuanto antes, y -como resultado lógico de todos sus desbarates- lideró al país hacia el primer puesto del mundo en casos de coronavirus. Luego de incitar a los más descerebrados de sus partidarios a una guerra santa contra las máscaras faciales, apareciendo en actos públicos a cara descubierta frente a cientos de sus seguidores que lo imitaban, el presidente Donald Trump, al tiempo que el país registraba nuevos records diarios de contagios, cambió radicalmente su posición días atrás, declarando que las mascarillas son necesarias; es más, son “patrióticas”. Ahora sí.

Algunos se verán tentados a decir “más vale tarde que nunca”; sin embargo, el “tarde”, en esta ocasión, representa a más de 140 mil personas que perdieron la vida, muchas de las cuales se podrían haber salvado de haber estado el país dirigido por un presidente medianamente lúcido, y no un irresponsable que a los 74 años aún no ha podido resolver su patológico narcisismo y sus delirios de grandeza frustrados.
Ya hace meses que los líderes de los grandes (y no tan grandes) países del mundo vienen promoviendo el uso de mascarillas faciales, el distanciamiento social, y la higiene personal para minimizar las chances de contraer el virus. Tales líderes no solo se respaldaron en la ciencia, sino especialmente en el sentido común, por lo que no corresponde elogiarlos; cualquier hijo de vecino, como se decía antes, tiene los dos dedos de frente necesarios para hacerlo. 
Por supuesto que el giro de nuestro presidente, que deja pedaleando en el vacío a los imbéciles que en los supermercados le tosían en la cara a la gente que usaba mascarilla y acosaban a los pobres empleados de los comercios que les pedían que se cubran la cara para ingresar y realizar las compras en sus negocios, este giro, decíamos, no es producto de una repentina iluminación. No; es resultado de su notable caída en las encuestas de cara a las elecciones de noviembre. Trump sabe bien que incluso sus simpatizantes, quienes lo votaron a sabiendas de sus problemas psicológicos, su desprecio hacia las minorías, sus acosos sexuales, los pagos de “hush money” a prostitutas, su falta de integridad moral y cívica, su fingida adoración a una religión que nunca practicó y a una Biblia que nunca leyó, incluso ellos pensarán dos veces antes de votar a un presidente que fracasó tan rotundamente como para quedar en lo más alto del podio mundial en casos de coronavirus.
La realidad le cayó encima; ahora se da cuenta de que el virus no desaparecerá tan fácil como llegó, como declaraba hasta hace poco. Ahora concede que “la situación empeorará, antes de que mejore”. Otro repentino giro. Ya no le alcanza con repartir las gorritas rojas, mentir descaradamente de acuerdo a su conveniencia en su canal oficial Fox News, asustar a los gun nuts con que los demócratas les van a sacar a sus “novias”, o amenazar con que la oposición planea una revolución comunista. Ahora necesita que los votantes más moderados, aquellos que no lo ven como a una figura religiosa y han comenzado a comprobar que la mentira tiene patas cortas, vuelvan a confiar en él, tal vez el embaucador más grande de la historia estadounidense. Por otra parte, les dará más pan y circo a sus votantes menos pensantes, que es lo que siempre buscaron de él. Por eso, es de esperar muchos otros actos histriónicos desesperados de aquí en más.

La democracia en peligro
A Trump no le importa el bienestar de los estadounidenses, no le importa la democracia. Nunca le han importado, no es ninguna revelación y no nos podemos decepcionar por eso. Está donde está para servirse a sí mismo, como siempre lo ha hecho, y de paso sentar las bases para una nación en donde los onepercenters a los que pertenece posean el control total de las instituciones. Estoy seguro de que el ya mencionado rotundo fracaso en la lucha del país contra la pandemia actual es producto de su impericia, más que de sus malas intenciones. Pero el cercenamiento de las libertades civiles, el odio racial, la banalización de la democracia, la instalación de la violencia de una parte de la población contra otra, todo eso es parte de su visión de una dictadura populista al estilo de su tan admirado Kim Jong-Un.
En estos días se viven momentos escalofriantes en la ciudad de Portland, Oregon, en donde fuerzas paramilitares están deteniendo manifestantes, secuestrándolos en vehículos no registrados, y golpeándolos ferozmente, muy al estilo del Madurismo venezolano de hoy. Este redactor estuvo de paso por Portland el pasado 18 de julio y no podía creer lo que se veía en las calles; la escena era más propia de Hong Kong en un mal día, que de una de las ciudades más bellas y vibrantes de nuestro país. Tal como advertía el título de un reporte de la revista Esquire, “Una gran ciudad estadounidense está siendo 'pinocheteada' a plena luz del día”. El título no hacía referencia al muñequito de madera al que le crecía la nariz cada vez que mentía, sino al sangriento ex dictador chileno Augusto Pinochet.
Bajo la excusa de proteger algunas estatuas y edificios federales, el gobierno creó una “task force” dependiente del Department of Homeland Security y el Customs and Border Protection, que no necesita respetar las leyes y la Constitución, tal como lo deben hacer la policía y las fuerzas militares. Mercenarios no identificados, vistiendo ropa de fajina, portando armas de guerra, y empleando tácticas antiterroristas aterrorizan a los vecinos de la ciudad. Y ese es el propósito, causar terror, intimidar a la gente para que no ejerza el derecho constitucional a expresarse y protestar contra lo que consideran injusto.
¿Comandos paramilitares para controlar a un puñado de tipos desarmados volteando estatuas o arrojando piedras? No, los paramilitares no van detrás de estos desaforados. Su misión es reprimir a la gente realmente peligrosa: los que buscan regresar a una sociedad más equitativa, en donde todos los ciudadanos tengan los mismos derechos, los que no están dispuestos a tolerar el racismo, la dictadura de los billonarios, el abuso policial, y no se quedan sentados en su casa frente al televisor, sino que salen a las calles para protestar pacíficamente junto a su comunidad. Esos son los que aterrorizan al presidente; no los voltea-estatuas o los vándalos tira piedras.

