"El tiempo todo lo borra", dice el saber popular. Y por lo visto y escuchado en los últimos años, el tiempo ha borrado de la memoria de muchos compatriotas el horror desatado por los represores más salvajes que ha conocido la historia de nuestro país. ¿Cómo es posible, se pregunta uno, que se justifiquen los crímenes cometidos por los jerarcas de la última dictadura militar, con el argumento de que "algo había que hacer" para combatir a los grupos guerrilleros que operaban en el país? ¿Cómo es posible que el horror desatado por entonces sea hoy relativizado por tanta gente que hasta no hace mucho nunca se hubiese siquiera animado a pensar en que lo que pasó no fue tan grave, o que lo que siguió fue aun peor? ¿Qué discurso están comprando?
La dictadura nunca tuvo como objetivo el "aniquilar a la subversión", como lo han declamado sus ideólogos, cosa que, por otra parte, hubieran podido hacer las fuerzas del estado a través de medios legales. El objetivo principal, plenamente logrado, fue económico: transformar al país en una republiqueta irremediablemente endeudada y dependiente de los centros de poder económico internacionales, una lastra de la que Argentina nunca ha podido o sabido librarse.
La dictadura ha logrado sentar las bases para el saqueo de nuestra Nación, cosa que luego consolidó, sobre todo, el presidente democráticamente elegido Carlos Menem durante la década de los 90, y sus sucesores de distinto signo.
La democracia no solucionó todos los problemas a partir de la caída de la dictadura luego de una guerra que nos llenó de vergüenza, humillación y tristeza. Y parte de la culpa es de todos nosotros, que somos la base de esa democracia que esperamos poder perfeccionar y mantener por siempre.
Dos de los jerarcas más simbólicos de la represión ilegal han sido condenados por la Justicia a pagar sus crímenes con una nueva cadena perpetua. Jorge Rafael Videla y Luciano Benjamín Menéndez morirán en la cárcel. Ahí es donde deben estar. Allí han ido a parar luego de un largo juicio en el que han podido defenderse y expresar libremente sus alegatos sin temor a ser secuestrados, torturados o asesinados. Un privilegio que no han podido gozar miles de desaparecidos. ©