Editorial • Febrero 2018

Y Francisco pasó volando nomás. Vaticano, Océano Atlántico, Chile… su ruta. Ese día, algún arriero en Santiago del Estero desde el lomo de su caballo habrá levantado los ojos al cielo y al avistar un fugaz punto plateado detrás de las nubes se habrá preguntado: ¿Será ese el avión del Francisco?

Hoy la pregunta que se hacen millones de argentinos (y a decir verdad, otros tantos de otras nacionalidades, y hasta los ángeles del cielo) es: ¿Por qué el Papa no visita Argentina? O mejor dicho: ¿¿¡¡Por qué el Papa no visita Argentina!!?? Así, con toda esa mezcla de efusividad, confusión, incredulidad e indignación que pueden aportar los repetidos signos de pregunta y de exclamación.
La mayoría, desde los más altos dignatarios de la Iglesia católica hasta el oficinista jubilado que fue a misa por última vez poco después de terminar la escuela primaria y ya no recuerda el gusto de la ostia, o si es redonda, cuadrada o viene impresa con la cara de Jesús de Nazaret, arriesga su propia conclusión. “El Papa va a venir cuando lo crea conveniente”; “No quiere que lo usen políticamente”; “Es que hay otras zonas del mundo que tienen más urgencias que Argentina”; “Ya se sabe que no lo soporta a Macri”; “Se está haciendo rogar, se está haciendo”… Cada uno tiene su propia conjetura. Y son nada más que eso, conjeturas, porque de la boca de Francisco no salen palabras para explicarlo.
Más allá de que uno desee o no que el Papa visite su país natal como lo hicieron sus predecesores, la incógnita nunca se había hecho tan profunda como durante su último viaje a Chile y Perú, en el que, literalmente, el Papa atravesó el espacio aéreo argentino para descender al otro lado de la cordillera. ¿Le hubiera costado mucho, al menos, hacer una misita rápida a un costado del aeropuerto de Mendoza o San Juan, dejar su bendición a los presentes, desearles feliz año, y seguir viaje un par de horas después?, se preguntaron unos cuantos. No se preocupen, dijeron desde las altas esferas de la Iglesia argentina; “el Papa enviará un mensaje muy importante al atravesar los cielos de nuestro país”. Ah, ahí está, ¡va a anunciar la fecha de su visita a la Argentina! Pero no, su Santidad le envió al presidente Mauricio Macri un telegrama frío y sumamente formal en el que no realizaba ningún anuncio, y encima… escrito en inglés. O mejor dicho: ¡¡Escrito en inglés!!
No recordamos si esta frase es parte de La Biblia o nomás de algún sketch del Negro Olmedo (o tal vez de ambos): “Los designios del Señor son inescrutables”. Últimamente parece como que los designios del Creador no pueden ser tan inescrutables como los pensamientos del Papa. No dudamos de que el sumo pontífice tendrá sus válidas razones para evitar su viaje a nuestro país. Solo que su silencio al respecto deja a millones de fieles en medio de una nube de confusión y bronca mal disimulada.
De entre los 21 viajes al exterior realizados desde su asunción como jefe máximo del Vaticano, seis fueron a nuestro continente: visitó Brasil en el primero, Ecuador, Bolivia y Paraguay en el segundo, Cuba y Estados Unidos en el tercero, México en el cuarto, Colombia en el quinto, y Chile y Perú en el sexto. Para usar un lenguaje futbolero, en el último pegó en el palo… y se fue afuera.
En definitiva, habemus Papa… pero los argentinos lo vemus en figuritas.¤