Hay que cerrar el circo
Todos los líderes políticos del estado y la ciudad han repudiado este ataque a las instituciones y la democracia. El senador Ron Wyden declaró que “Estas fuerzas de ocupación están creando más conflicto, atacando a gente que protesta pacíficamente, y haciendo a la ciudad más peligrosa”.
La American Civil Liberties Union de Oregon lanzó un comunicado urgente diciendo que “Bajo la dirección de la administración Trump, agentes federales están aterrorizando nuestra comunidad, arriesgando vidas, y atacando brutalmente a los vecinos que se manifiestan contra la brutalidad policial”. Mientras tanto, Rick Gallen, co fundador del grupo republicano The Lincoln Project, declaró que “Los videos de agentes del gobierno anónimos y enmascarados atacando a ciudadanos americanos que no generan ningún peligro es algo muy impactante. Agentes federales raptando civiles en camionetas sin identificación… ¿cómo justificar eso en Estados Unidos?
Así es, cuesta creerlo, pero es lo que estamos viviendo hoy. Y nada tan elocuente como el pedido de Ellen Rosenblum, procuradora general del estado de Oregon, en una demanda presentada contra estas agencias federales: el estado exige que se requiera a los agentes paramilitares que se identifiquen antes de arrestar a alguien, que expliquen por qué los están deteniendo, y no arrestar ciudadanos sin una orden judicial o causa probable. Es decir, las condiciones más básicas en un estado democrático. Parece increíble haber llegado a tal grado de degradación institucional.

El tiro por la culata
Hay que agregar que estos escuadrones reprimen incluso en las calles, por fuera de los edificios federales, en incursiones totalmente anticonstitucionales. Los hemos visto incluso golpear salvajemente a médicos identificados tratando de atender a los heridos en las calles, a gente en sillas de rueda, a ancianos...
Esta movida proselitista del presidente en realidad le está jugando en contra: la gente de Portland, lejos de amedrentarse, está saliendo a las calles de a miles para enfrentar el fascismo y estos primeros pasos hacia el terrorismo de estado; las manifestaciones son cada vez más numerosas, y reciben apoyo internacional de gente de otras democracias del mundo. Cientos de madres formaron cadenas humanas al frente de las manifestaciones para evitar la salvaje represión; le siguieron los veteranos de guerra, quienes no arriesgaron sus vidas para que un cobarde fascista que se escondió bajo los pantalones y los millones de su padre para evitar servir en el ejército, ahora intente imponer el mismo tipo de estado represivo contra los que ellos lucharon.
Portland es solo un globo de ensayo; el plan de Trump es llevar los escuadrones represivos a distintas ciudades cuyos líderes políticos son demócratas, como una estrategia de desviar la atención de la crisis sanitaria, económica y social que vive el país. Al cierre de esta edición, las fuerzas paramilitares estaban arribando a la ciudad de Seattle, ante la protesta y preocupación de las autoridades locales y estatales.
Los grupos paramilitares no deberían tener lugar en nuestra nación. Nos gustaría que el gobierno pusiese más énfasis en combatir el coronavirus, que hoy en día sigue sin control en nuestro país matando gente y destruyendo la economía, que en desviar la atención hacia las protestas callejeras y encaminar el país hacia un sistema autoritario y autocrático. Que envíe “ejércitos” de médicos y enfermeros a las zonas más afectadas de Florida, Arizona, Texas o California, que elabore de una vez por todas un plan federal para terminar con la pandemia, que proteja la vida de la gente, que es tanto más importante que una maldita estatua.
Vote a un payaso, y tendrá un circo, dicen por ahí. Y si ese payaso es además una persona cargada de odio y dispuesta a todo con tal de conservar su poder, el circo se pondrá muy, muy peligroso. ¤

  thegauchos

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